Jesucristo mismo,
manifestó en varias ocasiones y así está consignado en los evangelios, la
gravedad de la ruptura que implica el adulterio, incluso dice que es una forma
de idolatría y que se incurre en ella solamente con mirar a la mujer de otro
con deseo, debido a que este surge y sale del corazón y ahí, precisamente
radica la gravedad de la conducta. Es
una ruptura con Dios que nace en el corazón y del corazón.
En el 1650 del Catecismo
de la Iglesia Católica, se lee textualmente: “Si los divorciados se vuelven a
casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la
ley de Dios. Por lo cual no pueden
acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación”… Las reglas de la moral cristiana son claras y
objetivas, están fuera de nosotros, y en consecuencia no las podemos
manosear. Son, y subsisten independientemente del concepto que podamos
llegar a tener de ellas.
El pecado es pecado y
punto, así como el perro es perro y la silla es silla y en nada afecta su
naturaleza, o su substancia, lo que yo crea o quiera que sean. La norma esta fuera de nosotros, la dicto Dios,
y la amplió Nuestro Señor Jesucristo, la ha interpretado así, el magisterio de
la Iglesia desde hace 19 siglos, como para que ahora lleguemos a concluir que
todos los siglos anteriores de interpretación de teólogos y santos serios, se
reduzcan a un, “es lo que la Iglesia cree ahora”, pues esto contradice la
inmutabilidad de Dios y otros conceptos que se quedaron por fuera de esta nota.
La discusión vendría
también a estar regida por otros conceptos, el de la libertad por ejemplo. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en
su numeral 1736 que todo acto directamente querido es imputable a su autor” lo
que deberá predicarse obviamente de los adúlteros; O del pecado, pues sabemos que dé “dentro del
corazón salen las intenciones malas: asesinatos, adulterios, fornicaciones,
robos, falsos testimonios, injurias tal como le señaló Mateo 15, 19-20, o sería
que estaba acaso equivocado nuestro Señor?
Dice también el CIC en el 1858:
que “la materia grave es precisada por los diez mandamientos según la respuesta
de Jesús al joven rico: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes
testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre (Mc 10,19)”;
ese conocimiento del pecado es ineludible porque, 1860 “se supone que nadie
ignore los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de
todo hombre” Todos sin excepción como hijos
y criaturas de Dios tenemos marcados los mandamientos de manera indeleble en
nuestra alma, para lectura de la conciencia, reconociendo, claro está, que
los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente reducir el
carácter voluntario y libre de la falta.
Pero lo peor y más grave
de todo, es que el pecado mortal, como el amor, es una posibilidad radical de
la libertad humana que entraña la pérdida de la caridad y la privación de la
gracia santificante, es decir, del estado de gracia.
Casarse nuevamente teniendo
sacramento de matrimonio vigente pone a la persona en pecado mortal. No produce la pena canónica de la excomunión,
pero impide al adúltero acceder a los sacramentos.
Y según sabemos excluye a los culpables de la posibilidad de dialogar con nuestro Señor Jesucristo, la oración de los adúlteros es escuchada pero no es respondida.
Y según sabemos excluye a los culpables de la posibilidad de dialogar con nuestro Señor Jesucristo, la oración de los adúlteros es escuchada pero no es respondida.
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