EL DISCERNIMIENTO DE LOS ESPÍRITUS, tomado de Royo Marín


EL DISCERNIMIENTO DE LOS ESPÍRITUS

tomado de FRAY ANTONIO ROYO MARÍN TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA (LÉASE CATÓLICA)

Hay dos clases de discernimiento, uno adquirido y otro infuso.  El primero constituye un arte especial complementario de la dirección espiritual ordinaria, y su adquisición está al alcance de todos, a base de los medios que señalaremos en seguida.  El segundo es una gracia carismática (gracia gratis dada) concedida por Dios a algunos santos.  El discernimiento infuso, carismático, es infalible: no se equivoca nunca, puesto que obedece a una moción instintiva del Espíritu Santo, en el que no cabe el error.  Pero desgraciadamente esa gracia es muy rara: ni si quiera todos los santos la han tenido.  El adquirido—en cambio—está al alcance de todos, pero está muy lejos de ser infalible.  En la práctica presenta grandes dificultades, pero su necesidad es imperiosa para el director espiritual.  Sin él es incapaz de desempeñar rectamente su misión; puesto que ignorando cuál sea el origen de los diversos movimientos del alma, le será imposible dictaminar con acierto cuáles deban reprimirse y cuáles fomentarse.  EN ESTE SENTIDO, LA RESPONSABILIDAD DEL DIRECTOR ES GRANDÍSIMA.  Porque, como dice San Juan de la Cruz, «el que temerariamente yerra, estando obligado a acertar, como cada uno lo está en su oficio, no pasará sin castigo, según el daño que hizo».

536. 2. EL DISCERNIMIENTO ADQUIRIDO Y MEDIOS DE ALCANZARLO.
—El discernimiento adquirido es un verdadero arte, el más difícil y provechoso de todos, que constituye una fuente de gracias para el que lo ejercita y para el que lo recibe.  Consiste en una habilidad especial para examinar los principios y los efectos de los diversos movimientos del alma, contrastándolos con las reglas que el Espíritu Santo nos da en las Sagradas Escrituras o a través de la tradición cristiana, a fin de dictaminar con las máximas garantías de acierto si esos movimientos vienen de Dios, del espíritu de las tinieblas o de los extravíos de la propia imaginación.

HE AQUÍ LOS PRINCIPALES MEDIOS DE ALCANZAR ESE DIVINO ARTE 4:

1.           La oración. —Es el más importante y fundamental. Aunque se trate de un arte que se puede ir adquiriendo poco a poco con el estudio y esfuerzo personal, todo resultará insuficiente sin la ayuda especial del Espíritu Santo a través de la virtud de la prudencia y del don de consejo.
Nos referimos no sólo a la oración general y constante que pide a Dios la luz del discernimiento, sino a la plegaria particular y ocasional que solicita el favor de conocer los caminos de santificación de una determinada alma.  A esta oración particular responderá Dios con gracias especiales, que no serán, ciertamente, el don infuso y extraordinario del discernimiento, pero sí ese concurso sobrenatural ordinario que la divina Providencia nos concede cada vez que lo imploramos para desempeñar convenientemente nuestros deberes y obligaciones.  No basta poseer la teoría para acertar en la aplicación práctica y concreta; para ello son necesarias las luces del Espíritu Santo impetradas por la oración.
2.           El estudio. —Es preciso penetrarse profundamente de los datos que nos suministran la Sagrada Escritura, los Santos Padres, los teólogos y maestros de la vida espiritual, sobre todo los que juntaron a la vez la ciencia y la experiencia.
3.           La experiencia propia. —En el ejercicio de este arte, eminentemente práctico, la experiencia personal se impone con absoluta necesidad.  La teoría sola no basta.  Es imposible que un ciego dictamine con acierto acerca de la luz.  ¿Cómo sabrá distinguir las obras de Dios, llenas de luz, de las que provienen del espíritu de las tinieblas un director espiritual que no esté acostumbrado a recibir la luz divina, que se infunde de ordinario en la oración y trato íntimo con Dios?
4.           La remoción de los obstáculos. —Hay que evitar, sobre todo, el espíritu de autosuficiencia, que impulsa a decidir por propia cuenta, sin consultar amás a los sabios y experimentados.  Dios suele negar sus gracias a estos espíritus soberbios; la humildad, en cambio, atrae siempre las luces y bendiciones de lo alto.

538.      a) SEÑALES DEL ESPÍRITU DE DIOS.
—Siendo dos las potencias de nuestra alma—entendimiento y voluntad—, vamos a señalar separadamente las características que afectan a cada una de ellas.
1.           ACERCA DEL ENTENDIMIENTO. —
1.           Verdad. —Dios es la verdad infinita y no puede inspirar a un alma sino ideas verdaderas. Por consiguiente, si una persona que se dice o cree inspirada por Dios sostiene afirmaciones manifiestamente contrarias a la doctrina de la Iglesia o a verdades filosóficas indiscutibles, hay que concluir, sin más, que es una pobre víctima del demonio o de su propia imaginación.  Dios no puede jamás inspirar el error.
2.           Gravedad. —Dios no inspira jamás cosas inútiles, infructuosas, impertinentes o frívolas.  Cuando Él impulsa o mueve a un alma es siempre para asuntos serios e importantes.  Tampoco suele dirimir con su autoridad divina las controversias y disputas teológicas entre las diversas escuelas católicas.
3.           Luz. —Dios es luz y en El no hay tiniebla alguna (1 lo. 1,5).  Sus inspiraciones traen siempre luz al alma.  Aun en las pruebas tenebrosas (noche del sentido y del espíritu), impulsa a las almas a obrar con perfección aun desconociendo ellas mismas los motivos que tienen para ello.
4.           Docilidad. —Reconociendo humildemente su ignorancia, las almas movidas por Dios aceptan con gozo y facilidad las instrucciones y consejos de su director o de otras personas espirituales.  Esta obediencia, flexibilidad y sumisión es una de las más claras señales del espíritu de Dios; sobre todo si se la encuentra en un alma culta e instruida, por el mayor peligro que tienen estos tales de apegarse a su propio parecer.
5.           Discreción. —El espíritu de Dios hace al alma discreta, juiciosa, prudente, recta y ponderada en todas sus acciones.  Nada de precipitación, de ligereza, de exageraciones.  Todo es serio, religioso, equilibrado, edificante, lleno de suavidad y de paz.
6.           Pensamientos humildes. —Es una de las notas más inconfundibles del espíritu de Dios. El Espíritu Santo llena siempre al alma de sentimientos de humildad y anonadamiento. Cuanto más sublimes son las comunicaciones de lo alto, más profundamente se inclina el alma hacia el abismo de su nada: «Ecce ancilla Domini, fíat mihi secundum verbum tuum» (Le. 1,38

2.           ACERCA DE LA VOLUNTAD
1.           Paz. —San Pablo habla varias veces del «Dios de la paz» (cf. Rom. 15,33; Phil. 4,9). Y Jesucristo la ofrece a sus apóstoles como marca inconfundible de su espíritu (lo. 14,27). La Sagrada Escritura está llena de semejantes expresiones.  Es ella uno de los frutos del Espíritu Santo (Gal. 5,22) y no falta nunca en las comunicaciones divinas.  Después de recibidas en la oración, queda impresa en el alma una paz íntima, serena, sincera, profunda y estable. Gran señal del espíritu de Dios.
2.           Humildad profunda y sincera. —La humildad afecta al entendimiento dándole al hombre un juicio bajo de sí mismo, y a la voluntad, dándole la gozosa aceptación de su nada delante de Dios e impulsándole a tratarse en consecuencia.  Es una de las más claras e inconfundibles señales del espíritu de Dios.  El mismo Cristo nos asegura en el Evangelio que Dios oculta sus secretos a los que se estiman sabios y prudentes y los comunica amorosamente a los pequeñuelos y humildes (Mt. 11,25).  Si falta la humildad, no es menester seguir examinando al alma para poder fallar, sin miedo a equivocarse, que no hay allí espíritu de Dios.  Y tiene que tratarse de una humildad profunda y sincera; no afectada ni exterior, que tan fácilmente se presta a falsificaciones.  Someta el director, si permanece en duda, a desprecios y humillaciones al alma que se cree iluminada por Dios y observe atentamente cómo reacciona ante ellas.  Pero proceda siempre al mismo tiempo con suavidad y caridad para humillar sin abatir.
3.           Confianza en Dios y desconfianza en sí mismo. —Es la contrapartida de la humildad y su consecuencia obligada.  No pudiendo contar consigo misma, el alma se lanza en brazos de Dios sabiendo que nada puede por sus propias fuerzas, pero todo lo puede con la ayuda divina: «omnia possum in eo qui me confortat» (Phil. 4,13).
4.           Voluntad dócil y fácil en doblegarse y ceder. —Esta flexibilidad—explica Scaramelli—consiste primeramente en cierta prontitud de la voluntad a rendirse a las inspiraciones y llamamientos de Dios: «et erunt omnes docibiles Dei» (lo. 6,45).  Secundariamente consiste en una cierta facilidad en seguir los consejos de otros, sobre todo cuando son de los superiores, que están en lugar de Dios y le representan en su persona.  De esta santa flexibilidad resulta en el alma cierta propensión a descubrir a los superiores espirituales todos los secretos de su corazón y una humilde sumisión para ejecutar prontamente sus órdenes, acompañada de repugnancia y temor a emprender ninguna cosa importante sin su consejo y aprobación.
5.           Rectitud de intención en el obrar. —El alma busca en todas sus acciones únicamente la gloria de Dios y el cumplimiento perfecto de su divina voluntad, sin ningún interés humano ni mezcla de motivos de amor propio.
6.           Paciencia en los dolores de alma y cuerpo. —Llevar con paz y sosiego los dolores, penas y enfermedades; las persecuciones, calumnias y desprecios; la pérdida de la hacienda, de los parientes y amigos y otras cosas semejantes es gran señal del espíritu de Dios.  Pero tiene que obedecer a motivos sobrenaturales para que sea señal inconfundible; que a veces se dan naturales fríos y estoicos, que nada les afecta ni impresiona por complexión e índole puramente natural.
7.           Abnegación de sí mismo y mortificación de las inclinaciones internas. — Es señal inconfundible dada por el mismo Cristo: «si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt. 16,24). El demonio y la propia naturaleza inspiran siempre comodidades y regalos.
8.           Sinceridad, veracidad y sencillez en la conducta. —Son virtudes evangélicas que van siempre juntas y nunca faltan en las personas movidas por el espíritu de Dios.
9.           Libertad de espíritu. —Sin apego a nada, ni siquiera a los dones mismos de Dios.  Aceptan con agradecimiento las consolaciones sensibles —cuando el Señor se las da—, aprovechándose de ellas para incrementar su fervor y abnegación; pero quedan tranquilas y en paz cuando el Señor se las retira, dejándolas en la aridez y sequedad.  
En este estado se esfuerzan en seguir adelante, cumpliendo puntualmente, a pesar de todas las repugnancias, todas las obligaciones y deberes de su estado con plácida calma y serenidad.  Hacen sus oraciones, sus comuniones y penitencias y todos los demás ejercicios espirituales con gran puntualidad y fervor, pero los dejan con la misma facilidad cuando la caridad, la necesidad o la obediencia lo piden, sin el menor gesto de displicencia o mal humor.  Gran señal del espíritu de Dios.
10.         Gran deseo de imitar a Cristo en todo. —Esta es la señal más clara, porque, como afirma San Pablo, no se puede tener el espíritu de Dios sin tener el espíritu de Jesucristo (Rom. 8,9), su divino Hijo, en el cual tiene puestas todas sus complacencias (Mt. 17,5).  Por eso dice San Juan de la Cruz que el alma que aspire a santificarse ha de tener «un ordinario apetito de imitar a Cristo en todas sus cosas, conformándose con su vida, la cual debe considerar para saberla imitar y haberse en todas las cosas como se hubiera él» 
11.         Una caridad mansa, benigna, desinteresada. —Tal como la describe el Apóstol (1 Cor. 13,4-7). San Agustín la tenía por señal tan clara del espíritu de Dios, que llegó a escribir sin vacilar: «Ama con amor de caridad y haz lo que quieras; no errarás.  Ya hables, ya calles, ya corrijas, hazlo todo con interno amor; no puede ser sino bueno lo que nace de la raíz de una íntima caridad».

DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS tomado de  FRAY ANTONIO ROYO MARÍN TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA (LÉASE CATÓLICA)
539.      b) SEÑALES DEL ESPÍRITU DIABÓLICO.
—Examinadas las características del espíritu de Dios, es fácil determinar las del espíritu de las tinieblas.  Son, como es obvio, diametralmente opuestas y contrarias.  Por eso es fácil distinguirlas cuando se presentan de una manera descarada y manifiesta.
Pero es preciso tener en cuenta que el enemigo infernal se disfraza a veces de ángel de luz, y sugiere al principio buenas cosas para disimular por cierto tiempo sus arteras intenciones y asestar mejor la puñalada en el momento oportuno cuando el alma esté más desprevenida. Por eso hay que proceder con cautela, examinando los movimientos del alma en sus orígenes y derivaciones y no perdiendo nunca de vista que lo que empezó aparentemente bien puede acabar mal, sí no se corrigen y enderezan en el acto las desviaciones que empiecen a manifestarse.  He aquí las señales manifiestas del espíritu diabólico:
1.           ACERCA DEL ENTENDIMIENTO. —
I.            Espíritu de falsedad. —A veces sugiere la mentira envuelta en otras verdades para ser más fácilmente creído.
2.           Sugiere cosas inútiles, curiosas e impertinentes para hacer perder el tiempo en bagatelas, distrayendo y apartando de la devoción sólida y fructuosa.
3.           Tinieblas, angustias, inquietudes; o falsa luz en la sola imaginación, sin frutos espirituales.
4.           Espíritu protervo, obstinado, pertinaz. No da nunca el brazo a torcer.  Gran señal.
5.           Indiscreciones continuas. —Excita, por ejemplo, a los excesos de penitencia para provocar la soberbia o arruinar la salud; no guarda el debido tiempo (v.gr., sugiere alegrías el Viernes Santo o tristezas el día de Navidad), ni el debido lugar (grandes arrobamientos en público, jamás en secreto), ni las circunstancias de la persona (v.gr., impulsando a los solitarios al apostolado, y a los apóstoles al retiro y soledad, etc.). Todo lo que vaya contra los deberes del propio estado viene del demonio o de la propia imaginación, jamás de Dios.
6.           Espíritu de soberbia. —Vanidad, preferencia sobre los demás, etc.

2.           ACERCA DE LA VOLUNTAD. —
1.           Inquietud, turbación, alboroto y zozobra en el alma.
2.           Soberbia. O falsa humildad: en las palabras y no en las obras, o llenando al alma de turbación y alboroto, incapacitándola para el ejercicio de la virtud. Abatimiento de espíritu.
 3.          Desesperación, desconfianza y desaliento. O bien presunción, vana seguridad y optimismo irracional, atolondrado e irreflexivo.
4.           Desobediencia, obstinación en no abrirse al director, penitencias de propio capricho dejando las obligatorias, dureza de corazón.
5.           Fines torcidos: vanidad, complacencia propia, ganas de ser apreciado y tenido en mucho.
6.           Impaciencia en los trabajos y sufrimientos. Resentimiento pertinaz,
7.           Desconcierto y rebelión de las pasiones por motivos fútiles y causas desproporcionadas; ofuscación violenta de la razón; impulsos pertinaces de voluntad hacia el mal.
8.           Hipocresía, doblez, simulación. El demonio es el padre de la mentira.
9.           Apego a lo terreno, a los consuelos espirituales, buscándose siempre a sí mismo.
10.         Olvido de Cristo y de su imitación.
11.         Falsa caridad, celo amargo, indiscreto, farisaico, que perturba la paz. Son los eternos reformistas, que ven siempre la paja en el ojo ajeno y nunca la viga en el suyo (Mt. 7,3).  La labor del director para con todas estas almas desgraciadas ha de consistir principalmente en tres cosas:
1. hacerles entender que son juguete del demonio y que es menester que se armen prontamente para defenderse contra él;
2., sugerirles que se encomienden mucho a Dios y le pidan continuamente y de corazón la gracia eficaz para vencer los asaltos del espíritu de las tinieblas, y
3., que al sentir el asalto diabólico le rechacen rápidamente y con desprecio, haciendo actos contrarios a los que trataba de impulsarles.

540. c) SEÑALES DEL ESPÍRITU HUMANO.
—Las señales del espíritu humano han sido maravillosamente expuestas por Tomás de Kempis en su incomparable Imitación de Cristo (111,54). Es preciso meditar despacio aquellas páginas admirables, en las que se establece un parangón entre los movimientos de la gracia y los de la naturaleza vulnerada por el pecado. Esta última se inclina siempre a su propia comodidad, es amiga del placer y del regalo, tiene horror instintivo al sufrimiento en cualquiera de sus manifestaciones, se inclina siempre a las cosas que responden a su temperamento, a sus gustos y caprichos, a las satisfacciones del amor propio. No quiere oír hablar de humillaciones, de desprecio de sí mismo, de renunciamiento y mortificación. Juzga de ineptos e incomprensivos a los directores que traten de oponerse a sus caprichos y salta fácilmente por encima de sus consejos. Busca la alegría, el éxito, los honores y aplausos. Quiere ser la protagonista de todo cuanto excite admiración, de lo exterior y espectacular, de lo que deleita y halaga. En una palabra: no entiende ni sabe de otra cosa que de las satisfacciones multiformes de su propio egoísmo.
En la práctica, muchas veces es difícil poder discernir con seguridad si alguno de estos movimientos torcidos proviene de la sugestión diabólica o del simple impulso de nuestra propia naturaleza, mal inclinada por el pecado. Pero es siempre relativamente fácil distinguir los movimientos de la gracia de cualquiera de estos otros dos, pues la distancia entre ellos es grandísima. En todo caso bastará poder determinar con precisión que aquel movimiento no puede ser de Dios para que se le combata y reprima, aunque no se sepa si viene de la propia naturaleza depravada o del impulso del espíritu de las tinieblas; para el caso es exactamente igual.
He aquí, sin embargo, algunas normas para distinguir los impulsos puramente naturales de las sugestiones diabólicas:
IMPULSO NATURAL SUGESTIÓN DIABÓLICA
Espontaneidad en el obrar Violencia. Difícilmente se la puede impedir. Causa natural provocativa De improviso. Sin causa o muy ligera. Rebelión del sentido excitando la mente Sugestión de la mente excitando el sentido. Persistencia a pesar de la oración... Se desvanece fácilmente con la oración. El demonio huye.
Nótese, finalmente, que los principales remedios contra el espíritu humano son la oración, la abnegación de si mismo y la constante rectitud de intención en todas nuestras obras; no haciendo nada por satisfacer nuestros gustos y caprichos, sino únicamente por cumplir la voluntad de Dios y glorificarle con todas nuestras fuerzas.
541. 5. Señales de espíritu dudoso.—El P. Scaramelli dedica un capítulo muy interesante a examinar algunos indicios de espíritus dudosos o inciertos I3. He aquí los principales:
1" Aspirar a otro estado después de haber hecho la debida elección (cf. 1 Cor. 7,20) .
2. Tener afición a cosas raras, desacostumbradas y singulares, que no son propias de su estado. Cuando Dios pide excepcionalmente estas cosas, deja sentir de manera inequívoca su divina voluntad por el conjunto de especialísimas circunstancias. Piedra de toque: ponerles a prueba en la obediencia y humildad.
3. Anhelar cosas extraordinarias en el ejercicio de las virtudes, tales como ciertas «locuras santas» que realizaron algunos siervos de Dios por especial instinto del Espíritu Santo.
4. Espíritu de grandes penitencias exteriores: puede ser dudoso. Dios las ha pedido a algunos santos, pero no es ése el camino normal de su providencia. Hay que examinar muy despacio todo el conjunto de circunstancias.
5. Espíritu de consolaciones espirituales sensibles: es dudoso. Pueden ser de Dios, pero también del demonio o de la simple naturaleza. Por los frutos se las conocerá.
6. Espíritu de consolaciones y deleites espirituales continuos y jamás interrumpidos, es mucho más dudoso. Los Santos Padres afirman que el espíritu de Dios va y viene; ya se manifiesta, ya se esconde y no obra siempre en el alma con un mismo tenor.
7. Las lágrimas son también sospechosas, porque pueden provenir de Dios, del demonio o de la propia naturaleza. Hay que examinar los frutos que producen.
8. Grandes favores extraordinarios (revelaciones, visiones, llagas, etc.) junto con poca santidad interior son fuertemente dudosos. Porque, aunque esas gracias gratis dadas no suponen necesariamente la santidad en el alma (ni siquiera el estado de gracia, como veremos en su lugar correspondiente) sin embargo, de ordinario no suele Dios concederlas sino a sus grandes siervos y amigos.
ADVERTENCIAS FINALES.
1. Como ya hemos dicho, a veces el espíritu bueno se junta con el malo o con el simplemente natural. Es menester obrar con gran cautela, separando lo precioso de lo vil. Hay que aplicar en cada caso las reglas del discernimiento y pedirle luces a Dios.
2. En materia de visiones y revelaciones, el espíritu de Dios suele causar al principio temor y después consuelo y paz. El demonio, al revés: al principio produce consuelo sensible y después turbación y desasosiego. La razón es porque Dios obra directamente en nuestras facultades intelectuales (cosa que resulta extraña a nuestra manera habitual de conocer, a base de los fantasmas de la imaginación), y por eso causa temor, pero después se deja sentir el buen efecto de la acción divina. El demonio, al contrario: como no puede obrar directamente en el entendimiento—como explicaremos en su lugar—, actúa sobre el apetito sensitivo, produciendo en él consuelo sensible; pero bien pronto se echan de ver sus efectos perniciosos. A veces también las sugestiones del demonio empiezan con turbación; pero entonces se conoce en que esa inquietud se prolonga hasta el medio y el fin.
3. Muchas veces Dios inspira deseos cuya realización efectiva no quiere de nosotros, como cuando pidió al patriarca Abraham la inmolación de su hijo Isaac. Busca con ello la sumisión interior del alma, pero no su ejecución externa. Y así, v.gr., los deseos de soledad y de aislarse por completo del mundo que pueda sentir un sacerdote entregado a la vida apostólica es posible que provengan de Dios; pero de esto no se sigue que deba abandonar sus actividades de apostolado e ingresar en la Cartuja. Puede ser que lo único que pretenda Dios sea empujarle al recogimiento interior y a una vida de ferviente oración en medio de sus ocupaciones actuales. Hay sobre este particular una anécdota muy expresiva en la vida del santo Cura de Ars

No hay comentarios.: