DOMINIO PROPIO

Pero para un cristiano, esta cualidad va mucho más allá de controlar nuestro temperamento. Para un cristiano, el dominio propio se trata de resistir la tentación de quebrantar la ley de Dios (incluyendo perder los estribos) y reaccionar ante otros sin demostrar el fruto del Espíritu Santo en nuestros pensamientos y acciones. Toda acción comienza en la mente y, por lo tanto, tener dominio propio implica tener control absoluto de nosotros mismos, “llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5).
Nuestra naturaleza humana siempre nos dirá que el pecado es “natural”. En Romanos 7:23, Pablo describe esta tendencia como “otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”.
Debemos recordar que lo “natural” es parte de este mundo que está temporalmente gobernado por Satanás el diablo (2 Corintios 4:3-4) y, como cristianos, reconocemos que el dominio propio incluye abstenernos del mal de este mundo.

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