A veces la Iglesia define algunas
verdades dogmas de fe. No es que esas cosas empiecen entonces a ser verdad. Son
verdades que siempre han existido; pero que su creencia ha empezado a ser
obligatoria al definirse.
La definición de una doctrina no
es su invención, sino la declaración autoritativa de que ha sido revelada por
Dios, es decir, que forma parte del conjunto de verdades que constituyen la
Revelación cristiana.
Algunas veces la aparición de
nuevos errores obliga a la Iglesia a definir y declarar más lo que siempre ha
sido verdad, pero que las circunstancias del momento reclaman aclaración.
Los dogmas no son verdades que la
Iglesia impone arbitrariamente. Son iluminaciones de la verdad objetiva. No son
muros para nuestra inteligencia. Son ventanas a la luz de la verdad. En la
Iglesia católica, un dogma es una verdad absoluta, definitiva, inmutable,
infalible, irrevocable, incuestionable y absolutamente segura sobre la cual no
puede flotar ninguna duda. Una vez
proclamado solemnemente, ningún dogma puede ser derogado o negado, ni por el
Papa ni por decisión conciliar. Por eso,
los dogmas constituyen la base inalterable de toda la Doctrina católica y
cualquier católico está obligado a adherir, aceptar y creer en los dogmas de
una manera irrevocable.
Los dogmas tienen estas
características porque los católicos confiamos en que un dogma es una verdad
que contiene, implícita o explícitamente, la inmutable Revelación divina o en
que tiene con ella una "conexión necesaria". Para que estas verdades se tornen en dogmas,
ellas necesitan ser propuestas directamente por la Iglesia Católica a sus
fieles como parte de su fe y de su doctrina, a través de una definición solemne
e infalible por el Supremo Magisterio de la Iglesia (Papa o Concilio ecuménico
con el Papa) y de la posterior enseñanza de éstas por parte del Magisterio
ordinario de la Iglesia. Para que tal proclamación o clarificación solemne
acontezca, son necesarias dos condiciones:
La primera, que el sentido debe estar suficientemente expresado como una
auténtica verdad revelada por Dios; y, la segunda, que la verdad o doctrina en
causa debe ser propuesta y definida solemnemente por la Iglesia siendo una
verdad revelada y una parte integrante de la fe católica.
Mas, "la definición de los
dogmas a lo largo de la historia de la Iglesia no quiere decir que tales
verdades solamente habían sido reveladas, sino que se tornaron más claras y
útiles para la Iglesia en su progresión en la fe". Por eso, la definición gradual de los dogmas
no es contradictoria con la creencia católica de que la Revelación divina es
inalterable, definitiva e inmutable desde la ascensión de Jesús.
Algunos dicen: «La vida es
movimiento. Estancarse es morir. Las ideas petrificadas no hacen avanzar a la
humanidad». Esto es verdad sólo en parte. Hay verdades definitivas -y los
dogmas lo son- que cambiarlas no es avanzar sino retroceder. Así pues, quien quiera cambiar que «la suma
de los ángulos de un triángulo vale dos rectos», no avanza, sino que retrocede
al error. El norteamericano Fukuyans, de
origen japonés, pretende que la Iglesia Católica renuncie a declarar que su
doctrina es la verdad absoluta, y se vuelva tolerante contentándose con ser una
opinión más en la sociedad, igual que las otras. Esto es tan ridículo como
pedirle a un químico que sea tolerante y acepte que el agua es NH3 en lugar de
H2O; o pedirle a un matemático que sea tolerante y acepte que Pi es 8,2014 en
lugar de 3,1416.
El contenido de los dogmas es
inmutable, pero la formulación de ese contenido se puede desarrollar para
acomodarse mejor al modo de hablar de los tiempos. El Magisterio de la Iglesia puede ir
mejorando el modo de expresar las verdades que creemos. Toda formulación
dogmática puede ser mejorada, ampliada y profundizada. Pero ninguna formulación dogmática del futuro
puede contradecir el sentido de anteriores formulaciones, sino solamente
completar lo que ya ha sido expresado por ellas.
Otras veces un estudio cada vez
más profundo nos hace progresar en nuestro conocimiento de la Revelación, y nos
hace ver más claramente verdades que antes no parecían tan claras. La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo,
penetra cada vez más profundamente en el contenido de la Revelación Divina,
descubriendo nuevos aspectos en ella implícitos, como son los dogmas de la
Inmaculada Concepción y de la Asunción.
La Revelación fue un hecho
histórico, y no puede crecer el número de verdades reveladas contenidas en el
depósito de la Revelación que es la Sagrada Escritura y la Tradición, porque
este depósito, quedó cerrado con la muerte del último Apóstol. «Ninguna verdad puede añadirse a la fe
católica que no esté contenida, explícita o implícitamente, en este depósito
revelado. (...) Lo único que cabe es una mayor explicación de los dogmas, pero
conservando el mismo sentido, que es definitivo e indeformable una vez definido
por la Iglesia».
Sí puede y debe crecer continua y
armónicamente nuestro conocimiento del dogma, pasando de lo implícito a lo
explícito. Y la Iglesia, al crecer con
el tiempo los conocimientos humanos, puede aprobar infaliblemente este progreso. Y esto no es crear nuevas verdades reveladas:
es descubrir lo que se encerraba en el viejo legado de los Apóstoles. Lo mismo
que ocurre con las estrellas del firmamento recientemente descubiertas, existían
desde mucho antes pero, nosotros solamente hasta ahora las hemos conocido.
Para que una cosa sea dogma de fe
es necesario que haya sido revelada por Dios, y que la Iglesia así lo declare.
Bien sea por una declaración solemne o por la enseñanza de su Magisterio
Ordinario. «Pero el ámbito de las
verdades de fe es mucho más amplio que el de las verdades expresamente
definidas. Hay verdades que llamamos ´de fe divina´ porque se encuentran en la
Sagrada Escritura o en la Tradición, que han de ser igualmente creídas, pero
que no han sido nunca definidas como dogma, como es el caso de la resurrección
de Cristo. Nadie ha negado en la
historia esta verdad; y por eso la Iglesia no ha sentido nunca la necesidad de
definirla».
El Depósito de la Revelación
Pública, como ya se dijo, acabó con la muerte del último Apóstol. Cualquier
otra revelación que se reciba es enteramente privada, y no puede tener valor, a
no ser que esté de acuerdo con la única Revelación Pública que Dios ha hecho a
los Apóstoles. «La fe cristiana no puede
aceptar ´revelaciones´ que pretenden corregir la Revelación de Cristo. Es el
caso de ciertas religiones no cristianas, y también de ciertas sectas
recientes» ni aun viniendo del propio papado.
La Revelación, pues, ha terminado,
pero «nosotros debemos usar nuestra inteligencia para explorar el dato
revelado, deduciendo verdades que a primera vista no aparecen claramente
explícitas en el mismo, pero que no por eso dejan de estar contenidas
virtualmente en él. (...) La garantía de lo que así descubrimos está en la
Iglesia, portadora de toda la Tradición cristiana e intérprete autorizado de la
Escritura Santa. (...) Es función del Magisterio definir los contenidos de la
Revelación. (...) La teología no debe suplantar al Magisterio. (...) La última
palabra la tiene el Magisterio».
«Algunos teólogos que critican la
doctrina del Magisterio de la Iglesia, después quieren que sus opiniones
personales sean doctrina infalible». A
propósito de esto dijo el Papa Pablo VI a los participantes en el Primer
Congreso Internacional de Teología del Concilio Vaticano II, el 1º de Octubre
de 1966: «Los teólogos deben investigar el dato revelado para iluminar los
artículos de la fe; pero sus aportaciones quedan sujetas a la enseñanza del
Magisterio auténtico. (...) Su preocupación ha de ser proponer la verdad
universal creída en la Iglesia bajo la guía del Magisterio más que sus ideas
personales».
Al Magisterio de la Iglesia hay
que obedecerle, no sólo cuando se trata de verdades de fe, sino también cuando
se refiere a opiniones que pueden desorientar al pueblo de Dios; pues también
en estos casos está protegido por la autoridad recibida de Dios, cosa que el
teólogo, como tal, no tiene, por mucha ciencia que tenga. Por eso dice el Sínodo de los Obispos de
1967: «No les corresponde a ellos la función de enseñar auténticamente».
La Conferencia Episcopal Española,
por ejemplo, hizo una llamada a «la responsabilidad de los teólogos» para que acatasen
los planteamientos de la encíclica Veritatis Splendor sobre las cuestiones
fundamentales de la moral y su enseñanza. En el documento titulado Nota sobre la
enseñanza de la moral se alude a los teólogos «que disienten públicamente de la
enseñanza del Magisterio. (...) Es necesario evitar esta actitud que empobrece
y esteriliza el trabajo teológico y lo vuelve contraproducente para la misión
evangelizadora de la Iglesia»
«Los que ejercitan el Magisterio
de la Iglesia son exclusivamente el Papa y los Obispos, porque a ellos
solamente ha confiado Jesucristo la potestad de enseñar». «Fuera de los legítimos sucesores de los
Apóstoles (que son el Papa y los Obispos) no hay otros Maestros de derecho
divino en la Iglesia de Cristo».
Cuando el Papa habla en una
encíclica enseña como auténtico Maestro y no como un doctor más. Por eso no es
válido apelar a la autoridad de otro teólogo para sostener lo contrario de lo
que el Papa ha enseñado. «Los fieles
católicos han de aceptar las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia con
obediencia religiosa, sabiendo que les obliga en conciencia». «La misión del Magisterio de la Iglesia es
velar para que el Pueblo de Dios permanezca en la verdad».
La Iglesia se compone de Pueblo
de Dios y Jerarquía: pluralidad en los súbditos y autoridad que unifica mirando
por el bien común de todos, pues hay que armonizar el pluralismo en lo
accidental con la unidad en lo esencial.
No son dos Iglesias, sino dos partes de una única Iglesia. Separar estas
dos partes sería la muerte de la Iglesia; como es la muerte de una persona
separar el cuerpo del alma.
Un católico tiene que aceptar
todos los dogmas de fe revelados por Dios. No puede rechazar ni uno. O se es
católico del todo, o se deja de ser católico. No se puede ser «casi católico»,
lo mismo que no se puede estar «casi vivo», porque eso es estar muerto. Si
«casi» me toca la lotería, no tengo derecho a cobrar el premio: o me toca el
número entero o no me ha tocado. El «casi» me toca, no vale.
Esta sumisión al Santo Padre es
exigida también a los sacerdotes y teólogos. Quienes instruyen a otros en la fe, tienen que enseñar el mensaje
auténtico de la Iglesia. El católico tiene derecho a ser enseñado por un
sacerdote que esté de acuerdo con el Papa». Quien desobedece a la Jerarquía
Eclesiástica desobedece al mismo Jesucristo. Él nos dijo: «El que a vosotros
escucha, a Mí me escucha; el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia. Y el
que me desprecie a Mí desprecia a Aquél que me ha enviado» pero, y qué pasa en momentos como el actual, en que un Papa lidera una
enseñanza que contradice a la de los 2000 años anteriores? Pues es necesario ubicar el mensaje auténtico
de la Iglesia, lo que se ha enseñado desde siempre, pues ahí está la verdad.
La fe de la Iglesia está
condensada en el Credo de los Apóstoles. Se le suele llamar símbolo, que es una
profesión de fe abreviada. El Credo de
los Apóstoles fue retocado por los Concilios de Nicea y Constantinopla para
aclarar la doctrina revelada frente a las herejías que entonces empezaban a
aparecer. No podemos decir que nuestras
formulaciones de fe sean las mejores posibles. Están sujetas a
perfeccionamiento. Pero sin contradecir nunca u olvidar el sentido primitivo»
Los dogmas más importantes, que
tratan de asuntos como la Santísima Trinidad y Jesucristo, "fueron
definidos en los primeros concilios ecuménicos; el Concilio Vaticano I fue el
último en definir verdades dogmáticas (primacía e infalibilidad del Papa)".
Entre las definiciones de dogmas "más recientes están la Inmaculada
Concepción [...] (1854) y la Asunción de Nuestra Señora [...] (1950)".
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