El católico verdadero o en ejercicio
de su misión profética, anuncia, denuncia, y juzga el pecado, como se deriva de
sus obligaciones y derechos de bautizado. No juzgar el pecado, y guardar
silencio frente a él equivale a decirle al hermano pecador: "está bien,
haz lo que te dé la gana, respeto tu pecado". El problema de esta
actitud es que no corresponde con el evangelio que nos dejó nuestro Señor Jesús
porque es una falta de misericordia absoluta con el pecador, miremos por qué.
Algunos dicen que en el evangelio
dice: "no juzguéis y no seréis juzgados" y también que "con la
misma vara que midáis, seréis medido" y lo entienden como si esto fuera un
llamado del cielo para la tolerancia de los pecadores y se agarran a gritar.
"no me juzgues, no me juzgue", como si no juzgar fuera la esencia del
cristianismo, pero se les ha olvidado leer el resto del evangelio, sobre todo,
todos esos pasajes en donde consta cómo el mismo Jesús juzgó y lo hizo de
manera durísima, o cuando los apóstoles lo hicieron, o cuando Juan el Bautista
denunció de manera pública el pecado de Herodes, que estaba cometiendo
adulterio, condenándolo, pero también, a los fariseos cuando los llamó raza de
víboras.
Los fariseos de hoy se visten con
piel de oveja, pero por dentro son lobos feroces, pues ese no juzgar que tanto
reclaman está buscando que los fieles perdamos la línea que separa el bien del
mal, al abolir la ética y romper con los diez mandamientos de Dios.
Jesús, y así consta en el evangelio,
juzga y condena el mal con toda la contundencia, en esos momentos deja de lado
su mansedumbre y les increpa: "raza de serpientes" "sepulcros
blanqueados", por supuesto juzgándolos; en la parábola de Lázaro y Epulón,
juzga y condena la manera como el rico lleva su vida llena de placeres; pero,
va más allá y pasa del dicho al hecho cuando levanta el látigo para castigar a
los mercaderes en el templo, pues profanaron la casa de su Padre. Como en
Cristo no hay cosas superfluas, el Señor nos está dejando como mensaje que
tenemos que protestar contra los que inducen a error al pueblo, reprobar lo
podrido, conminar a los profanadores de lo sagrado. Sabemos que se hace
cómplice del mal el que lo aprueba con su silencio.
Como el demonio es astuto, se
provecha de la enseñanza de la Iglesia, especialmente la derivada de la
escolástica que distingue entre el acto material exterior y la intención del
que lo ejecuta, y traen para a colación la famosa frase atribuida a San
Agustín, que dice que “Dios ama al pecador, pero aborrece el pecado”, y
falsamente, separan al robo del ladrón, al homicida del homicidio, al adúltero
del adulterio y un larguísimo etcétera, con cada una de las conductas reprobables,
pretendiendo con este raciocinio llevarnos a concluir que debemos juzgar el
pecado material pero debemos suspender el juicio respecto del pecador pues
ignoramos las circunstancias que rodean su fuero interno, las cuales en
realidad son conocidas únicamente por Dios.
Pero, ojo, la frase “Dios ama al
pecador pero odia al pecado”, es una falacia, pues tiene en su construcción dos
verdades que individualmente consideradas no se pueden contradecir: "Dios
ama al pecador", eso es completamente cierto; "Dios detesta el
pecado", "Dios aborrece el pecado", también es cierto: “Porque
Yahvé es justo, y ama la justicia." (Sal 11:7). "Oh Dios, has
amado a la justicia y aborrecido la maldad." (Sal 45:7), pero al juntarlas
en la misma sentencia lo que se crea es una mentira, he ahí la falacia. Y, es una mentira grave, porque conforta al
pecador con su pecado y no lo llama a conversión.
“Amar al pecador y odiar el pecado”
surgió del parafraseo de unas palabras que San Agustín le dirigió a unas monjas
a quienes dirigía, dándoles instrucciones sobre algunos y determinados medios
de disciplina que debían observar en la corrección de las prácticas ilegales
por parte de los miembros de su comunidad, que se debe entender en el sentido
de que la condena y castigo justo y el sentido cristiano adecuado, se hace por
el bien del delincuente y de la comunidad, y que en el momento de impartir
justicia se debe amar al pecador, pero
odiar su pecado, decía esto en
el sentido de proporcionar el castigo y la pena de acuerdo, también, con el
arrepentimiento del delincuente.
Para facilitar la comprensión de
este argumento, se debe considerar el absurdo de un predicador llevando el
Evangelio a lugares como Sodoma y Gomorra y diciéndole a las personas:
"Dios te ama pecador, pero Dios odia tu pecado" sigue tranquilo con
tu vida, no te juzgo y de pronto llega Dios y coge y destruye las ciudades
junto con los pecadores que ama y que no fueron juzgados, en qué queda pues,
entonces, el mensaje del amor de Dios al pecador? En el libro del Génesis
13, 13 dice que los sodomitas “eran malos y pecadores contra Yahvé en gran
manera e iban a ser destruidos por sus pecados” De la misma manera que
los sodomitas, el hombre caído será destruido en el día del juicio si no se
arrepiente de su maldad y cree en Cristo.
A los pecadores se les debe llegar
con un mensaje de arrepentimiento y fe, que los cuestione, que los confronte y
mueva al cambio, no con un mensaje de amor mal fundamentado que les
"acaricie el oído" o les "mueva las emociones" y los deje
quietos en su pecado, preparados para entregar su alma a Satanás. Y
además y por último, quien no juzga las conductas y confronta a sus ejecutores
deja de distinguir entre el bien y el mal y yo diría que secretamente se pone
de parte del mal.
A la final, es cierto que debemos
dejar a Dios el juicio sobre las cosas ocultas que son las que no me constan, o
sobre las que no es necesario que se den a conocer, pero en la lógica el amor
al prójimo, pecador en este caso, no debemos tener complacencia con su pecado y
mucho menos alentarlo al mismo, y así, se debe castigar el pecado, porque
además, el castigo por las faltas tiene mucho que ver con nuestra propia mente,
si hago el mal debo repararlo, si no lo hago nace en mí un sentimiento de culpa
y así, eximir del castigo es falta de amor.
La lógica social de hoy pretende
eludir todo castigo aboliendo para ello nada menos que la moral. Y por
eso es que bajo el falso pretexto del amor, más que defender al criminal, se
defiende al crimen y más que tender la mano a la adúltera o a la madre soltera,
se justifica el adulterio y se proclama el derecho al amor libre. En vez de
tener caridad para el pecador, se clama entusiasmo por el pecado mismo.
Hemos vuelto a la herejía de los gnósticos en que la virtud consistía en violar
adrede cada renglón del Decálogo: “¡No matarás!” ¡Mata! “¡No mentirás! ¡Miente!
El eslogan “No juzgues”, que tanto
difunden los sacerdotes y laicos modernistas y progresistas, como se ha
mostrado, nada tiene que ver con la caridad, y peor aún, so pretexto de ella,
pretenden que borremos la distinción entre el bien y el mal. Y no se trata ya,
entonces, de amor al pecador como se predica, sino de amor al pecado y su
búsqueda no es otra que abolir los Mandamientos que Dios nos dictó e imprimió
en nuestra alma.
Tenemos que juzgar. No podemos
abstenernos de un juicio que determine lo que es bueno y lo que es malo. No
podemos admirar por igual al homicida que al santo. Misericordia
significa etimológicamente “mover el corazón hacia la miseria”. Pero no para
justificar a la propia miseria (al pecado) sino para ayudar al miserable a que
salga de ella. Esta sería la actitud ética hacia el pecador. No negar el mal, y
tratar de que el malo deje de serlo.
En conclusión: Dios no enviará al
pecado al infierno, enviará al pecador, Dios no mandará el homosexualismo al
infierno, el mandara al homosexual; no mandará el robo al infierno, mandará al
ladrón y así sucesivamente y esto no se trata de crueldad, sino de plena
justicia. El amor y la misericordia están en el que
denuncia y su ausencia en el que facilita.
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