LAS INDULGENCIAS (PRIMERA PARTE)


Últimamente he oído mucho respecto de las indulgencias, pero como ocurre con casi todas las cosas de la Iglesia hay muchas opiniones y desafortunadamente no todas son iguales, ni en la misma dirección.  Me puse a investigar y encontré, y leí, los textos oficiales donde se plasma la “doctrina oficial” sobre las indulgencias, la que me permití resumir y condensar en un par de paginitas, las siguientes:

Todos cometemos pecados, los pecados tienen consecuencias de varios órdenes, particularmente la penal temporal del pecado, para vernos completamente libres de ellas, todos, necesitamos de la misericordia de Dios.  La remisión de la pena temporal debida por los pecados ya libres de la culpa, es lo que se llama propiamente "indulgencias". 

Por disposición de Dios, todos los hombres estamos unidos por un vínculo sobrenatural, de tal suerte que mí conducta beneficia o perjudica al resto, en el caso del pecado, perjudica a todos los demás, así ocurrió con Adán, su pecado pasa a todos los hombres, pero, también, en el caso de la virtud beneficia a los demás, así, la santidad de uno aporta un beneficio para todos los demás.  Y la mayor muestra de esto se ve en Cristo, que no cometió pecado, padeció por nosotros"'; "fue herido por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes... y sus cicatrices nos curaron" y liberaron del pecado.

De acuerdo con el dogma de la comunión de los santos, "la vida de cada uno de los hijos de Dios, en Cristo y por Cristo, está unida con un nexo admirable con la vida de los demás hermanos, en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, formando como una sola mística persona”.  Desde siempre los fieles cristianos se han esforzado en ayudarse mutuamente en el camino hacia el Padre celestial:  con la oración, con el testimonio de los bienes espirituales y con la expiación penitencial; cuanto más fervorosa era la caridad que los movía, más iban en pos de Cristo paciente, llevando su propia cruz en expiación de los pecados suyos y de los demás, convencidos de que podían ayudarlos ante Dios, Padre misericordioso, a conseguir la salvación."  

Este, es el tesoro de la Iglesia.  El valor infinito e inagotable que tienen ante Dios las expiaciones y merecimientos de Cristo Señor, ofrecidas para que toda la humanidad sea liberada del pecado y llegue a la comunión con el Padre.  Es el mismo Cristo redentor, en el cual se hallan con toda su eficacia las satisfacciones y merecimientos de su redención. 

A este tesoro se le suma también el valor inmenso e inconmensurable que tienen ante Dios las oraciones y las buenas obras de santa María Virgen, junto con las de todos los santos que tuvieron los merecimientos necesarios para estar en la presencia de Dios.

Además, entre quienes ya gozan de la patria celestial, Iglesia triunfante; como los que expían las culpas en el purgatorio, Iglesia purgante; y quienes aún peregrinamos por el mundo, Iglesia militante, existe un perenne vínculo de caridad y un abundante intercambio de todos los bienes, con el cual se expían todos los pecados de todo el cuerpo místico y se aplaca la justicia divina; la misericordia de Dios incita al perdón, y así los pecadores, arrepentidos, llegan más pronto a la plena fruición de los bienes de la familia de Dios.

"En efecto, todos los que son de Cristo, por poseer su Espíritu, constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en él (cf. Ef 4, 16).  La unión de los vivos con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espirituales.  Por lo mismo que los bienaventurados están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más eficazmente toda la Iglesia en la santidad... y contribuyen de múltiples maneras a su más amplia edificación (cf. 1 Co 12, 12-27). Porque ellos, habiendo llegado a la patria y viviendo junto al Señor (cf. 2 Co 5, 8), no cesan de interceder por él, con él y en él en favor nuestro ante el Padre, presentando los méritos que en la tierra consiguieron por el mediador único entre Dios y los hombres, Cristo Jesús (cf. 1 Tm 2, 5), como fruto de haber servido al Señor en todas las cosas y de haber completado en su carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1, 24).

La Iglesia, consciente de estas verdades desde tiempo remoto, tuvo en cuenta y puso en práctica diversos métodos para que se aplicaran a todos los fieles los frutos de la redención del Señor y para que los fieles contribuyeran a la salvación de los hermanos, y así todo el cuerpo de la Iglesia se fuera disponiendo en la justicia y la santidad para la perfecta venida del reino de Dios, cuando Dios lo será todo para todos.

Los apóstoles exhortaban a sus discípulos a orar por la salvación de los pecadores, costumbre antiquísima que la Iglesia conservó santamente, máxime cuando los penitentes imploraban la intercesión de toda la comunidad, y en el hecho de ayudar a los difuntos con sufragios, sobre todo con la oblación del sacrificio eucarístico.

La Iglesia de la edad patrística estaba firmemente persuadida que realizaba su obra salvadora en comunión y bajo la autoridad de los pastores, que el Espíritu Santo ha puesto para apacentar a la Iglesia de Dios?  Así, los obispos, después de una prudente reflexión, establecían el modo y la medida de la satisfacción que se había de cumplir, más aún, permitían también que las penitencias canónicas fueran redimidas con otras obras, quizá más fáciles, provechosas para el bien común o favorecedoras de la piedad, realizadas por los mismos penitentes, e incluso a veces por otros fieles.

La convicción vigente en la Iglesia de que los pastores del rebaño del Señor pueden librar a cada fiel de las secuelas de los pecados mediante la aplicación de los méritos de Cristo y de los santos, introdujo progresivamente, bajo la inspiración del Espíritu santo, que alienta constantemente al pueblo de Dios, la práctica de las indulgencias, la cual representó un progreso, no un cambio, en la misma doctrina y disciplina de la Iglesia, y un nuevo bien sacado de la raíz de la revelación, para aprovechamiento de los fieles y de toda la Iglesia.

La práctica de las indulgencias, propagada progresivamente, se manifestó como un hecho destacado en la historia de la Iglesia principalmente cuando los Romanos Pontífices decretaron que ciertas obras, convenientes para el bien común de la Iglesia, "habían de ser consideradas como substitutivas de cualquier penitencia", y que a los fieles "verdaderamente arrepentidos y confesados", que realizaban alguna de estas obras "apoyados en la misericordia de Dios todopoderoso y en los méritos y autoridad de sus apóstoles", "con plenitud de la autoridad apostólica", concedían "no sólo un pleno y amplio, sino más bien un plenísimo perdón de los pecados".

En efecto, "el Hijo único de Dios...adquirió un tesoro para la Iglesia militante...Este tesoro...por mediación de Pedro, encargó que fuera distribuido en provecho de los fieles y, por causas propias y razonables, para la remisión total o parcial, de la pena temporal debida por los pecados, de manera tanto general como especial según vieran que convenía ante Dios, para ser aplicado misericordiosamente a los verdaderamente arrepentidos y confesados. A este tesoro acumulado...es sabido que contribuyen los méritos de la bienaventurada Madre de Dios y de todos los elegidos".

En la indulgencia, la Iglesia, usando de su potestad de administradora de la redención de Cristo Señor, otorga autoritativamente al fiel cristiano, debidamente dispuesto, el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos, para la remisión de la pena temporal."

Pero ojo, la finalidad que se propone la autoridad eclesiástica, al conceder indulgencia, consiste en ayudar a los fieles cristianos a satisfacer las penas debidas, pero también, a inducirlos a realizar obras de piedad, de penitencia y de caridad, principalmente aquellas que conducen a un aumento de fe y al bien común."

Y si los fieles cristianos transfieren las indulgencias en sufragio de los difuntos, practican la caridad de un modo excelente, y así, pensando en las cosas celestiales, enderezan con más rectitud las terrenales.

Se critican las indulgencias, porque en la práctica en algunos momentos se han introducido abusos, o bien porque su abuso por concederlas para cualquier cosa hacían que perdieran su valor o bien porque se abusó de ellas para obtener algunas ganancias torcidas, de todas maneras sean cual sean los errores que se hayan presentado a lo largo de la historia en el uso de las indulgencias, la Iglesia corrigió y enseñó que “la práctica de las indulgencias, tan saludable para el pueblo cristiano y aprobada por la autoridad de los sagrados concilios, ha de conservarse en la Iglesia, y condena con anatema a los que afirman que son inútiles o niegan que la Iglesia tenga el poder de concederlas".

La Iglesia, invita a todos sus hijos a que ponderen y consideren el gran valor de la práctica de las indulgencias para la vida de cada uno, más aún, para la vida de toda la sociedad cristiana.  "Es cosa mala y amarga apartarse...del Señor Dios".  Los fieles, cuando ganan indulgencias, comprenden que con sus propias fuerzas no pueden expiar el mal que al pecar se han hecho a sí mismos e incluso a toda la comunidad, y ello, los lleva a una saludable humildad.  El culto de las indulgencias levanta los ánimos hacia la confianza y la esperanza de la plena reconciliación con Dios Padre; pero lo hace de manera que no da ocasión a negligencia alguna ni disminuye en modo alguno el interés por las disposiciones requeridas para la plena comunión con Dios. 

Las indulgencias, en efecto, aunque son beneficios gratuitos, sin embargo, tanto para los vivos como para los difuntos, sólo se conceden si se cumplen unas determinadas condiciones, ya que para conseguirlas se requiere de un lado que se realicen determinadas obras buenas y de otro que el fiel esté dotado de las debidas disposiciones:  a saber, que ame a Dios, y crea firmemente que la comunión de los santos le es de gran utilidad.

Los fieles, al ganar indulgencias, contribuyen a presentar ante Cristo una Iglesia sin mancha ni arruga, una Iglesia santa e inmaculada, unida admirablemente a Cristo con el vínculo sobrenatural de la caridad.  Gracias a las indulgencias, los miembros de la Iglesia purgante se incorporan antes a la Iglesia celestial, y así, por medio de las indulgencias, el reino de Cristo se instaura con mayor intensidad y prontitud, "hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud".

La Iglesia recomienda a sus fieles la práctica de las indulgencias, pero también mantener como centrales en la práctica cristiana todos los otros procedimientos de santificación y purificación, como la Santa Misa, el Sacramento de la Penitencia, las obras de piedad, de penitencia y de caridad, pues todas ellas realizan la santificación y la purificación con tanta más eficacia cuanto más estrecha sea la unión por la caridad con Cristo cabeza y con la Iglesia, su cuerpo.

Las indulgencias reafirman también la supremacía de la caridad, ya que las indulgencias no pueden ganarse sin un sincero cambio “metanoia” y unión con Dios, a lo que se añade el cumplimiento de las obras prescritas.

1 comentario:

Unknown dijo...

RXCELENTE MIGUEL! GRACIAS POR TAN OPORTUNA Y NECESARIA INFORMACIÓN.
MARTA LUCIA CORREA
JULIO 28 DE 2014