El Magisterio de la Iglesia siempre ha evitado afirmar que
la Iglesia es pecadora; incluso la Comisión Teológica Internacional
durante el Año Santo, al estudiar el tema de la Iglesia y las culpas del
pasado, recordó que se puede distinguir entre la santidad de la Iglesia
y santidad en la Iglesia y, a su vez que, a la santidad de la Iglesia debe
corresponder la santidad en la Iglesia.
El Catecismo de la Iglesia recuerda, siguiendo al Vaticano II (LG 8; 11; 48), que la Iglesia posee
una santidad genuina e indefectible aunque todavía imperfecta y que
en sus miembros la santidad perfecta está todavía por alcanzarse (CEC
825)42 y que abrazando en su seno a los pecadores es a la vez santa y
siempre necesitada de purificación (CEC 827).
Por lo tanto, teniendo en cuenta que todos debemos reconocernos
pecadores,las expresiones del tipo: “creo en la Iglesia santa y pecadora”
o “creo en la Iglesia santa y prostituta” o la “Iglesia es santa y
prostituta”, además de no pertenecer a la Tradición y de equivocar el
acto de fe teologal, podrían llevar a confusiones en la catequesis y en la
pastoral del Pueblo de Dios. Así pues, aunque la dimensión histórica de
la Iglesia que incluye la presencia del pecado en ella no debe ser dejada
de lado y aun cuando los que la atisban con mirada humana puedan
escandalizarse de los pecados de sus miembros y sea muy difícil que vulgarmente
no se hable de pecados de la Iglesia, su principio formal tiene
que ser proclamado con fe y humildad. La naturaleza de misterio es el
proprium de la Iglesia, es la realidad de su ser. Jesús sentado a la derecha
del Padre realizando la efusión del Espíritu que da identidad a su Esposa
no es una abstracción, ni mucho menos un platonismo.
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