LA IGLESIA NO CONDENA LA VIDA MILITAR

 "Lo cierto es que ni Cristo ni los apóstoles condenaron la vida militar. Y si todo el Antiguo Testamento está recorrido por paradigmas heroicos de recio perfil épico, es el mismo Cristo Nuestro Señor, ya en la plenitud del Nuevo Testamento, el que anuncia una vez y para siempre, que no ha venido al mundo a traer la paz, sino la espada (Mt. 10,34). Y es el mismo Cristo, al que la tradición eclesial supo representar en la figura de un guerrero, el que a la hora de poner un ejemplo perdurable de Fe, lo encuentra en un centurión romano. Y no justamente porque éste hubiera abdicado de

su estilo castrense, sino precisamente, porque proyectó en su adhesión a Dios, la misma disciplina, el mismo sentido jerárquico, la misma actitud obediencial y reverente que en su conducta de soldado: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Por eso, ni me he atrevido ir a Ti. Di una sola palabra y mi siervo quedará curado. Porque yo, que soy hombre sujeto al mando, tengo a mis órdenes soldados, y digo a éste: Ve, y va; y a otro: Ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace. Al oírlo, Jesús se maravilló de él y volviéndose a la multitud que le seguía dijo: Os digo que ni en Israel he encontrado fe como esta" (Lc 7, 1-10).


Así, a despecho de tanto sentimentalismo pacifista, este centurión, tal vez el primer caballero cristiano de la historia, se convierte en ejemplo digno de imitación. Y siguen siendo sus palabras las que decimos antes de recibir la Sagrada Forma: "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa..." Es igualmente cierto que soldados fueron los miembros de la guarnición de Cesárea, en la costa del Mediterráneo, que colaboraron con Pedro cuando éste va a evangelizar más allá de Palestina (Hechos 10, 1-48). Como soldados son los amigos de Pablo en Filipos, con los que se construye la primera comunidad cristiana de Europa (Hechos 61, 25-34)


Y serán hombres de armas infinidad de santos, reyes, mártires y papas que a lo largo de veinte siglos ofrendaron sus vidas para mejor gloria de Dios. Porque la Iglesia no es esa "mugrienta pereza disfrazada de idealismo", ni la milonga y los ósculos vagabundos, ni los cánticos sensibleros y las palomas de la ONU. La Iglesia es Lepanto y las Cruzadas, es Covadonga y Roncesvalles, es el Alcázar de Toledo y la Gesta de los Cristeros. Es la legión de capellanes repartiendo escapularios a la tropa. Es el Rosario en el campo de batalla y la empuñadura en Cruz de los sables enhiestos...


"Cruz y Fierro, la tradición cristiana desde su origen reunía el ascetismo y la Caballería en equilibrio de sapiencia humana." 


— J. Norberto Ferro/ Prólogo a "La Caballería" por Alfredo Sáenz S. J.

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