Carta colectiva que 32 obispos orientales dirigieron a los obispos de Italia y las Galias en la lucha antiarriana en el siglo IV.

Carta colectiva que 32 obispos orientales dirigieron a los obispos de Italia y las Galias en la lucha antiarriana en el siglo IV.
“Se trastornan los dogmas de la religión; se confunden las leyes de la Iglesia. La ambición de los que no temen al Señor salta las dignidades, y se propone el episcopado como premio de la más descarada impiedad, de suerte que a quien más graves blasfemias profiere, se le tiene por más apto para regir al pueblo como obispo. Desapareció la gravedad episcopal. Faltan pastores que apacienten con ciencia el rebaño del Señor.
La libertad de pecar es mucha. Y es que quienes han subido al gobierno de la Iglesia por empeño humano, lo pagan luego consintiéndolo todo a los que pecan.
La maldad no tiene límite; los pueblos no son corregidos; los prelados no tienen libertad para hablar. Porque quienes adquirieron para sí el poder o dignidad episcopal por medio de los hombres, son esclavos de quienes les hicieron esa gracia…
Sobre todo eso ríen los incrédulos, vacilan los débiles en la fe, la fe misma es dudosa, la ignorancia se derrama sobre las almas, pues imitan la verdad los que amancillan la palabra divina en su malicia. Y es que las bocas de los piadosos guardan silencio, y anda suelta toda lengua blasfema.
Lo santo está profanado; la parte sana de la gente huyen de los lugares de oración como de escuelas de impiedad y marchan a los desiertos, para levantar allí, entre gemidos y lágrimas, las manos al Señor del cielo.”

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