CONVERSIÓN | DEL LATÍN CLÁSICO CONVERTO, CONVERSIO: CAMBIAR


CONVERSIÓN

(Etimología.  Del Latín clásico converto, conversio, cambiar). 
Conversión es la vuelta al Padre del que se había alejado por el pecado.  También se aplica a los que descubren y entran en la Iglesia Católica.

Convertirse a Cristo, según dijo Benedicto XVI el viernes Santo de 2007, es hacerse cristiano que quiere decir recibir un corazón de carne, un corazón sensible a la pasión y al sufrimiento de los demás.

La conversión es cambio de vida fruto de un encuentro con Jesucristo que nos lleva a ver la vida centrada en El y ordenada en la moral.  La conversión es una gracia de Dios otorgada por los méritos de la redención de Cristo que murió en la cruz para reconciliarnos con el Padre.  La conversión es esencial para ser discípulos de Cristo y salvarnos.

Ya que todos somos pecadores, todos necesitamos continua conversión.

Enseña Benedicto XVI, 21 febrero, 2007   La conversión no tiene lugar nunca una vez para siempre, sino que es un proceso, un camino interior de toda nuestra vida.  Es un proceso constante de cambio interior y de avance en el conocimiento y en el amor de Cristo.  Es un camino de todos los días, que tiene que abarcar toda la existencia, cada día de nuestra vida.

San Agustín dijo en una ocasión que nuestra vida es un ejercicio único del deseo de acercarnos a Dios, de ser capaces de dejar entrar a Dios en nuestro ser.

 «Toda la vida del cristiano fervoroso –dice– es un santo deseo» de arrancar «de nuestros deseos las raíces de la vanidad» para educar el corazón en el deseo, es decir, en el amor de Dios.  «Dios –dice san Agustín– es todo lo que deseamos» (Cf. «Tract.  In Iohn.», 4).  Y esperamos que realmente comencemos a desear a Dios, y de este modo desear la verdadera vida, el amor mismo y la verdad.

El deseo sincero de Dios nos lleva a rechazar el mal y a realizar el bien.  Esta conversión del corazón es ante todo un don gratuito de Dios, que nos ha creado para sí y en Jesucristo nos ha redimido:  nuestra felicidad consiste en permanecer en Él (Cf. Juan 15, 3).  Por este motivo, Él mismo previene con su gracia nuestro deseo y acompaña nuestros esfuerzos de conversión. 

Pero,
¿qué es en realidad convertirse?  Convertirse quiere decir buscar a Dios, caminar con Dios, seguir dócilmente las enseñanzas de su Hijo, Jesucristo; convertirse no es un esfuerzo para realizarse uno mismo, porque el ser humano no es el arquitecto del propio destino.  Nosotros no nos hemos hecho a nosotros mismos.  Por ello, la autorrealización es una contradicción y es demasiado poco para nosotros.  Tenemos un destino más alto.  Podríamos decir que la conversión consiste precisamente en no considerarse «creadores» de sí mismos, descubriendo de este modo la verdad, porque no somos autores de nosotros mismos.

Conversión consiste en aceptar libremente y con amor que dependemos totalmente de Dios, nuestro verdadero Creador, que dependemos del amor.  Esto no es dependencia, sino libertad.  Convertirse significa, por tanto, no perseguir el éxito personal, que es algo que pasa, sino, abandonando toda seguridad humana, seguir con sencillez y confianza al Señor para que Jesús se convierta para cada uno, como le gustaba decir a la beata Teresa de Calcuta, en «mi todo en todo».  Quien se deja conquistar por él no tiene miedo de perder la propia vida, porque en la Cruz Él nos amó y se entregó por nosotros.  Y precisamente, al perder por amor nuestra vida, la volvemos a encontrar. 

La conversión es la respuesta más eficaz al mal
S.S. Benedicto XVI, 11 de Marzo «Cristo invita a responder al mal ante todo con un serio examen de conciencia y con el compromiso de purificar la propia vida» «En definitiva:  la conversión vence al mal en su raíz, que es el pecado, aunque no siempre pueda evitar sus consecuencias».  «Hacer penitencia y corregir la propia conducta no es simple moralismo, sino el camino más eficaz para mejorarnos tanto a nosotros mismos como a la sociedad» «es mejor encender una cerilla que maldecir la oscuridad».

NO LA DEJES PARA MAÑANA...

San Agustín retaba a los paganos que retrasaban su conversión con semejantes palabras:  ‘Si ya lo has pensado, si ya lo tienes decidido, ¿a qué esperar?  Hoy es el día, ahora mismo; no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy’.  Dejarlo para luego es exponerse a dar marcha atrás; no todos los días estás decidido, no a toda hora estás preparado para este paso.

Pero no daban el paso, por temor a un cambio demasiado brusco; y, al verlos indecisos y afirmando que lo harían cualquier día, arremetía con una lógica de espada filosa:  ‘Si ahora no te animas, ¿por qué dices y crees que lo harás algún día?  No estés tan seguro, te costará más que hoy; quizás no tengas ya deseos del cambio; las fuerzas contrarias volverán a la carga’.  ¿Por qué dices que alguna vez lo harás?, ¿tendrás oportunidad?, ¿seguirás con vida mañana?, ¿te dará Dios la gracia de la conversión?  Teme a Cristo que pasa y no vuelve.

Al demonio le encanta ilusionar a la gente y engañarla con la conversión de mañana; a Dios le gustan las cosas hoy y ahora:  Hoy es el día de la conversión.  “Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón.”

Nuestros padres pueden enseñarnos un invaluable conocimiento espiritual, especialmente si su entendimiento se basa en los principios y caminos de Dios.  Pero sólo nuestro Creador puede darnos el poder para manejar correctamente nuestros pensamientos y actitudes y resistir las tentaciones que nos acosan constantemente.  Así, el proceso de convertirnos en justos es algo milagroso que requiere la intervención directa y activa de Dios.

Primero él nos llama y abre nuestro entendimiento para que podamos comprender lo que enseñan las Escrituras.  Luego, comienza a cambiar nuestras vidas, si es que respondemos voluntariamente a su llamado y colaboramos con Él.

La palabra conversión, tal como la usamos en los círculos religiosos, generalmente implica la aceptación de un sistema religioso de creencia.  Pero el significado fundamental en la Biblia es “volverse”, por lo general, volverse a Dios.

Esto, desde luego, nos plantea una pregunta crucial:  ¿De qué nos volvemos cuando nos volvemos a Dios?  ¿Qué dejamos cuando nos convertimos?  O en otras palabras, ¿por qué necesitamos convertirnos?  ¿Qué es lo que nos separa de Dios en primera instancia?

1).    El profeta Isaías nos da la respuesta:  “He aquí que no se ha acortado la mano del Eterno para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:1).

2).    El apóstol Juan agrega:  “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos...”  (1 Juan 1:8).  Para recibir las bendiciones y la ayuda de Dios, debemos volvernos a él reconociendo nuestros pecados y apartándonos de ellos.

3).    Jesús le dijo al apóstol Pablo, al darle la comisión de ir a los gentiles:  “para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26:18).

Estas instrucciones nos dan un breve resumen de cómo los convertidos son agregados al cuerpo espiritual que es “la iglesia de Dios” (1 Corintios 1:2).  Cada nuevo converso debe abandonar los caminos de Satanás y seguir los caminos de Dios.

Cada uno debe aceptar y responder a los términos y condiciones de Dios para que sus pecados sean perdonados.

Ya hemos aprendido que el arrepentimiento consiste en volvernos del pecado y rendir nuestras vidas a Dios.  El arrepentimiento comienza con el llamado de Dios, cuando nos abre la mente para que podamos entender correctamente las Sagradas Escrituras.  Luego debemos pedirle su ayuda y comenzar a estudiarlas para darnos cuenta de qué es lo que necesitamos cambiar.  Hacemos esto al comparar nuestras creencias, conducta, tradiciones y pensamientos con la Santa Biblia.  La palabra de Dios es el único parámetro confiable por el que podemos medir nuestras actitudes y comportamiento.

Es necesario que nos examinemos a nosotros mismos para que nuestro arrepentimiento sea genuino, y eso puede tomar bastante tiempo, especialmente si no estamos familiarizados con las Escrituras.  Veamos lo que la Biblia dice acerca del verdadero arrepentimiento y su importancia en nuestra relación con Dios.

¿Enfatizó Jesús la importancia del arrepentimiento?

“No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:32).

“Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo:  El tiempo se ha cumplido, y el reino de

Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:14-15.

Jesús enseñó que lo más importante para nosotros debe ser entrar en el Reino de Dios (Mateo 6:33).  Desde el principio de su ministerio hizo énfasis en que el arrepentimiento es indispensable para alcanzar esta meta.

¿Predicaron el arrepentimiento los antiguos profetas de Dios?

“Y envió el Eterno a vosotros todos sus siervos los profetas, enviándoles desde temprano y sin cesar; pero no oísteis, ni inclinasteis vuestro oído para escuchar cuando decían:  Volveos ahora de vuestro mal camino y de la maldad de vuestras obras...  (Jeremías 25:4-5).

¿Debe seguirse predicando este mismo mensaje al mundo entero?

“Y les dijo... era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos...  Así está escrito, y así

Fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de

Pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:44-47).

Las Escrituras muestran que desde el principio Dios ha enviado a sus siervos con el mismo mensaje:  “Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina.  Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ezequiel 18:30-31).

¿Cuál es la actitud de una persona que se ha arrepentido verdaderamente?

“Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:  Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13).

“De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven.  Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5-6).

El verdadero arrepentimiento es algo más que sólo reconocer que hemos estado errados.  Aun el deseo de obrar mal debe volverse algo repugnante para nosotros.  Dios quiere que aborrezcamos el mal (Proverbios 8:13), especialmente el mal que hemos llegado a reconocer en nosotros.

Debemos desear con todas las fuerzas que Dios cambie nuestros corazones.  Al igual que el antiguo rey David, debemos pedirle a Dios que cree en nosotros un corazón limpio y un espíritu recto (Salmos 51:10).  Debemos vernos como pecadores y sentir genuino remordimiento.  Debemos reconocer que nuestros pecados se originan en los pensamientos, con frecuencia motivados por orgullo y egoísmo, ira y celos, o lujuria y codicia, es decir, por nuestra naturaleza humana.

FE, ELECCIÓN Y COMPROMISO

Después de habernos arrepentido y bautizado, ¿cuál debe ser nuestra prioridad absoluta?

“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia...  (Mateo 6:33).

“No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3).

“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro.  No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24).

Dios quiere que por encima de todo lo obedezcamos a él y busquemos su justicia y su reino.  Nuestro compromiso de servirlo con todo el corazón, sin embargo, puede plantearnos decisiones difíciles.  Pablo lo explica:  “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12).  Es necesario, por tanto, que evaluemos anticipadamente cuán fuerte es nuestro compromiso con Dios, a fin de que estemos preparados para tomar las decisiones que va a requerir de nosotros.

¿Cuán importantes son nuestras decisiones?

En la parábola del sembrador y la semilla, Jesús ilustra las diferentes decisiones que las personas toman cuando la palabra de Dios les es explicada.  En esta parábola cada participante escucha “la palabra del reino”, pero cada uno reacciona de una manera diferente ante lo que oye.  Podemos leer esta parábola en el capítulo 13 de Mateo.  Jesús primero relata la parábola y después da el significado.

Primero explica la respuesta de alguien que todavía no ha sido llamado por Dios.  “Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón.  Este es el que fue sembrado junto al camino” (Mateo 13:19).

Esta persona nunca entiende lo que oye.  Después, Jesús explica las tres respuestas diferentes de aquellos que entienden su mensaje, aquellos que Dios ha llamado.  Dios abre sus mentes al entendimiento de su mensaje.  Los tres comprenden el significado del mensaje de Jesús, pero cada uno responde de una manera diferente y por razones diferentes.  “Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (vv. 20-21).  Su primera respuesta es de una aceptación gozosa, pero su entusiasmo se apaga pronto.  ¿Por qué?  Por su reacción ante la presión de otros.  A éste le importa más complacer a las personas que complacer a Dios.  Para él es más importante

Actuar conforme a las costumbres y expectativas de su familia, sus amigos y la sociedad, que servir a Dios.  Se derrumba ante la presión y finalmente rechaza el llamamiento de Dios.  “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la

Palabra, y se hace infructuosa” (v. 22).  Éste es diferente en ciertos aspectos.  No está tan interesado en la opinión de los demás, pero al igual que el anterior, rehúsa poner a Dios primero en su vida.  Se distrae con otras cosas.  Satisfacer sus necesidades personales y mantener su nivel socioeconómico es algo que consume su interés, su tiempo, su energía.  También está muy ocupado tratando de servirse a sí mismo.  No tiene tiempo libre para Dios, y así, por simple descuido, también rechaza el llamamiento de Dios.

“Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (v. 23).  Esta persona no sólo entiende la palabra de Dios, sino que la toma en serio.  La pone en práctica.  ¡Cambia su vida!  De todos los ejemplos de esta parábola, sólo esta persona es escogida para salvación.  Pone a Dios primero que todo lo demás en su vida.  Hace un compromiso con Dios y lo mantiene.  ¿Seguiremos su ejemplo?

¿Cómo responde Dios a los que se niegan a confiar en él?

“Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor del Eterno, ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto de su camino, y serán hastiados de sus propios consejos ... mas el que me oyere, habitará confiadamente y vivirá tranquilo, sin temor del mal” (Proverbios 1:29-33).

Aquellos que voluntariamente responden a su invitación o llamamiento.  Al ofrecernos arrepentimiento, Dios nos da la capacidad de vernos como él nos ve, en lugar de percibirnos como nos percibimos normalmente.  Sin esta percepción espiritual, quedamos ciegos espiritualmente y no podemos responder al llamado de Dios.

Sólo podemos arrepentirnos de verdad, genuinamente, cuando, al compararnos con Dios a la luz de la Biblia, podemos reconocer y confesar nuestras flaquezas, debilidades e insignificancia.  “Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice el Eterno; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2).