EVANGELIZACIÓN DEL TERRITORIO GRINGO

 “Nuevo Méjico y Arizona, verdaderos países de maravillas de los Estados Unidos, fueron descubiertos, como es sabido, en 1539, por aquel misionero español a quien todos los jóvenes americanos debieran recordar con veneración: Fray Marcos de Nizza (…). Nuevo Méjico fue por espacio de trescientos cincuenta años, y lo es aún hoy día, en su mayor parte un páramo salpicado de unos pocos pequeños oasis (…), cientos de miles de millas cuadradas donde el viajero fácilmente muere de sed y donde todos los años hay infelices víctimas de ese horrendo martirio (…). Cuando el colono o el misionero español salía de Nueva España para atravesar un desierto de mil millas y sin caminos, con rumbo a Nuevo Méjico, su vida se hallaba en constante riesgo, y no pasaba un día en que no se hallase en peligro en aquella provincia salvaje. Si conseguía no morir de sed o de hambre durante el camino; si no perecía a manos de los apaches, se instalaba en el vasto erial, lejos de cualquier otro hogar de gente blanca. Si era misionero, se quedaba, por regla general, solo con un rebaño de centenares de indios (…).

Los varios sacerdotes que Coronado llevó consigo a Nuevo Méjico, en 1540, hicieron muy buena labor catequista; pero pronto fueron muertos por los indios (…). Los españoles, por lo que toca a la construcción de hogares, se vieron limitados, por las imposiciones del desierto, al valle del Río Grande (…), pero sus misioneros no reconocieron ese límite. Donde las colonias no podían vivir, ellos podían orar y enseñar, y muy pronto empezaron a penetrar en los desiertos que se extienden a gran distancia a ambos lados de aquella estrecha faja de tierra colonizable. En Zuni, muy al oeste del río, y a trescientas millas de Santa fe, los misioneros se habían establecido ya por el año 1629 (…). Los misioneros también cruzaron las montañas del este del Río Grande, y establecieron misiones entre los Pueblos que vivían al borde de las grandes llanuras (…). Las iglesias de Cuaray, Abó y Cabirá son las ruinas más grandiosas que hay en los Estados Unidos, y mucho más hermosas que muchas que los americanos van a admirar al extranjero (…). Un siglo antes del nacimiento de los Estados Unidos, habían construido los españoles, en uno de nuestros territorios, medio centenar de iglesias permanentes, casi todas de piedra, y casi todas expresamente para beneficio de los indios. Esa labor de los misioneros no ha tenido igual en ningún otro punto de los Estados Unidos hasta el presente; y en todo el país no habíamos construido en aquel tiempo tantas iglesias para nosotros mismos.

Una ojeada a la vida de los misioneros que iban a Nuevo Méjico por entonces, antes de hubiese quien predicase en inglés en todo el hemisferio de occidente, presenta rasgos que fascinan a cuantos admiran el heroísmo solitario, que no necesita ni aplauso ni espectadores para mantenerse vivo. Ser valiente en campo de batalla o en casos de excitación parecida es muy fácil; pero es cosa muy distinta hacer una heroicidad cuando nadie la presencia y en medio, no tan sólo de peligros sino de toda clase de penalidades y obstáculos (…). Llegado al Nuevo Méjico después de una peligrosa jornada, el misionero se dirigía a Santa Fe. Allí su superior no tardaba en designarle una parroquia, y volviendo la espalda a la pequeña colonia de sus compatriotas, el buen fraile recorría a cien cincuenta, cien, o trescientas millas, según el caso, hasta llegar a su nuevo y desconocido puesto. Algunas veces le acompañaba una escolta de tres o cuatro soldados españoles; pero a menudo tenía que hacer aquel peligroso recorrido enteramente solo. Sus nuevos feligreses lo recibían unas veces con una lluvia de flechas, y otras con un hosco silencio. Él no podía hablarles, y tampoco ellos a él, y lo primero que tenía que hacer era aprender su extraña lengua (…) Si decidían matarle, le era imposible hacer resistencia. Si rehusaban darle alimento, tenía que morirse de hambre (…) No creo que la historia presente otro cuadro de tan absoluta soledad, desamparo y desconsuelo como era la vida de aquellos mártires desconocidos, y por lo que toca a peligros, no ha habido hombre alguno que los haya arrostrado mayores (…). Y no eran pocas sus tareas. No tan sólo tenía que convertir a aquellos paganos al cristianismo, sino además enseñarles a leer y escribir, a cultivar mejor sus tierras y, en general, a trocar su barbarie por la civilización (…) Veinte diferentes poblaciones asesinaron a sus respectivos misioneros. Algunas reincidieron en el crimen varias veces. Hasta el año 1700, cuarenta de esos pacíficos héroes grises habían sido inmolados pro los indios en Nuevo Méjico (…) .

En 1629, Fray Juan Ramírez salió solo de Santa Fe para fundar una misión en la encumbrada ciudad de Acoma. Se le ofreció una escolta de soldados, pero él la rehusó y salió a pie, enteramente solo y sin más armas que su crucifijo. Recorriendo con dificultad su penoso y arriesgado camino, llegó al cabo de muchos días al pie de la gran isla de roca, y empezó el ascenso. En cuanto los indios vieron a una persona extraña, corrieron hasta el borde del risco y le lanzaron una lluvia de flechas, algunas de las cuales atravesaron su hábito. En aquel momento, una niña de Acoma, que estaba en el mismo borde de la ingente roca, se asustó y perdiendo el equilibrio se despeñó. Pero quiso la Providencia que sólo cayese unas cuantas yardas sobre un reborde arenoso cerca de donde estaba Fray Juan, y donde no podían verlos los indios, quienes supusieron que había caído hasta la sima. Fray Juan se acercó a recogerla y la llevó sana y salva hasta arriba, y al ver este aparente milagro, los salvajes quedaron desarmados y lo recibieron como a un mago. El buen hombre vivió solo en Acoma más de veinte años, amado por los naturales como un padre, y enseñando a sus conversos con tanto éxito, que con el tiempo muchos de ellos sabían el catecismo y podían leer y escribir en español. Además, bajo su dirección y con muchísimo trabajo construyeron una gran iglesia. Cuando murió, en 1664, los acomas, que habían sido los indios más feroces, llegaron a ser los más dóciles de Nuevo Méjico y los más adelantados en civilización. Pero pocos años después de su muerte, ocurrió el levantamientos de los indios Pueblo, y durante las largas y desastrosas guerras que se siguieron, fue destruida la iglesia y desaparecieron, en gran parte, los frutos del trabajo del valiente Fray Juan. En aquella rebelión, Fray Lucas Maldonado, que era entonces misionero en Acoma, fue asesinado por su rebaño el diez o el once de agosto de 1680 (…).

Conviene no perder de vista un hecho muy importante. No tan sólo llevaron a cabo esos maestros españoles una obra de catequesis como no se ha realizado en parte alguna, sino que, además, contribuyeron grandemente a aumentar los conocimientos humanos. Había entre ellos algunos de los más notables historiadores que América ha tenido, y eran contados entre los hombres más doctos en todos los ramos del saber, especialmente en el estudio de las lenguas. No eran menos cronistas, sino versados en las antigüedades del país, en sus artes y en sus costumbres” Charles F. Lummis.

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