ORACIÓN DE RENUNCIA Y ROMPIMIENTO DE ATADURAS INTERGENERACIONALES


En tu nombre Jesucristo, yo (___________________) de manera personal y a nombre de mis antepasados desde la quinceava generación (15) generación en línea materna y paterna pido perdón por los pecados con que ellos y yo hemos ofendido a un Dios tan bueno y Señor si muchos de mis ancestros se encuentran en un estado purgativo te pido que por medio de la intersección poderosa de la Siempre Virgen María y de estas Eucaristías se rompan, se anulen, se destruyan  toda las maldiciones heredadas en mí y en mi familia en la generación presente y futuras

Pido perdón por todas las  prácticas  ocultistas realizadas por mí y por mis antepasados como:

Conjuros, encantamientos, Experiencia extra corporal, Gnosticismo  (proyección astral), Tabla ouija, Mal de ojo, Orinoterapia, Hechizos o maldiciones, Participación en  Sectas satánicas, Control mental,  Escritura automática,  Trances,  Guías espirituales, Lectura del: Tabaco, cartas, cigarrillo, (hojas de té, chocolate etc.),  Cartas Tarot,  Levitación, Magia, Numerología, sortilegios es decir apuestas, juegos de carta etc, Lectura de manos o quiromancia, Astrología, horóscopos, Sesiones de espiritismo,  Magia blanca negra, roja, Pactos de sangre, Objetos de adoración cristales, cuarzos, amuletos para la buena suerte, Supersticiones, Mormonismo (santos de los últimos días),  Testigos de Jehová, Nueva Era (libros, objetos, seminarios, medicinas etc.),  Masonería,  Ciencia de la mente, Iglesia de la unificación (Moonies), Control mental Silva, Meditación Transcendental, Hare Krishna, Yoga, Metafísica (libros y practicas), José Gregorio Hernández (invocación), Matas de sábila u otras,  Herraduras en la puertas, Baños, riegos, sahumerios, bebedizos y  otros, Películas pornográficas, juegos por computadora ocultistas que evocan al maligno, Hipnosis, clarividencia,  Encuentros con ovnis, Orientalismo, Ekekos, Música: Rock, Nueva era, Metálica, Ritos sahumerios, baños, bebedizos, Androginia, Antroposofía, Chamanismo, Channeling (canalización), Conciencia planetaria, Cristales, Eneagrama, Era de Acuario, Esoterismo, Feng-shui, Gran Hermandad Blanca, Hermetismo, Holismo, Monismo, Movimiento del Potencial Humano, Neopaganismo, Música New Age, Ocultismo, Mensaje Subliminal, Panteísmo, Parapsicología, Pensamiento Nuevo, Pensamiento Positivo, vudú
Psicología profunda, Rebirthing: (v. Renacer), Reencarnación, Teosofía, Wicca, sacerdotes negros, obispos negros, iluministas, telequinesis, regresiones, desdoblamientos astrales, sacrilegios humanos y animales, rituales demoniacos, consagraciones realizadas a personas de la familia al demonio.   

En el nombre de Jesús reprendo, rompo y libero y Renuncio a Satanás, a todas sus fascinaciones, seducciones y mentiras. Renuncio a toda práctica de brujería, magia blanca, negra, de cualquier color, santería, hechicería o vudú. Renuncio a toda limpia con huevo, yerbas, bálsamos, vino, sangre o fuego. Renuncio a todo pacto, reto, sello, alianza o consagración al demonio; a conjuros, perjuros, maleficios e invocaciones diabólicas.

En el nombre de Jesús reprendo, rompo libero y renuncio a toda maldición, mal deseo, envidia, odio, rencor, ruina, miseria económica,  resentimiento, codicia, avaricia, soborno, robo, fraude, despojo o enriquecimiento ilícito. Renuncio a todo acto de orgullo, soberbia, prepotencia, vanidad y egolatría. Renuncio a todo rito de iniciación chamánica, espiritista, espiritualista, masonería, filosofía rosacruz, dianética y a toda secta o sociedad secreta.

En el nombre de Jesús reprendo, rompo libero y renuncio a todo conocimiento de la nueva era, creencia en la re-encarnación, esoterismo, metafísica, meditación trascendental, yoga, a todo acto de curanderismo, a las operaciones espirituales, hipnotismo con regresiones, baños con flores, especies, yerbas, sangre de animales o humana o con otras substancias con fines mágicos.

En el nombre de Jesús reprendo, rompo libero y renuncio a toda lujuria, aborto, adulterio, homosexualidad, bisexualidad, lesbianismo, masturbación, travestismo, sexo oculto, sexo ilícito, imaginaciones asquerosas, esterilidad, fantasías sexuales, frigidez, impotencia, desnudez, promiscuidad, el ligar       incesto, violación, pornografía, bestialismo, promiscuidad y prostitución. A todo lo que yo y mis antepasados hayan hecho ilícitamente para controlar, nulificar o desbordar mi sexualidad, espíritus íncubos y súcubos, lascivia, obscenidad, amor al dinero, sadismo, sodomía, masoquismo, lujuria de la sangre, lujuria de los ojos, lujuria de la carne. Lujuria que salga de los órganos del sexo, de los labios, de la lengua, de los brotes del gusto, de la garganta y de la mente, orgías, celos.    

En el nombre de Jesús pido perdón por mí y por mis antepasados, reprendo, rompo libero y renuncio al culto y veneración a la llamada "santa muerte" o al vampirismo, a todo encantamiento, invocación y evocación de muertos, a espíritus custodios, guardianes, cósmicos, protectores, espías, vigilantes, a seres espirituales nombrados "maestros de sabiduría", o a cualquier otro ser maléfico en forma oculta o manifiesta.

En el nombre de Jesús pido perdón por mí y por mis antepasados, reprendo, rompo libero y renuncio a todo acto o juego de mediumnidad, a la ouija, al control mental, al manejo del péndulo, a instrumentos para encontrar "tesoros ocultos" o dinero enterrado. Renuncio también a toda clase de adivinación, sortilegio, lectura de cartas, café y caracoles, a toda forma de astrología, horóscopos o cartas astrales, tarot

En el nombre de Jesús pido perdón por mí y por mis antepasados, reprendo, rompo libero y renuncio a los amuletos y talismanes, a las herraduras, pirámides, cuarzos, imanes, agujas, sábilas o ajos con moños rojos, imágenes de santos mezcladas con tierra de panteón, velas y veladoras de colores "curadas", fetiches y representaciones de mi persona de cualquier material y forma que se encuentren enterrados o sean manipulados por mí mismo y mis antepasados.

En el nombre de Jesús pido perdón por mí y por mis antepasados, reprendo, rompo libero y renuncio  a toda forma  equivocada de "medicina alternativa" que bajo engaños haya ritualizado mi ser al demonio. En el nombre de Jesús, renuncio a toda comida o bebida mezclada con brujería que haya yo ingerido, y a todo lo que haya sido tirado, rociado o untado en mi cuerpo, ropa, zapatos, casa, trabajo, negocio o cualquier pertenencia u objeto que esté cercano a mí, que haya sido maldecido o consagrado al mal.

Pido perdón por todos los pecados que originaron enfermedades traídas por maldición sobre mí y sobre mi familia. En el nombre de Jesús reprendo, rompo libero y renuncio y echo fuera de mí de mi familia,  esta generación y de las futuras todo espíritu de traición, destrucción, muerte, esclavitud, ausencia de Dios, miseria, mendicidad, soltería, infelicidad matrimonial, viudez, orfandad, amargura, envejecimiento o muerte prematura, persecución, problemas con las leyes o la justicia humana, esterilidad, humillación, rechazo, insomnio, deseos de suicidio, aislamiento, locura, soledad, neurosis, depresión, obsesión, asma, enfermedades bronquiales, órganos que no funcional (páncreas, venas, corazón, oídos espalda, huesos, hígados, riñones etc)  esc   miedo, angustia, debilidad, enfermedades crónicas (diabetes, hipertensión, infartos)invalidez, ceguera, sordera, mudez, falta de olfato, imposibilidad de saborear la comida, insensibilidad, celos, inconformidad, incapacidad para vivir, conseguir o conservar un trabajo, una pareja, un matrimonio o una familia, la desesperación , odio de padre/madre, odio al esposo/a obstinación infantil, violencia, guerra lucha, hiperactividad locura, miseria y condenación corazón roto la esquizofrenia, abortos, infanticidio, fratricidio, venganza, celos, lengua indomable, liberación y actividad de la mujer, holgazanería, odio a las mujeres, madre, esposa, miedo de mujer, miedo de hombres, odió de si mismo, desaliento fatal de coraje de valores, exilios ociosidad, dejadez, divorcios destierros, desheredación,  no gozo del fruto del trabajo,  soledad.  

Ruego por la curación de cualquier desequilibrio o daño del cerebro de químicos y neuronas. 

En el nombre de Jesús reprendo, rompo libero y renuncio y echo fuera de mí, de mi familia, de esta generación y de las futuras todo espíritu  de alcoholismo o de cualquier otra adicción, de mal carácter, de falta de memoria, de falta de control y dominio de mi ser, irrealidad, inconsciencia, envidia, abandono, gula, suciedad, desorden, malos olores crónicos en mi cuerpo, ropa o casa, de falta de fe, esperanza y caridad, de falta de interés en la vida, de desprecio a la eucaristía y de aborrecimiento o flojera para tener vida de oración, apego a las drogas, al alcohol, síndrome alcohólico .

Corto a través de la Sangre de Cristo, destruyo y nulifico los medios a través de los cuales fueron hechos los daños antes mencionados, si fueron veladoras, fotos, ropa, tijeras, agujas, fetiches, entierros, lo que haya sido.

En el nombre de Jesús reprendo, rompo libero y renuncio a lo que en forma consciente o inconsciente haya yo hecho y mis antepasados para obtener poderes, dinero, éxito, buena suerte o pretender saber el futuro, o bien para conseguir el amor y la salud propios o ajenos, o tener dominio y control sobre personas, objetos, animales, lugares, espíritus y fuerzas de la naturaleza.

Pido perdón al Señor por todos los pecados míos y mis antepasados por dañar a otras personas en sus bienes materiales y espirituales, robos, homicidios, atracos, envidias, calumnias, critica, mentira, difamación, división, maldecir, traición, arrogancia, terquedad, superioridad, inferioridad, engaño, mañosidad, caprichos, tibieza, rechazo a la autoridad de Dios, furia, epilepsia, venganzas, odios desear l mal, vanidades, orgullo, soberbia, crecer mas que los demás humillándolos, mal genios, mal trato a otras razas y etnias. Nulifico los efectos de cualquier práctica contraria al compromiso adquirido a través de mi bautismo, de fidelidad y reconocimiento a Jesucristo como mi único Salvador, a los Sacramentos, a la Virgen María y a la iglesia católica.

Pido perdón al Señor por todos los pecados míos y por los de mis antepasados, por no pagar impuestos, diezmos, amor al dinero, avaricia, codicia, hurto, robo escalas injustas pobreza, carencia, polilla moho, pestes en los campos.

Pido perdón al Señor por todos los pecados míos y de mis antepasados por no honrar a Padre y Madre, trabajar el día de descaso dedicado al Señor, por no santificar las fiestas de guarda, deshonesto en el trabajo.

A lo que impida el ejercicio de mi sentido común, capacidad de juicio, entendimiento y voluntad. Echo fuera de mí, de esta generación y de las generaciones futuras  todo aquello con lo que haya intentado sustituir el amor y la confianza de Jesús. Renuncio al rechazo de mis padres desde el instante de mi concepción y durante mi vida en el seno materno. Renuncio al mal que me causaron por intentar abortarme: con yerbas, sustancias químicas o con objetos punzo cortantes. Renuncio a todo el rencor que tengo si fui dado en adopción o abandonado sin haber conocido a mis padres biológicos o a maldiciones recibidas durante mi gestación.

Nulifico por las llagas de Jesús todo mandato de fracaso, muerte en vida y suicidio que hay en mí por estas causas, la incapacidad para aceptar el amor de Dios, para aceptarme a mí mismo o a las personas, para estudiar, trabajar y ser feliz.

En el nombre de Jesús reprendo, rompo libero y renuncio a todo lo que sea contrario a la salud, el respeto y la dignidad que como templo del Espíritu Santo, necesita todo mi ser y que esté impidiendo relacionarme con Dios, conmigo mismo (a), con mi entorno en una forma sana, tener una familia unida y un trabajo digno y bien remunerado.

Porque Jesucristo se manifestó para deshacer las obras del diablo: habiendo denunciado, renunciado y echado fuera de mí todos los espíritus del mal, los envío atados y amordazados a los pies de la Santa Cruz y les prohíbo regresar.

Habiendo nulificado todos los efectos, causas y consecuencias, tomo autoridad, en el nombre de Jesús, para que caigan todos los bloqueos, tinieblas y barrer, las que satanás construyó a mi alrededor y le ordenó a todo ser demoníaco que despojó a mi familia o a mí mismo ___________ que nos devuelva, lo que nos quitó.

Padre Santo, te lo ruego, sana toda mi vida, perdona a mis antepasado y dales el descanso eterno, libera a mis  toda mi historia personal, perdóname, ayúdame, libérame, bendíceme. Padre Dios, acepto que Tú seas mi Padre, Jesucristo mi Hermano, la Virgen María mi Madre, porque hoy, yo (__________) les pertenezco para siempre. A través de Tu Santo Espíritu, guíame para la reparación de todas las faltas que cometí y enséñame a amar Tu Voluntad.

Gracias Padre. Amén

Si las almas del purgatorio pueden aparecerse a los vivos


Naturalmente hablando, las almas del purgatorio están desconectadas de la tierra, y sólo por una intervención divina de tipo milagroso y con alguna finalidad honesta –escarmiento de los vivos, petición de sufragios, etc.– podría producirse su aparición ante nosotros.

Su posibilidad no puede ponerse en duda. Naturalmente no pueden ponerse en contacto con nosotros, no sólo porque están desconectadas de las cosas de la tierra, sino porque nadie puede ver sin ojos, ni escuchar sin oídos, ni sentir sin sentidos. Pero Dios puede muy bien concederles el poder de hacerse visibles a nuestros ojos, ya sea uniéndose momentáneamente a un cuerpo que las represente, o por medio de un ángel que desempeñe su papel acaso ignorándolo la misma alma [I, 89, 8 ad 2; III, 3 y 4]. En la mayoría de los casos, la aparición, aun siendo verdadera y milagrosa, no se realizará sino en la apreciación subjetiva del que la recibe (v.gr., por una inmutación milagrosa de sus ojos o de su imaginación).

En cuanto al juicio interpretativo de esas visiones o revelaciones, hacemos completamente nuestras las siguientes palabras de un teólogo contemporáneo:

“Ciertas vidas de santos están llenas de relatos maravillosos concernientes a apariciones de almas del purgatorio … El teólogo nada tiene que decir sobre el hecho de tales apariciones; corresponde al historiador el deber de pasarlos por la criba de la crítica histórica para ver lo que puede ser retenido razonablemente. Una sola norma directa puede dar aquí el teólogo: la aparición de un alma del purgatorio, siendo como es un verdadero milagro, no suele producirse sino muy raras veces. Un buen número de relatos deberían, pues, ser tenidos por sospechosos.

En cuanto a su interpretación, Cayetano recuerda sabiamente que la enseñanza de la Iglesia no se apoya jamás en revelaciones privadas, cualquiera que sea su autenticidad. Este es el caso de recordar la recomendación de San Pablo: Aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. (Gál 1,8). Las visiones y revelaciones privadas no pueden completar, ni siquiera explicar, el depósito de la fe. La razón es por que no puede haber en ellas certeza absoluta de su origen divino ni de la verdad de su contenido. Sólo la Iglesia está encargada por Jesucristo de interpretar y proponer auténticamente la revelación, y se trata aquí únicamente de la revelación pública. Por lo mismo, la aprobación o la recomendación concedida por la Santa Sede a algunas revelaciones privadas no significan en modo alguno que la Iglesia garantice su origen divino o que su contenido es verdadero, sino únicamente que, interpretadas razonablemente, no contienen nada contra la fe y pueden incluso contribuir a la edificación de los fieles. Sería, pues, completamente inadmisible que estas revelaciones privadas fueran presentadas en el mismo plano que el Evangelio, ya sea para completarle o ya para explicarle.

Tales apariciones o revelaciones las tiene la Iglesia:

a)      Como posibles, puesto que no las rechaza a priori cuando hay lugar a someterlas a su juicio.

b)      Como reales en ciertos casos, puesto que ha autorizado e incluso aprobado muchas de ellas, sea por sentencias permisivas o laudatorias, sea por la canonización de los santos a quienes habían sido hechas, sea por la aprobación o el establecimiento de fiestas litúrgicas basadas en ellas.

c)       Como relativamente raras, porque siempre las somete a examen, si no con una positiva desconfianza, al menos con extrema circunspección.

d)      Como necesariamente subordinadas a la revelación pública y hasta como justificables por la teología, que es siempre llamada a juzgarlas a la luz de la fe católica.

e)      Por extrañas al depósito de revelación general y universalmente obligatoria, puesto que nunca considera como herejes a los que rehúsan admitirlas, aunque en eso puedan ser a veces imprudentes y temerarios.

Por aquí se ve cuánta circunspección se impone cuando se trata de acoger revelaciones privadas tocantes al purgatorio… Santa Brígida y Santa Matilde han suministrado algunos datos interesantes; pero las revelaciones privadas que pueden acogerse con más favor son las de Santa Catalina de Génova en su Tratado al Purgatorio, que recibió en 1666 la aprobación de la Universidad de París… Fuera de este tratadito, que ha recibido una especie de pasaporte de la Iglesia, apenas se conocen revelaciones privadas sobre el purgatorio que puedan ser de alguna utilidad en teología.

Es preciso, pues, acoger con muchas reservas las afirmaciones aportadas por las revelaciones privadas (o que pretenden serlo) sobre la duración o gravedad de las penas del purgatorio. No teniendo la Iglesia ninguna enseñanza firme sobre estos dos puntos, conviene permanecer prudentes como ella” [Michel, Purgatoire: DTC 13,1314–1315].

Y si esto hay que decir de las apariciones y revelaciones privadas que en nada ofenden al dogma o a la moral católica, júzguese lo que habrá que pensar de las pretendidas “materializaciones” de los espíritus de los difuntos en las sesiones espiritistas, en las que el fraude más burdo y los errores más crasos se unen a la ignorancia y credulidad estúpida de los que se dejan embaucar por esas gentes desaprensivas para ponerse en "contacto" con los seres del más allá.

Jesús enseña una nueva manera de orar




Todo hijo conversa con su padre. Jesús, por supuesto, hablaba con su Padre. Y como la visión que él tenía de Dios era nueva, su forma de orar tenía que ser también en cierto sentido nueva. La forma en que Jesús oró dependió en todo de su fe y de su experiencia de Dios. Así nos pasa a todos.

1. LA ORACIÓN DE JESÚS

Jesús y sus discípulos pertenecían a un pueblo que sabía orar. Su herencia litúrgica era muy rica. A pesar de ello, en tiempos de Jesús la oración en muchos casos se había vuelto bastante formularia y estaba dirigida a un Dios lejano, exigente y alejado de los problemas corrientes de la gente. En este mundo hace su entrada Jesús con una nueva manera de orar.
Veamos la oración de Jesús distinguiendo tres niveles: la oración litúrgica normal de todo judío piadoso, su oración personal en momentos de importancia y ciertas oraciones especiales que concentran lo más profundo de su vida.
a) La oración litúrgica ordinaria
Jesús tomaba parte normalmente en el culto sabático y oraba junto con la comunidad (Lc 4,16).
Por sus palabras se nota que conocía bien las Escrituras y las oraciones usadas en su época. En su predicación con frecuencia usaba frases inspiradas en ellas.
La oración de la mesa, antes y después de comer, parece cosa normal para él (Mt 14,19; 15,36; 26,26-27). Seguramente no hubo día en su vida en el que no observara los tres ratos de oración, según lo mandaban las costumbres piadosas de la época.
Varias veces le vemos participar en las romerías religiosas.
Sin duda alguna él participaba en la oración de su pueblo, pero, como vemos en el siguiente apartado, supo también denunciar y corregir todo tipo de falsificación de la oración.
b) La oración personal
Jesús no se contentó con la herencia litúrgica: su oración rompe los moldes de las costumbres piadosas de su época.
Toda la vida de Jesús se realiza en un clima de oración. Su vida pública comienza con una oración en el bautismo (Lc 3,21) y un largo retiro de oración en soledad (Mt 4,1-11). Y termina también con una oración (Mt 27,46; Mc 15,34; Lc 23,46).
Jesús aparece orando en los momentos de decisiones históricas importantes, como al elegir a los doce (Lc 6,12-13), al enseñar el padrenuestro (Lc 11,1), antes de curar al niño epiléptico (Mc 9,29). Ora por personas concretas, por Pedro (Lc 22,32), por los niños (Mc 10,16), por los verdugos (Lc 23,34).
A veces se retiraba de su actividad pública para dedicar largos ratos para conversar con su Padre. Para ello se le ve irse a un huerto apartado o a un descampado. Allá pasa horas enteras (Mc 1,35; 6,46; 14,32). E incluso noches enteras (Lc 6,12) "El acostumbraba retirarse a lugares despoblados para orar"(Lc 5,16).
Jesús no se apartaba de la costumbre ambiental solamente en lo referente a la frecuencia y a la longitud de sus ratos de oración. Las oraciones oficiales de su época se rezaban en hebreo, idioma que no entendía la gente sencilla. El rezaba en arameo, la lengua del pueblo, como nuestro guaraní. Ya vimos cómo se dirigía a Dios con la palabra familiar "Abbá". Y su oración típica, el padrenuestro, se la entrega a la comunidad en su lengua materna, el arameo. Con eso, Jesús saca a la oración del círculo exclusivo de la liturgia sagrada, y la pone en medio de la vida.
c) Oraciones en momentos decisivos
Pocas veces se nos habla en los Evangelios del contenido de la oración de Jesús. Pero hay dos casos especiales en los que nos vamos a fijar, la oración de acción de gracias y la oración del huerto, pues reflejan dos momentos importantes en su existencia.
En el capítulo IV ya hablamos de su oración de acción de gracias al Padre por haber revelado la Buena Nueva "a la gente sencilla" (Mt 11,25-26). Jesús termina diciendo: "Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien". Se trata de una oración expresada por Jesús en un momento decisivo de su actividad. Según las apreciaciones humanas, la predicación de Jesús estaba fracasando, ya que las personas influyentes de su país habían rechazado abiertamente su mensaje, y únicamente lo seguía un grupo de personas sin importancia. Y en estas circunstancias de fracaso humano, Jesús se regocija y da gracias porque el misterio del Padre ha sido entendido solamente por la gente sencilla, y los "sabios" en cambio siguen sin ver. Se ha hecho posible lo que parecía imposible: han comprendido sólo los que parecía que no podían entender. Así lo ha dispuesto la voluntad del Padre, bueno y clemente. Y al darse cuenta de ello, Jesús se alegra y da gracias, aceptando y alabando este designio del Padre, como algo inesperado y maravilloso.
La segunda oración a la que nos referimos es la del huerto:
"Adelantándose un poco, cayó a tierra, pidiendo que si fuera posible se alejara de él aquella hora. Decía: ¡Abbá! ¡Papá!, todo es posible para ti, aparta de mí este trago, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú" (Mc 14,36).
Es un momento serio de crisis, pues siente amenazado el sentido de la totalidad de su vida. Y en este momento decisivo, Jesús va a la oración. Así sucedió ya en las tentaciones del desierto (Lc 4,1-13), que no son otra cosa que un diálogo con el Padre sobre la esencia última de su misión y el modo de llevarla a cabo. Y vuelve a aparecer en la oración de Jesús en la cruz (Mt 27,46; Lc 23,46). Siempre que el sentido de su vida se ve amenazado, Jesús se pone en oración delante de su Padre.
La oración del huerto recoge la crisis de Jesús a lo largo de toda su vida. Jesús quisiera rehuir esa muerte que es consecuencia histórica de su vida. Pero por medio de la oración triunfa su decisión de ser fiel a la voluntad del Padre hasta las últimas consecuencias. A pesar de su intenso dolor sigue viva en él la confianza en su Abbá, en ese Padre que exige su muerte. En los momentos más difíciles de su vida Jesús busca la voluntad del Padre y confía en él, por más dura que sea su voluntad. Así como antes Jesús recogió en la oración la totalidad de su vida, expresada en un "gracias", ahora en una nueva crisis la recoge en un "hágase tu voluntad".
Resumiendo, podemos decir que la oración de Jesús es la expresión del "más" que va surgiendo en su propia historia. Ese "más" va apareciendo en la búsqueda de la voluntad de Dios, en la alegría de que llegue el Reino, en la aceptación fiel hasta el final de la voluntad de Dios y en la confianza incondicional hacia el Padre.
Para Jesús oración no es sin más "ponerse en contacto con Dios", sino ponerse ante un Dios bien determinado, que une íntimamente bondad y exigencia. Lo fundamental de su oración depende de quién era para él realmente el Padre. Ahí está lo más original de su oración.
El Dios de Jesús es un Dios de amor, y por ello el lugar central de la oración de Jesús es la praxis del amor; ahí él oye la voluntad de su Padre y la practica.
El contenido profundo de la oración de Jesús es muy simple: es mostrar la aceptación de la voluntad de Dios sobre el Reino y sobre su propia persona, y mostrar la alegría y el agradecimiento de que el Reino se extienda. Este contenido expresa la experiencia de sentido último de Jesús: que Dios se va haciendo presente en la historia a través del amor.

2. LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS SOBRE LA ORACIÓN

Al modelo ofrecido por él mismo, Jesús añade especiales instrucciones acerca de la oración.
Jesús invita a sus seguidores a orar con frecuencia, y en concreto les exhorta a que hagan oraciones de súplica: "Pidan y se les dará" (Mt 7,7). "Pidan y recibirán" (Jn 16,24). "Lo que pidan al Padre, alegando mi nombre, él se lo dará" (Jn 15,16;14,13).
Insiste Jesús, con comparaciones tajantes, que siempre el Padre del cielo "dará cosas buenas al que se las pida" (Mt 7,11). "Cualquier cosa que pidan en su oración crean que ya lo han recibido y lo obtendrán" (Mc 11,24).
El deseo del Padre Dios de ayudarnos es muy superior al de un padre terreno (Mt 7,8-10) o al de cualquier amigo (Lc 11,5-13).
Nuestra petición fundamental al Padre Dios sólo puede ser un: "Hágase tu voluntad" (Mt 6,10). Y esta voluntad ha de concentrarse en la vivencia de los valores del Reino.
Las cosas buenas que Dios promete son ante todo el Espíritu Santo (Lc 6,13). Es "la alegría completa" (Jn 16,24) de poder vivir siguiendo las huellas que él dejó en este mundo: "Quien cree en mí hará obras como las mías" (Jn 14,12). Para ello la única condición es la fe en él (Mt 17,19-21), fe que es capaz de remover todo obstáculo que impida su seguimiento.
Jesús, pues exhortó a sus discípulos a orar, pidiendo los dones del Reino, con la seguridad de ser siempre escuchados. Este tema en su predicación es sencillo y claro.
Pero hay un segundo tema, más difícil de entender vivencialmente, que es el de las enseñanzas de Jesús sobre cómo debe ser la oración. Con estas enseñanzas Jesús quiere alertarnos sobre los peligros y desviaciones de una oración mal entendida. Para ello pone Jesús como telón de fondo su denuncia contra ciertas formas de oración que se realizaban en su tiempo. Jesús las desenmascara porque cada una de ellas se apoya en una idea falsa sobre Dios. Veamos en concreto estas enseñanzas:
a) "Cuando recen, no sean palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso. No sean como ellos, que su Padre sabe lo que les hace falta antes que se lo pidan" (Mt 6,7-8).
Detrás de las oraciones largas y pesadas se halla la idea de que Dios sólo nos atiende si le acosamos con multitud de invocaciones y palabras, como si fuera alguien displicente y distraído, a quien no le interesan nuestros problemas. Pero el Padre de Jesús no es así. La fe en su amor nos libra de la necesidad de la palabrería, pues él sabe ya lo que nos hace falta y siempre está dispuesto a ayudarnos. De lo que se trata en la oración es de encontrar aquello que el Padre ya sabe. Eso es lo que hay que pedir que se nos vaya revelando y concediendo.
b) "Cuando recen, no hagan como los hipócritas, que son amigos de rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas, para exhibirse ante la gente. Con ello ya han cobrado su recompensa, se lo aseguro. Tú, en cambio, cuando quieras rezar, entra en tu cuarto, echa la llave y rézale a tu Padre que está escondido; y tu Padre, que mira escondido, te recompensará" (Mt 6,5-6).
La oración es una cosa demasiado seria para hacerla objeto de exhibición. Esta actitud que Jesús critica no es oración, pues lo único que buscan estos hipócritas es que la gente los vea; buscan tener buena fama presentándose ante los demás como gente piadosa, pero sin preocuparse de una actitud auténtica de sinceridad y conversión ante Dios. Pretenden manejar a Dios en provecho de una falsa reputación. Y Dios no es así; él no se presta a estos manejos. El escucha en la sinceridad de la soledad a todo el que derrama en su presencia la sencillez de su vida.
c) Un caso parecido, pero más grave, es el del fariseo que subió al templo a orar. En esta oración no sólo buscaba una buena fama; la oración, además, para él era motivo de orgullo y, por consiguiente, de desprecio hacia los que no eran tan buenos como él. Jesús dedica la parábola "a algunos que, pensando estar a bien con Dios, se sentían seguros de sí y despreciaban a los demás" (Lc 18,9). El fariseo lo único que busca es afirmarse en el buen concepto que él tiene de sí mismo; no le importa para nada lo que Dios pueda querer de él; ni siquiera siente necesidad de su ayuda. Jesús lo condena porque su Padre no es de los que fomentan falsos orgullos, ni autoengaños; menos aún, desprecios hacia nadie. En cambio alaba al publicano porque él sí se sentía pequeño ante Dios y sumamente necesitado de su ayuda.
d) "Cuidado con los letrados..., esos que se comen los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos" (Mc 12,38.40).
Si antes Jesús criticó la separación entre oración y vida, ahora alerta contra la falsa oración que sirve de pretexto para oprimir a alguien. El presupuesto de la condena es la opresión de las viudas, símbolo bíblico de todo desamparado y oprimido. La oración en estos casos se degenera convirtiéndola en mercancía, en mecanismo de opresión. Ello encierra una gravísima ofensa al Padre Dios, pues en su nombre se aplasta precisamente a los predilectos de Dios. La oración que debiera servir para acercarse y encontrar a Dios, se convierte en camino para alejarse y ofender a Dios. Y ofende gravemente a Dios porque en el fondo se cree que Dios es patrón cruel, opresor él también de los débiles. Esta concepción de Dios no podía menos que enojar seriamente el corazón sensible de Jesús. De ahí su dura reacción ante los mercaderes del templo, porque la casa de su Padre (Jn 2,16), que debiera ser "casa de oración", la habían convertido en "cueva de bandidos" (Mt 21,13).
e) "No basta andar diciéndome: ¡Señor, Señor! para entrar en el Reino de Dios; hay que poner por obra la voluntad de mi Padre del cielo" (Mt 7,21).
Jesús, siguiendo la línea de los grandes profetas, critica en este texto y en los versículos que siguen, la oración que no va acompañada de deseo sincero de cumplir la voluntad del Padre. Hay algunos que rezan, que hablan en nombre de Jesús, y hasta hacen "milagros", pero "practican la maldad", y por ello les dice Jesús que "nunca los ha conocido" (Mt 7,22-23). Son los "necios que edificaron su casa sobre arena" (Mt 7,26-27). Dios no es ningún tontito al que se pueda engañar con rezos. El sabe muy bien cuándo nuestra oración es sólo un tranquilizante de conciencia para no hacer nada, y cuándo la oración encierra un sincero deseo de llevar a la práctica la voluntad del Padre.
f) Terminemos estas enseñanzas de Jesús destacando una condición previa que él pone para que pueda ser escuchada por Dios una oración. Se trata del perdón de las ofensas. El estar dispuesto a perdonar a los hermanos es condición imprescindible para que nos escuche el Padre de todos. Toda oración supone la súplica del perdón de Dios; pero dice Jesús que Dios no perdona si uno mismo no está dispuesto a perdonar (Mc 11,25; Mt 6,14-15; 18,35).
El que ha pecado contra su hermano, antes de presentarse ante Dios, debe pedirle perdón al hermano (Mt 5,23-24). Jesús nos enseñó en el padrenuestro a reconocerlo así ante Dios (Mt 6,12). Y ordenó además que esta prontitud y buena voluntad para perdonar no ha de tener límites; debe llegar incluso al enemigo (Mt 5,44; Lc 6,28). Según Jesús, el camino hacia Dios pasa necesariamente por la reconciliación entre hermanos. Si no fuera así, estaríamos negando la paternidad universal de Dios.

3. ORIGINALIDAD DE LA ORACIÓN CRISTIANA

La fe que Jesús tenía en el Padre le llevaba a estar en constante comunicación con él, buscando siempre conocer y cumplir su voluntad. Ello lo hacía con una total familiaridad y confianza en él.
Esta actitud de Jesús es el modelo a seguir para todo el que tenga fe en él.
El cristianismo no se distingue de las otras religiones porque tenga un objeto distinto (los cristianos adoran a Cristo, mientras que los judíos adoran a Yavé, los musulmanes a Alá), sino porque se basa en una forma radicalmente nueva de encuentro con Dios.
El cristiano se define por su fe en Jesucristo. Fe que no es ante todo un sistema de verdades, ni un conjunto de prácticas religiosas con las que se intenta influir en la divinidad. La fe cristiana es la aceptación sin condiciones de Cristo Jesús como norma decisiva de la propia existencia. Cree en Cristo la persona que se decide seriamente a vivir la vida de Cristo. Creer es vivir y hacer el Evangelio de Cristo en el mundo de hoy y para los hombres de hoy. Sin evasiones, ni componendas. "El que quiera servirme, que me siga, y allí donde esté yo, estará también mi servidor" (Jn 12,26).
Ante este supuesto, podemos ya entender en qué está la originalidad de la oración cristiana, y las consecuencias que se derivan de ello respecto a la relación que debe haber entre oración y vida.
La experiencia de la oración cristiana se diferencia radicalmente de cualquier otra experiencia de oración por dos motivos fundamentales. En primer lugar porque no se trata solamente de una búsqueda natural del hombre hacia lo divino, sino de la revelación de que es el mismo Dios el que toma la iniciativa y busca relacionarse con nosotros. En segundo lugar, y ante todo, se trata de una relación personal con Jesucristo. No hay oración cristiana si no hay un trato directo con Cristo. La oración cristiana no se puede quedar sólo en una bella contemplación histórica o afectiva de una escena evangélica, o en una linda celebración litúrgica, ni siquiera en una meditación de las verdades cristianas.
La oración no es verdaderamente cristiana, sino cuando el cristiano sale de ella con una fe, una esperanza y una caridad más intensas, es decir, decidido a vivir más sinceramente como hijo de Dios, con Cristo Jesús. Este contacto con Jesús y esta decisión distingue a la oración cristiana de toda otra oración, pagana o de cualquier otra religión.
Respecto a la relación que debe haber entre oración cristiana y vida: nuestra oración de creyentes en Jesús se distingue de cualquier otra forma de experiencia religiosa porque es inseparable de nuestra actitud de servicio a los demás. Si no hay una orientación de toda la vida, sea como sea, hacia los demás, la oración cristiana es sencillamente imposible.
Esto no quiere decir que a Dios se le encuentre solamente en el prójimo, en los pobres, en el servicio incondicional a los demás. Esta es la consecuencia, el sello, de la auténtica oración cristiana. Pero la oración no es la caridad. Ella conserva siempre su carácter específico de vivencia directa e inmediata de diálogo ante el Señor Jesús en una cierta soledad. O sea, que la oración cristiana no es la vida, pero no puede entenderse separada de la vida. Las enseñanzas de Jesús de las que hablábamos en el apartado anterior dejan en su sitio este punto.
La oración cristiana siempre se dirige a Jesucristo, o a su Padre por medio de él y en su nombre (Jn 14,13-16). En ningún pasaje de la Biblia se encontrará ni un solo texto en el que el orador se dirija a alguien que no sea el Padre Dios o su Hijo Jesús. La oración tiene siempre una dimensión necesariamente vertical.
San Pablo hace una distinción importante, que ayuda a aclarar las tensiones que a veces tenemos entre oración y acción. El distingue entre Cristo, el Señor, y el cuerpo de Cristo (1 Cor 12,12.27; Rom 12,5, etc.). Cristo que es la cabeza del cuerpo, es distinto del cuerpo, aunque tiene una influencia decisiva sobre él (Col 1,18; 2,10.19; Ef 1,23; 4,15; 5,23).
Jesús no es una realidad difusa, más o menos diluida en los creyentes. El Señor conserva su personalidad, su distinción y su puesto distinto. Pues bien, la oración, o sea, esta actitud de adhesión personal no se dirige nunca al "Cuerpo", "que es la Iglesia" (Ef 1,23), por la que Pablo pide, se sacrifica y trabaja. Esto quiere decir que donación de servicio a los otros y oración no son la misma realidad. La oración conserva siempre su autonomía y su forma de ser bien definida; y no se la puede diluir confundiéndola, más o menos sutilmente, con los servicios que debe prestar todo cristiano.
Pero siendo distintos, oración y servicios, el único criterio válidamente definitivo para medir la autenticidad de nuestra oración es precisamente la actitud que tomamos ante los demás: "Si nos amamos mutuamente, Dios está con nosotros... y esta prueba tenemos de que estamos con él" (1Jn 4,12-13). "Como cristianos... lo que vale es una fe que se traduce en amor" (Gál 5,6). Esta es la norma para no engañarnos a la hora de valorar la autenticidad de nuestra oración. Si en realidad nos encontramos con Cristo, la Cabeza, necesariamente, como consecuencia lógica, nos encontramos con su "cuerpo": todo prójimo necesitado de nuestros servicios. Todo aprendizaje de verdadera oración cristiana ha de acabar descubriendo a Dios en el otro.
La verdadera oración de un cristiano lo lleva necesariamente hacia los demás. Pero no es posible el amor de hermanos al estilo de Jesús si no se da primero la experiencia del encuentro personal con Dios, el Padre. La existencia cristiana, que es existencia para los otros, se fragua solamente en la experiencia de Dios a través de Cristo Jesús. Esta es la expresión última más original de la oración cristiana.

Nuestra marcha hacia Dios


Podríamos todavía esquematizar un poco más esta marcha o ascensión del hombre hacia Dios, analizando las diversas actitudes del primero para con el segundo y del segundo para con el primero. Las cuales pueden reducirse a cinco, reflejadas en las siguientes proposiciones: 1, cuando el hombre busca, Dios se acerca; 2., cuando el hombre pregunta, Dios responde; 3. cuando el hombre escucha, Dios habla; 4., cuando el hombre obedece, Dios gobierna; y 5., cuando el hombre se entrega, Dios obra.

1. Cuando el hombre busca, Dios se acerca.
—Cuando el hombre busca, ¿qué? Pues, naturalmente, cuando el hombre busca a Dios. Pero no siempre en forma concreta y definida. A veces se busca a Dios sin saberlo, sin nombrarlo ni pensarlo. Se busca la Verdad; se busca el Bien; se busca, en fin, la Belleza infinita... Pero, como todo eso tan sólo en Dios verdaderamente se encuentra..., se busca a Dios. Pero hay que buscarlo con sinceridad, cueste lo que cueste; es decir, con sacrificio. Con una especie de comienzo a salir de si, a romper la concha esclavizadora del egoísmo.
Decía Newmann que para juzgar a un alma no importa tanto ver la distancia a que se encuentra de Dios como ver la dirección que lleva. ¿Va hacia El o se aleja?... Pues si va hacia Él, si le busca con sinceridad, es que Dios comienza a atraerle; es que Dios se le acerca. No otra cosa quiere decir aquella sed de que el mismo Cristo nos habla (lo. 7,37): «El que tenga sed—de cosas grandes y nobles, de Verdad, de Belleza, de Amor...—venga a mí y beba». Y bebiendo —conociéndole—creerá en mí. Y «el que cree en mí, ríos de agua viva correrán de su seno». Y esto decía, añade el evangelista, «refiriéndose al Espíritu que habrían de recibir los que creyeren en El».

2. Cuando el hombre pregunta, Dios responde.
—Este preguntar del hombre puede ser en formas variadísimas. Una desgracia nos puede hacer preguntar por la causa de la misma. Y, si ahondamos lo bastante, nos encontraremos con Dios, que comienza a respondernos. Un fenómeno de la naturaleza, o el orden del Universo, la marcha de la Historia, o el origen de la autoridad —si ésta ha de ser verdadera—, o del Derecho o de la Moral... En todo esto, si ahondamos, si preguntamos, Dios comienza a respondernos por medio de la razón.
Otras veces el hombre pregunta: ¿Qué haré para ser feliz? ¿Dónde está la felicidad? ¿Dónde la verdad y el bien que ansío?... Otras, como San Pablo: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?... O ¿quién podrá traer la paz a la tierra?... La paz del alma, la paz de las sociedades... Y Dios sigue respondiendo por medio de la razón, o por medio de un consejero, o por medio de un libro humano, o por medio de un libro divino, escrito por El mismo (Sagrada Escritura), o, en fin, por una iluminación interior, como muchas veces ocurre con los que se convierten. El caso es preguntar con ansias de saber. Preguntar sin tregua ni descanso. Preguntarse a sí mismo y preguntar a todas las criaturas. Con reconocimiento de nuestra radical incapacidad; con un sincero deseo de obtener respuesta y, una vez obtenida, aceptarla. Cuando así se pregunta, Dios responde.

3. Cuando el hombre escucha, Dios habla.
—Difícil es al hombre escuchar a un semejante suyo. Lo más difícil de la conversación es precisamente saber escuchar. Pero escuchar a Dios es mucho más difícil todavía. Vivimos entre una serie de ruidos infinitos; ruidos, digámoslo así, por fuera y por dentro. Por fuera, las ininterrumpidas impresiones de las criaturas a través de nuestros sentidos externos. Por dentro, los ruidos almacenados en nuestros sentidos internos, que aprovechan cualquier momento de silencio y calma exterior para ensordecernos y aturdimos. Y así no se puede oír la voz de Dios.
Porque la voz de Dios es dulce y suave. Dios «no clama ni deja oír su voz por de fuera, ni se puede percibir esa voz en las plazas públicas ni entre el ruido del mundo» (Mt. 12,19). Por eso, cuando quiere Dios hablar a un alma, «la lleva a la soledad y le habla al corazón» (Os. 2,14). Y cuando de esa manera habla a un alma, como el esposo a la esposa, nadie más percibe lo que dice; y sólo al alma que por esposa se le da comienza a hablarle de ese modo.
Pero el alma que ha llegado a oír le respuesta (el llamamiento de Dios), le busca en la soledad y quiere seguirle oyendo, y escucha; y pone en este escuchar suplicante todos sus sentidos. Es decir: el alma ora. Y si supo aprovecharse de todo lo que Dios le dijo por mensajeros, a los que nos hemos referido antes («multifariam multisque modis olim Deus loquens patribus...»), ahora, cuando ya los mensajeros (criaturas) no le saben decir más, ahora es cuando muy en el fondo de sí misma siente a Dios, que le dice: «Aquí estoy». Y Dios comienza a hablarle. Y, al comenzar este diálogo, todavía el alma tiene cosas que preguntar; pero poco a poco las preguntas van cesando, porque ya no le queda al alma nada que decir. Y el alma se hace toda oídos. Y escucha, escucha. Y Dios habla; sólo Dios habla.
El proceso de la oración es así. Al principio parece que sólo habla el alma, porque ésta no entiende bien el lenguaje de los libros, etcétera, por los cuales le habla Dios. Y ni apenas se da cuenta de que es El... Después se entabla el diálogo (vía iluminativa...). Hasta que al fin cesa de hablar el alma, para escuchar tan sólo..., para que hable sólo Dios...

4. Cuando el hombre obedece, Dios gobierna.
—Cuando se sabe ya que Dios nos habla, con un pleno y perfecto convencimiento; que nos habla por medio de criaturas o que nos habla por sí directamente; cuando se sabe en forma vital que Dios es infinitamente sabio, infinitamente bueno, infinitamente amoroso, que infinitamente mejor que nosotros sabe el camino que tenemos que seguir para nuestro bien, entonces ¡qué fácil y qué grato es obedecer! Obedecerle a Él cuando nos habla por las Sagradas Escrituras; obedecerle a Él cuando nos manda por medio de sus representantes en la tierra; obedecerle a Él cuando nos habla por medio de un buen libro, de un buen consejero, o aun cuando nos habla sin palabras desde lo más íntimo de nuestro ser. Y así, cuando el hombre obedece, Dios gobierna. Dios entonces nos gobierna por fuera y por dentro. Y el hombre es un fiel servidor que ejecuta en todo y con la mayor perfección posible sus sagradas órdenes. Cuando el hombre obedece, Dios gobierna.

5. finalmente: Cuando el hombre se entrega, Dios obra.
Lo cual es la obra perfecta del puro amor. Porque ese amor, que fue viviendo, que fue creciendo por los caminos del conocer..., cuando llega a ser sumo, total; cuando con todo el corazón, porque ya no le quedan capacidades amorosas para amar nada fuera de Dios, pues a sí mismo se niega y de todas las criaturas prescinde y para todas y para sí mismo queda como muerto, cuando esto ocurre, el hombre se entrega... Como muerto a la vida de imperfección que llevaba, dirigida por su razón, por su prudencia, por su egoísmo, más o menos disimulado. Como muerto a una vida que era incompatible con la vida sobrenatural, tan sólo sobrenatural; con la vida de Dios, que en él va a comenzar ahora plenamente.
Y entonces es cuando el hombre se convierte en un miembro vivo y perfectamente sano del Cuerpo místico de Jesucristo, dócilísimo a la acción vital de la Cabeza, dócilísimo a la dirección y al imperio y a la acción vital de su Santo Espíritu, que ya sin estorbos ni resistencias toma posesión del alma.
Nuestro yo queda allí, pero totalmente entregado al yo divino, sumado al yo divino, como si a Cristo le ofreciéramos une humanité de surcroit, como dice sor Isabel de la Trinidad; una humanidad sobreañadida, a la que en el seno purísimo de María se dignó tomar por nosotros y para redención nuestra. Le ofrecemos a Cristo nuestra pobre humanidad personal, ya purificada y sublimada por su gracia y por su amor, para que en ella pueda El seguir viviendo sobre la tierra y continuando su obra redentora. Y así es como puede llegar el hombre a decir: «Ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí».
El hombre se vació por completo de sí mismo y de todo ser creado para llenarse de Dios; el hombre murió a sí mismo como hijo de Adán, para resucitar o nacer de nuevo, «no de la carne ni de la sangre», sino del Espíritu de Dios; el hombre se negó a sí mismo, se enajenó a sí mismo, porque a sí mismo con todas sus energías y capacidades se entregó a Dios. El Verbo de Dios se unió primero a nuestra humanidad en Cristo con una unión hipostática, uniendo a la persona divina la humana naturaleza impersonal, es decir, sin más persona que la segunda de la Santísima Trinidad. Ahora quiere unirse con nuestra humanidad personal con unión mística, es decir, misteriosa también, no sólo sin detrimento de nuestra propia persona, sino sublimándola, divinizándola (Ego dixi dii estis), dándosele El mismo en posesión, a la vez que el alma queda por El totalmente poseída.
Ese es el término de la vida cristiana. En eso consiste la perfección; en eso consiste la santidad: en esa unión mística, inefable, con Dios, en la que ya sin estorbos sólo Dios vive y obra en nosotros. No viven en nosotros las criaturas, que han perdido sobre nosotros todo influjo, toda atracción. No vive nuestro yo en cuanto nuestro, porque se enajenó a sí mismo, entregándose a Dios totalmente. Y cuando el hombre así se entrega, el que obra en nosotros es sólo Dios.