El Papa es la cabeza visible de la Iglesia

La Iglesia tiene una cabeza visible que es el Romano Pontífice  a quien Dios entregó las llaves del Reino de los Cielos y dio una autoridad suprema de tal manera que lo que el Papa ata en la tierra será atado en el cielo, y lo que desata en la tierra será desatado en el cielo; Cristo puso al Papa como centro de unidad y de Gobierno y le confió la misión de apacentar no solo a los fieles, sino a los demás pastores, es decir, a los Obispos.  Es doctrina esencial de los protestantes  rechazar rotundamente el primado de jurisdicción del Romano pontífice, a quien desde la época de Lutero se le llama el Anticristo en persona. 

Cristo instituyó una sociedad jerárquica, en la que dotó a los Apóstoles de la triple potestad; de orden, de magisterio y de jurisdicción para regir a los cristianos.  Esta potestad fue trasmitida a sus sucesores.  Esto es una verdad de Fe enseñada por León XIII y definida por el concilio Vaticano I. es decir que es obligatorio creerlo.

La Iglesia es el reino de Dios en la tierra, el cual recibirá su plenitud en el cielo.  Cristo lo compara con el redil, alrededor del cual habrán de congregarse todos los hombres, hasta constituir un solo redil bajo el cuidado de un solo pastor (San Juan X,16)

La identificación del reino de Dios, que Cristo vino a predicar con la Iglesia, aparece claramente en las palabras con las cuales Jesús prometió a San Pedro el primado de Jurisdicción: “Yo te digo a ti que eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… Yo te daré las llaves del reino de los cielos y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos (San Mateo 16, 18,19)

Pero, ¿cómo alcanza el hombre el reino de Cristo?  El hombre para alcanzar el Reino de Cristo en el Cielo, necesita pertenecer al Reino de Cristo en la tierra, o sea, a la Iglesia y practicar la vida cristiana que le ha sido comunicada con el bautismo y para cuya conservación es necesario recibir la Sagrada Eucaristía: “En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”… EL que come de este pan vivirá para siempre (San Juan 6, 53 y 58).

Hay quienes juzgan que pueden dividir la unidad de la doctrina cristina y que se puede creer y practicar algo de la Religión y que es lícito no creerla ni practicarla toda, y así, toman del cristianismo, no lo que este prescribe, tanto en sus dogmas, como en sus preceptos, sino lo que a ellos acomoda.  ¿Es, acaso este, una especie de disfraz con el cual se pretende cumplir una clase de ateísmo?

Muchos de los que conservan un sentimiento religioso y algo de piedad, en la práctica no consideran como un negocio de importancia vivir cristianamente.

No bastan las creencias floja e indecisas en un Dios vagamente definido; no basta practicar el bien de la manera que cada uno lo entiende; no basta ser honrado y virtuoso a la manera que lo son los que no tienen fe; ni basta invocar para ello el dictamen de la razón y de la propia conciencia, porque esto, a pesar de las apariencias de rectitud y buena intención, no pasa de der un racionalismo orgulloso, que no quiere ley superior para la creencia y las para las costumbres.

La religión en sí no puede partirse, ni mutilarse.  La doctrina de Cristo forma un todo, tanto en sus dogmas como en sus preceptos, que es indivisible.  Por lo tanto no es posible servir a dos señores: a Dios y al mundo.

Jesucristo instituyó una sociedad jerárquica y visible que llamó Iglesia, a  la que confió su misión divina.

Se dice que para que alguno pueda llamarse fundador de una sociedad se requiere que: convoque a una multitud; que los una mediante la designación de un fin común;  que establezca los medos necesarios para conseguir ese fin; y que, cree una autoridad como principio de unión.  Pues bien,  Nuestro Señor Jesucristo, cumplió con estas condiciones:  (i) Convocó una multitud “Enseñad a todas las gentes” (San Mateo 28, 19); (ii) Señaló un fin común y sobrenatural, que es la salvación del alma: “El que creyere y fuere bautizado se salvará”, (San Marcos 16,16); Instituyó medios aptos para alcanzar este fin: aceptar la doctrina y recibir los sacramentos: “el que creyere y fuere bautizado se salvará”, (San Marcos 16,16); y, (iv)  designó e instituyó la autoridad: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra: Id, pues, enseñad a todas las gentes”… (San Mateo 28, 18,19).  “Como me envió mi Padre, así os envío yo”, dijo a los Apóstoles. San Juan 20,21 “El que a vosotros oye a mí me oye, y el que a vosotros desecha, a mí me desecha…  (San Lucas 10, 16.

Con toda razón se puede decir que Cristo es el fundador de una sociedad a la cual Él mismo llamó Iglesia.  Esta sociedad, es jerárquica, es decir que en ella una persona, o un conjunto de personas ejercen el imperio o sea la autoridad.

Hay tres jerarquías, todas presentes en la Iglesia: la de orden, para ejercer los actos que buscan la santificación de las almas, el culto y los sacramentos; la de magisterio, para enseñar a los fieles las verdades que se refieren a la fe y a las costumbres; y, la de jurisdicción, la de jurisdicción que es la potestad sagrada de gobernar a los fieles.

Laa Jerarquía de jurisdicción está compuesta por el Romano Pontífice, que gobierna toda la Iglesia, los Obispos que gobiernan las diócesis con sujeción al Romano Pontífice y los Párrocos que gobiernan las parroquias con sujeción a sus respectivos Obispos.

Cristo dio esta potestad a la Iglesia cuando dijo a los Apóstoles:

1. “El que os recibe a vosotros a mí me recibe, y el que me recibe a mí recibe al que me envió” (San Mateo 10, 40)  a Contrario Sensu,  el que no los recibe, no recibe a Jesús, y no recibe al que lo envió, o sea al Padre. 

2.  “El que a vosotros oye, a mí me oye y el que a vosotros desecha a mí me desecha, y el que me desecha a mí desecha al que me envió” (San Lucas 10, 16), a Contrario Sensu…

3. Pero además Cristo empeñó su palabra a los Apóstoles, haciéndose solidario con ellos en el ejercicio de su autoridad.  “En verdad os digo, cuanto atareis en la tierra será atado en el cielo, y cuanto desatareis en la tierra será desatado en el cielo” (San Mateo 18,18).

No olvidemos que atar y desatar en el lenguaje rabínico significa prohibir y permitir.

4. Cristo también dio a la Iglesia la potestad de dirimir las controversias, así hablando de la corrección fraterna  ordena que se haga particularmente, luego delante de testigos y, finalmente, “si los desoyere, comunícalo a la Iglesia y si a la Iglesia desoyere sea para ti como gentil o publicano” (Sn Mateo 18, 15,17). Considerar a una persona gentil o publicano es excluirla de la comunidad de los fieles

5. Finalmente,  Cristo prometió a San Pedro, después de que el Apóstol hizo una confesión pública de su divinidad darle la potestad de gobernar a toda la Iglesia “Yo te daré las llaves del reino de los cielos y cuanto ates (prohíbas) en la tierra será atado en los cielos y cuanto desatares (permitas) en la tierra será desatado en los cielos, (san Mateo 16,19.

No somos las ovejas las encargadas de decir sin el Papa lo es, o no lo es, por supuesto que tenemos que conocer nuestra Fe, y la doctrina que nos enseñó Cristo y tenemos el Sensus Fidei y tantas cosas que ayudan al discernimiento, tenemos la obligación de pedir al pastor que explique y se corrija dónde veamos que hay un error.

Última consideración, ¿por qué tener tanto miedo a la Divina Providencia?  ¿No está acaso Dios pendiente de cada cosa que nos pasa a cada uno de nosotros?, ¿no estará al tanto de lo que ocurre en su Santa Iglesia? Vale la pena recordar la doctrina de Cristo acerca de la Divina Providencia.

Dios vela por los suyos y tiene una especial Providencia sobre cada uno de nosotros y de nuestras cosas, sin escapársele ni un detalle: “Aún los cabellos de vuestra cabeza están contados todos…” “pero no se perderá un solo cabello de vuestra cabeza…” (San Lucas 12,7 y 21,18).

Mirad las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta…  mirad los lirios del campo cómo crecen; no se fatigan, ni hilan… Pues si la hierba del campo que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? (San Mateo 6, 26-31).

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