Durante los primeros 300 años de
la Iglesia todos los papas fueron santos y casi todos mártires. Que diferencia
con lo que tenemos hoy en día. Con la cruz indicados los mártires
+San Pedro (+67). –San Lino
(+76). +San Anacleto (+88). +San Clemente I (+97). –San Evaristo (+105). –San
Alejandro I (+115). –San Sixto I (+125). +San Telesforo (+136). +San Higinio
(+140). +San Pío I (+155). +San Aniceto (+166). +San Sotero (+175). +San Eleuterio
(+189). +San Víctor I (+199). +San Ceferino (+217). +San Calixto (+222). +San
Urbano (+230). –San Ponciano (+235). +San Anterus (+235). +San Fabián (+250).
+San Cornelio (+253). +San Lucio I (+254). +San Esteban I (+257). +San Sixto II
(+258). –San Dionisio (+268). –San Félix I (+274). +San Eutiquiano (+283). +San
Cayo (+296). +San Marcelino (+304). +San Marcelo I (+309). +San Eusebio (+309).
Con la conversión del emperador Constantino (312-337) cesan las persecuciones y
logra la Iglesia la libertad civil.
Tácito hablando de la persecución
de Nerón contra los Cristianos Católicos: «A su suplicio se unió el escarnio,
de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos hecho cubrirse
con pieles de fieras. O bien clavados en cruces, al caer el día, [untados de
brea] eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche».
Fueron tales los tormentos que llegaron a suscitar compasión y horror en el
mismo pueblo romano. «Entonces –sigue diciendo Tácito– se manifestó un
sentimiento de piedad, aun tratándose de gente merecedora de los más ejemplares
castigos, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para
satisfacer la crueldad de un individuo», Nerón. Y la persecución no terminó en
aquel fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año 67.
«En verdad, en verdad os digo que
si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere,
llevará mucho fruto» (Jn 12,24).
En el año 197 escribe Tertuliano:
«La sangre [de los mártires] es semilla de los cristianos» (sanguis martyrum
semen christianorum: Apologeticum 50,13). Por ese mismo tiempo se escribe en
una carta de autor anónimo al pagano Diogneto: «¿No ves cómo [los cristianos]
son arrojados a las fieras para obligarles a renegar de su Señor, y no son
vencidos? ¿No ves cómo, cuanto más se los castiga de muerte, en mayor cantidad
aparecen otros? Eso ya se ve que no es obra de hombres; eso pertenece al poder
de Dios; eso son pruebas de su presencia» (VII,78). Por esos años también,
Hipólito Romano escribe durante la persecución de Septimio Severo, que un gran
número de hombres, atraídos a la fe por medio de los mártires, se convertían a
su vez en mártires (cf. Com. sobre Daniel II, 38).
Los cristianos denunciaban con su
testimonio y también con su palabra los vergonzosos pecados que invadían a los
hombres de su tiempo, que habían llegado a ver los peores vicios como excelsas
virtudes (Rm 1). Se negaban a participar en los cultos del Imperio: preferían
la muerte, antes que quemar unos granitos de incienso ante la estatua del
emperador divinizado. Y aunque en nada accidental se distinguían de sus
contemporáneos, y eran los más cumplidores de las leyes, se diferenciaban
claramente de la sociedad vigente, porque NO ADMITÍAN EN ABSOLUTO ABORTOS O
INFANTICIDIOS, DIVORCIOS, CONCUBINATOS Y ADULTERIOS, ESPECTÁCULOS INDECENTES Y
CRUELES, Y SE DISTANCIABAN INCLUSO DE COSTUMBRES POR TODOS ACEPTADAS, como las
termas… Y para colmo, en todo el Imperio se multiplicaban en una cantidad
alarmante. El pueblo, estimulado por los políticos y los intelectuales, fue
creando siniestras calumnias, que hacían ver a los cristianos como «un pueblo
miseriable y odioso».
El Imperio romano perseguía sobre
todo los cuerpos por la violencia. Pero el Mundo actual apóstata, usando más la
seducción que la fuerza, procura la destrucción de la Iglesia por la corrupción
de las almas, por el engaño de la mentira, por la estimulación multiforme del
pecado, por la destrucción del matrimonio y de la familia, por la depravación
de niños, adolescentes y jóvenes, por la sistemática negación de Dios y de la
vida eterna. La apocalíptica Bestia anti-Cristo del mundo moderno, guardando
cierta discreción en los modos, persigue implacablemente todo lo cristiano con
la complicidad poderosa de los Grandes Organismos Internacionales.
Tres datos fundamentales.
1. La
Iglesia de nuestro tiempo ha tenido innumerables mártires. De los 40 millones
de mártires habidos en toda la historia de la Iglesia, cerca de 27 millones son
del siglo XX (Symposium «Testigos de la fe en el s. XX, Roma 2000). Es muy
difícil en tal asunto hacer una estadística segura. Antonio Socci, en el libro
I nuovi perseguitati (2002), estima en 70 millones los cristianos mártires, de
los cuales 45 millones (el 65%) serían del siglo XX. Y a la vez:
2. En
veinte siglos de su historia, la historia de la Iglesia nunca ha tenido una
cantidad de apostasías comparable con el actual, tanto en número como en
extensión. No pocas Iglesias locales se han visto reducidas en no muchas
décadas a la mitad o a un quinto de lo que eran. Incontables cristianos han
apostatado de la fe en Cristo, quizá sin enterarse. Despreciando los
mandamientos del Señor, han aceptado el sello de la Bestia en su frente y en su
mano –en el pensamiento y la acción– (Ap 13,16-17). Se han alejado masivamente
de la Eucaristía, y aún más de la Penitencia. Es decir, han abandonado la unión
sacramental con Cristo y la vida de la gracia. No pueden ya, en estas
condiciones, vivir la vida cristiana, ni mucho menos transmitirla a sus hijos.
3. La
persecución del naturalismo liberal y relativista contra la Iglesia es en
nuestro tiempo mucho más fuerte y eficaz que la de los primeros siglos. El
Imperio romano era para los cristianos un perro de mal genio, con el que se
podía convivir a veces, aunque en cualquier momento podía morder, comparado con
el león terrible del Mundo moderno apóstata: éste pretende destruir la Iglesia
física y espiritualmente, desde fuera y desde dentro. Y es lógico que así sea:
corruptio optimi pessima.
Los católicos teocéntricos, es
decir que orbitan, giran, dependen de Dios: ...Por eso, al combatir el mal y al
promover el bien bajo la acción de la gracia, no temen verse marginados,
encarcelados o muertos. Llegada la persecución –que en uno u otro modo es
continua en el mundo–, ni se les pasa por la mente pensar que aquella fidelidad
martirial, que pueda traerles desprecios, marginaciones, empobrecimientos,
desprestigios y disminuciones sociales o incluso la pérdida de sus vidas, va a
frenar la causa del Reino en este mundo. Muy al contrario, están ciertos de que
la docilidad incondicional a la gracia de Dios es lo más fecundo para la
evangelización del mundo, aunque eventualmente pueda traer consigo
proscripciones sociales, penalidades y muerte. Están, pues, prontos para el
martirio.
Los católicos antropocéntricos,
es decir los que orbitan en torno de sí mismos, los falsos cristianos: ...En
consecuencia, rehuyen el martirio en conciencia, como sea, en cualquiera de sus
formas. Procuran por todos los medios estar bien situados y considerados en el
mundo, aunque esto exija hacerse más o menos cómplices, al menos pasivos, de
las abominaciones mundanas. Así, estando a bien con el mundo, podrán servir
mejor al Reino de Dios en la vida presente. Esperan que, «salvando su vida» en
este mundo, conseguirán que su parte humana colabore mejor y más eficazmente
con la parte de Dios en el servicio al Reino.
Por último, La Iglesia
voluntarista, puesta en el mundo en el trance del Bautista, es decir de tener
que dar razón de su fe, se dice a sí misma: «no le diré la verdad al rey, pues
si lo hago, me cortará la cabeza, y sin ella no podré seguir evangelizando. Yo
debo proteger ante todo el ministerio profético que Dios me ha confiado».
¡Cuántos Obispos, párrocos, teólogos, padres de familia, políticos, profesores,
misioneros, laicos comprometidos y feligreses de toda índole piensan y actúan
así! Por el contrario, sabiendo que la salvación del mundo la obra Dios, la
Iglesia, la Iglesia verdadera de Cristo, dice y hace la verdad, sin miedo a
verse pobre y marginada. Y entonces es cuando, sufriendo persecución,
evangeliza al mundo y crece más y más: «no te es lícito tener la mujer de tu
hermano» (Mt 14,1-12).
El horror a la Cruz ha llegado a
expresarse en teología y espiritualidad: «Dios nos quiso la cruz de Cristo»,
«El Padre celestial no necesita para perdonar a sus hijos verlos afligidos por
penalidades voluntarias», etc. Los santos de nuestro tiempo han conocido la
perversidad de estas doctrinas. Edith Stein, Santa Benedicta de la Cruz,
escribe: «Los seguidores del Anticristo… deshonran la imagen de la cruz y se
esfuerzan todo lo posible para arrancar la cruz del corazón de los cristianos.
Y muy frecuentemente lo consiguen, incluso entre los que», etc. (Exaltación de
la Cruz, meditación 14-IX-1939).
–Hoy los cristianos fieles a
Cristo son mártires del mundo y también mártires de aquella Iglesia local
descristianizada en donde la providencia del Señor les ha dado vivir. Los
fieles de Misa dominical, oración y sacramentos, apostolado y espíritu de
pobreza (no gastos superfluos, para poder acordarse de los pobres y de la
Iglesia), castidad juvenil y conyugal (no anticonceptivos), que «no se
configuran a este siglo», es decir, al pecado del mundo (lujo, culto al cuerpo,
a la riqueza, al poder político, impudor en vestir, espectáculos, ocasiones
próximas de pecado, malas doctrinas y costumbres, uso abusivo de los medios de
comunicación, etc.), sino que, por el contrario, procuran «transformarse por la
renovación de la mente, procurando conocer cuál es en todo la voluntad de Dios»
(Rm 12,2), son doblemente mártires, pues sufren la persecución del mundo y la
de su Iglesia local. Por supuesto, la más dolorosa es la persecución que sufren
de la Iglesia.
Los tiempos se terminan y el Fin
se acerca. Cristo Viene!
Viva Cristo Rey