Últimamente he oído mucho respecto de las indulgencias, pero
como ocurre con casi todas las cosas de la Iglesia hay muchas opiniones y
desafortunadamente no todas son iguales, ni en la misma dirección. Me puse a
investigar y encontré, y leí, los textos oficiales donde se plasma la “doctrina
oficial” sobre las indulgencias, la que me permití resumir y condensar en un
par de paginitas, las siguientes:
Todos cometemos pecados, los pecados tienen consecuencias de
varios órdenes, particularmente la penal temporal del pecado, para vernos
completamente libres de ellas, todos, necesitamos de la misericordia de Dios. La remisión de la pena temporal debida por
los pecados ya libres de la culpa, es lo que se llama propiamente
"indulgencias".
Por disposición de Dios, todos los hombres estamos unidos por
un vínculo sobrenatural, de tal suerte que mí conducta beneficia o perjudica al
resto, en el caso del pecado, perjudica a todos los demás, así ocurrió con
Adán, su pecado pasa a todos los hombres, pero, también, en el caso de la
virtud beneficia a los demás, así, la santidad de uno aporta un beneficio para
todos los demás. Y la mayor muestra de
esto se ve en Cristo, que no cometió pecado, padeció por nosotros"';
"fue herido por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes... y sus
cicatrices nos curaron" y liberaron del pecado.
De acuerdo con el dogma de la comunión de los santos, "la
vida de cada uno de los hijos de Dios, en Cristo y por Cristo, está unida con
un nexo admirable con la vida de los demás hermanos, en la unidad sobrenatural
del Cuerpo místico de Cristo, formando como una sola mística persona”. Desde siempre los fieles cristianos se han
esforzado en ayudarse mutuamente en el camino hacia el Padre celestial: con la oración, con el testimonio de los
bienes espirituales y con la expiación penitencial; cuanto más fervorosa era la
caridad que los movía, más iban en pos de Cristo paciente, llevando su propia
cruz en expiación de los pecados suyos y de los demás, convencidos de que
podían ayudarlos ante Dios, Padre misericordioso, a conseguir la
salvación."
Este, es el tesoro de la Iglesia. El valor infinito e inagotable que tienen
ante Dios las expiaciones y merecimientos de Cristo Señor, ofrecidas para que
toda la humanidad sea liberada del pecado y llegue a la comunión con el
Padre. Es el mismo Cristo redentor, en
el cual se hallan con toda su eficacia las satisfacciones y merecimientos de su
redención.
A este tesoro se le suma también el valor inmenso e
inconmensurable que tienen ante Dios las oraciones y las buenas obras de santa
María Virgen, junto con las de todos los santos que tuvieron los merecimientos necesarios
para estar en la presencia de Dios.
Además, entre quienes ya gozan de la patria celestial,
Iglesia triunfante; como los que expían las culpas en el purgatorio, Iglesia
purgante; y quienes aún peregrinamos por el mundo, Iglesia militante, existe un
perenne vínculo de caridad y un abundante intercambio de todos los bienes, con
el cual se expían todos los pecados de todo el cuerpo místico y se aplaca la
justicia divina; la misericordia de Dios incita al perdón, y así los pecadores,
arrepentidos, llegan más pronto a la plena fruición de los bienes de la familia
de Dios.
"En efecto, todos los que son de Cristo, por poseer su
Espíritu, constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en él (cf. Ef 4,
16). La unión de los vivos con los
hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe,
antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la
comunicación de bienes espirituales. Por
lo mismo que los bienaventurados están más íntimamente unidos a Cristo,
consolidan más eficazmente toda la Iglesia en la santidad... y contribuyen de
múltiples maneras a su más amplia edificación (cf. 1 Co 12, 12-27). Porque
ellos, habiendo llegado a la patria y viviendo junto al Señor (cf. 2 Co 5, 8),
no cesan de interceder por él, con él y en él en favor nuestro ante el Padre,
presentando los méritos que en la tierra consiguieron por el mediador único
entre Dios y los hombres, Cristo Jesús (cf. 1 Tm 2, 5), como fruto de haber
servido al Señor en todas las cosas y de haber completado en su carne los
dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1, 24).
La Iglesia, consciente de estas verdades desde tiempo remoto,
tuvo en cuenta y puso en práctica diversos métodos para que se aplicaran a
todos los fieles los frutos de la redención del Señor y para que los fieles
contribuyeran a la salvación de los hermanos, y así todo el cuerpo de la
Iglesia se fuera disponiendo en la justicia y la santidad para la perfecta
venida del reino de Dios, cuando Dios lo será todo para todos.
Los apóstoles exhortaban a sus discípulos a orar por la
salvación de los pecadores, costumbre antiquísima que la Iglesia conservó
santamente, máxime cuando los penitentes imploraban la intercesión de toda la
comunidad, y en el hecho de ayudar a los difuntos con sufragios, sobre todo con
la oblación del sacrificio eucarístico.
La Iglesia de la edad patrística estaba firmemente persuadida
que realizaba su obra salvadora en comunión y bajo la autoridad de los
pastores, que el Espíritu Santo ha puesto para apacentar a la Iglesia de Dios? Así, los obispos, después de una prudente
reflexión, establecían el modo y la medida de la satisfacción que se había de
cumplir, más aún, permitían también que las penitencias canónicas fueran
redimidas con otras obras, quizá más fáciles, provechosas para el bien común o
favorecedoras de la piedad, realizadas por los mismos penitentes, e incluso a
veces por otros fieles.
La convicción vigente en la Iglesia de que los pastores del
rebaño del Señor pueden librar a cada fiel de las secuelas de los pecados
mediante la aplicación de los méritos de Cristo y de los santos, introdujo
progresivamente, bajo la inspiración del Espíritu santo, que alienta
constantemente al pueblo de Dios, la práctica de las indulgencias,
la cual representó un progreso, no un cambio, en la misma doctrina y disciplina
de la Iglesia, y un nuevo bien sacado de la raíz de la revelación, para
aprovechamiento de los fieles y de toda la Iglesia.
La práctica de las indulgencias, propagada progresivamente,
se manifestó como un hecho destacado en la historia de la Iglesia
principalmente cuando los Romanos Pontífices decretaron que ciertas obras,
convenientes para el bien común de la Iglesia, "habían de ser consideradas
como substitutivas de cualquier penitencia", y que a los fieles
"verdaderamente arrepentidos y confesados", que realizaban alguna de
estas obras "apoyados en la misericordia de Dios todopoderoso y en los méritos
y autoridad de sus apóstoles", "con plenitud de la autoridad
apostólica", concedían "no sólo un pleno y amplio, sino más bien un
plenísimo perdón de los pecados".
En efecto, "el Hijo único de Dios...adquirió un tesoro
para la Iglesia militante...Este tesoro...por mediación de Pedro, encargó
que fuera distribuido en provecho de los fieles y, por causas propias y
razonables, para la remisión total o parcial, de la pena temporal debida por
los pecados, de manera tanto general como especial según vieran que convenía
ante Dios, para ser aplicado misericordiosamente a los verdaderamente
arrepentidos y confesados. A este tesoro acumulado...es sabido que
contribuyen los méritos de la bienaventurada Madre de Dios y de todos los
elegidos".
En la indulgencia, la Iglesia, usando de su potestad de
administradora de la redención de Cristo Señor, otorga autoritativamente al
fiel cristiano, debidamente dispuesto, el tesoro de las satisfacciones de
Cristo y de los santos, para la remisión de la pena temporal."
Pero ojo, la finalidad que se propone la autoridad eclesiástica, al conceder
indulgencia, consiste en ayudar a los fieles cristianos a satisfacer las penas
debidas, pero también, a inducirlos a realizar obras de piedad, de
penitencia y de caridad, principalmente aquellas que conducen a un
aumento de fe y al bien común."
Y si los fieles cristianos transfieren las indulgencias en
sufragio de los difuntos, practican la caridad de un modo excelente, y así,
pensando en las cosas celestiales, enderezan con más rectitud las terrenales.
Se critican las indulgencias, porque en la práctica en
algunos momentos se han introducido abusos, o bien porque su abuso por
concederlas para cualquier cosa hacían que perdieran su valor o bien porque se
abusó de ellas para obtener algunas ganancias torcidas, de todas maneras sean
cual sean los errores que se hayan presentado a lo largo de la historia en el
uso de las indulgencias, la Iglesia corrigió y enseñó que “la práctica de las
indulgencias, tan saludable para el pueblo cristiano y aprobada por la autoridad
de los sagrados concilios, ha de conservarse en la Iglesia, y condena con
anatema a los que afirman que son inútiles o niegan que la Iglesia tenga el
poder de concederlas".
La Iglesia, invita a todos sus hijos a que ponderen y
consideren el gran valor de la práctica de las indulgencias para la vida de
cada uno, más aún, para la vida de toda la sociedad cristiana. "Es cosa mala y amarga apartarse...del
Señor Dios". Los fieles, cuando
ganan indulgencias, comprenden que con sus propias fuerzas no pueden expiar
el mal que al pecar se han hecho a sí mismos e incluso a toda la comunidad, y
ello, los lleva a una saludable humildad.
El culto de las indulgencias levanta los ánimos hacia la
confianza y la esperanza de la plena reconciliación con Dios Padre; pero lo
hace de manera que no da ocasión a negligencia alguna ni disminuye en modo
alguno el interés por las disposiciones requeridas para la plena comunión con
Dios.
Las indulgencias, en efecto, aunque son beneficios gratuitos,
sin embargo, tanto para los vivos como para los difuntos, sólo se conceden si se cumplen
unas determinadas condiciones, ya que para conseguirlas se requiere de un lado
que se realicen determinadas obras buenas y de otro que el fiel esté dotado de
las debidas disposiciones: a
saber, que ame a Dios, y crea firmemente que la comunión de los santos le es de
gran utilidad.
Los fieles, al ganar indulgencias, contribuyen a presentar
ante Cristo una Iglesia sin mancha ni arruga, una Iglesia santa e inmaculada,
unida admirablemente a Cristo con el vínculo sobrenatural de la caridad. Gracias a las indulgencias, los
miembros de la Iglesia purgante se incorporan antes a la Iglesia celestial, y
así, por
medio de las indulgencias, el reino de Cristo se instaura con mayor intensidad
y prontitud, "hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en
el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en
su plenitud".
La Iglesia recomienda a sus fieles la práctica de las
indulgencias, pero también mantener como centrales en la práctica cristiana
todos los otros procedimientos de santificación y purificación, como la Santa Misa,
el Sacramento de la Penitencia, las obras de piedad, de penitencia y de
caridad, pues todas ellas realizan la santificación y la purificación con tanta
más eficacia cuanto más estrecha sea la unión por la caridad con Cristo cabeza
y con la Iglesia, su cuerpo.
Las indulgencias reafirman también la supremacía de la
caridad, ya que las indulgencias no pueden ganarse sin un sincero cambio “metanoia”
y unión con Dios, a lo que se añade el cumplimiento de las obras prescritas.
1 comentario:
RXCELENTE MIGUEL! GRACIAS POR TAN OPORTUNA Y NECESARIA INFORMACIÓN.
MARTA LUCIA CORREA
JULIO 28 DE 2014
Publicar un comentario