EL IDIOMA DE LA DIPLOMACIA Y EL LENGUAJE DIPLOMÁTICO

Los últimos días han estado inusualmente activos en materia de asuntos internacionales, vimos y oímos la presentación del Embajador Hoyos en la OEA, las declaraciones del Presidente de la República respecto de la presencia de los guerrilleros y terroristas de las FARC en Venezuela y sobre los intentos o planes, de esa guerrilla para la retoma de los Montes de María, también, las del Canciller respecto de los resultados que espera obtener en UNASUR y en la OEA, respecto de las denuncias del Gobierno colombiano.

Desde los primeros minutos se percibió en la oratoria de Hoyos, que el lenguaje y el tonito utilizado no eran los adecuados para el recinto en el que se encontraba, pues eran los propios de una pelea con amigos, o con socios, o con copropietarios, también se hubiera podido utilizar aunque también hubiera sido agresivo en un Concejo Municipal, en una Asamblea Departamental o incluso en el Congreso de la República, pero nunca en un foro internacional de diplomáticos.

Es que su mensaje iba para las cancillerías y los Gobiernos de América. El mensaje no era el que un campesino cafetero, bravo, malgeniado o simplemente mal educado, de las montañas de Pensilvania, Caldas, dirigía a sus contertulios, cómo en algún momento de su intervención pareció, sino que era el mensaje que Colombia le enviaba a todos los Estados de América para poner en su conocimiento, cómo era, qué unas anomalías en el control del terrorismo, por parte del gobierno de Venezuela, estaban impidiendo la derrota del terrorismo de las FARC y el ELN y que adicionalmente se constituían en un peligro para toda la región, pues la tal revolución de las FARC se está exportando por toda ella.

Es claro que el Presidente de la República es quién tiene a su cargo la dirección de las relaciones exteriores, también lo es, que él es la persona a quien elegimos no una, sino dos veces para dirigirlas, y seguramente ese tonito y talante gustan a la mayoría de los colombianos, y está bien que seamos un país guascarrilera, a la mayoría le gusta que le espeten las verdades en la cara, pues se considera que la franqueza de la chabacanería es preferible a la decencia en la expresión de las ideas. Contra eso nada.

Declarar una guerra o romper relaciones diplomáticas con un país siempre es inconveniente, pero que el Gobierno saliente lo haga es francamente irracional, no se le ve la conveniencia a esta acción desde ningún punto de vista. Es tan grave que francamente debería ser exclusivamente del resorte del Gobernante entrante, es bastante flojo el argumento de que Uribe es presidente hasta las 3:00 p.m. del 7 de agosto, sobre todo para este tipo de conductas. No parece lógico que un Gobierno en sus estertores, esté tomando medidas, sobre materias tan graves. Si es tan imperativo romper con los venezolanos, es cuestión de esperar un par de semanas y que el nuevo gobierno las tome.

También es cierto, que Colombia no está sola en el concierto internacional y tampoco es potencia militar o económica, ni siquiera moral como lo considerábamos hace algunos años; traducido quiere decir, que no tenemos ni la fuerza física, ni el poder del oro, ni el liderazgo para que creamos que nuestras ideas y nuestros modales sean las que se deben imponer a nivel continental. Nuestra fuerza está únicamente en nuestros argumentos, por eso es tan importante que se presenten de manera adecuada.

Para las relaciones de las personas se inventaron la urbanidad y las buenas maneras y sirven para que personas de una misma sociedad se puedan entender entre sí, con unas reglas de educación y cortesía elementales, o mínimas de respeto, de modales y de lenguaje. A pesar de qué las diferentes regiones del país están habitadas por grupos humanos disimiles, hay un conjunto de mínimos que facilitan la interrelación entre unos y otros, y siempre son fáciles, salvo cuando las regentan la vulgaridad y la grosería.

Para las relaciones de las naciones pasa lo mismo, cuando las naciones se comenzaron a formar, fue necesario establecer reglas y protocolos de comportamiento que facilitaran el trato entre unas y otras, son reglas que parten del reconocimiento de la diversidad y que en medio de ella buscan los procedimientos que de manera más neutral y eficiente permitan el acercamiento entre las diferentes idiosincrasias.

La diplomacia es, según su definición, la ciencia o conocimiento de los intereses y relaciones de unas naciones con otras. Su práctica, como tal, comienza desde la Grecia antigua, y su importancia consiste en la generación de información fidedigna para los estados, la minimización de las fricciones potenciales y el fomento de las relaciones amistosas entre los estados soberanos. Todo lo contrario de lo que los directores de las relaciones internacionales de nuestro estado están haciendo. Primero la casaron con los ecuatorianos, después con los venezolanos y ahora último con los brasileños.

Las relaciones internacionales y la diplomacia no son otra cosa que el manejo profesional de las relaciones entre estados soberanos y sus reglas no son otras que las del sentido común y la comprensión aplicadas a las relaciones. “La diplomacia es, el conjunto de reglas y métodos que permiten a un Estado instrumentar sus relaciones con otros sujetos del derecho internacional, con el doble objeto de promover la paz y cultivar una mentalidad universal fomentando la cooperación con dichos sujetos en los más diversos campos (Cantilo, J.M. (1993). La profesionalidad del diplomático, GEL • Buenos Aires).

La diplomacia es, pues, un medio por el cual todos los países pueden resolver cualquier tipo de problemas sin tener que recurrir a la violencia, como si fueran amigos. El lenguaje de la diplomacia es cordial, neutro y específico. Con él se pretende evitar la guerra, evitar el conflicto, se mandan mensajes, se tienden puentes. Para declarar la guerra se evita el escenario diplomático, basta con hacerlo en voz alta en cualquiera otro, lo único que hay que hacer es pararse en un andén, con o sin Maradona y utilizando cualquier lenguaje se esputa el comentario, se manda el mensaje, se mueven las divisiones a la frontera. No se entiende por qué, sí esa es la actitud el escenario escogido fue la OEA. Para qué usar un escenario de lenguaje diplomático y no utilizarlo.

Para lograr sus efectos la diplomacia se ha inventado un idioma sobre el cual bascula todo su razonamiento, con el propósito particular de construir un espacio de cooperación, sobre la base de un contexto competitivo, donde cada una de las partes utiliza el poder de disuasión que tiene. Es un lenguaje que necesita centralmente tener la estructura de razonamiento de una ética de orden superior a la del campo en el que se opera. Esto, en términos de lenguaje común, podría denominarse: un lenguaje culto. Pero en este caso culto significa tener una estructuración lógica superior, que es la que agrega más valor y por ende genera más influencia.

Esto implica, además, que los plazos que se manejan van más allá de lo inmediato, es por eso Canciller, que uno no puede ir a los escenarios diplomáticos con el plan de resultados que espera por delante, para obtener esos resultados en el mundo de la democracia, se debe contar con años. Por lo menos curioso ese afán, tratándose de hombres del campo, pues allí la paciencia sí que es virtud. La habilidad para desenvolverse en el mundo de las señales diferencia al verdadero diplomático de quien simplemente desempeña funciones de ese carácter. Demuestra al mismo tiempo porque los agentes diplomáticos no pueden ser improvisados (El Lenguaje diplomático, Eduardo Jara Roncati, http://books.google.com/books?id=41Zh40OIXxsC&pg=PA207&lpg=PA207&dq=lenguaje+diplomatico&source=bl&ots=83NX6coKMg&sig=Y_ZruiWmlJLtlrlXW_QT_SqxFXU&hl=es&ei=cetQTPiNMYP48Ab62bGxCw&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=10&ved=0CDEQ6AEwCTgK#v=onepage&q&f=false).

Se necesita que sea ambiguo, para que se pueda llegar al poder de disuasión del que se dispone pero sin generar un conflicto que lleve a la confrontación. El poder de disuasión es un elemento tabú por lo que solo puede ser comunicado en forma ambigua. El lenguaje ambiguo es por definición conceptual e integrador de las partes, ya que cada cual proyecta en el mensaje lo que necesita escuchar. En el lenguaje diplomático está notoriamente separado el rol que toma un individuo de lo personal. De esa forma puede plantearse un conflicto entre roles sin que se afecte la relación personal. De la misma manera está separado, en general, lo institucional de lo personal y el Estado del Gobierno (Ontología unicista del lenguaje escrito y verbal. El lenguaje como impulsor o inhibidor de la inteligencia humana Peter Belohlavek http://www.unicist.org/es/papers/unicist_ontology_language_es.pdf ).

“Si en los ejercicios médicos las fórmulas latinas expresan los conceptos de los discípulos de Avicenas y resultan galimatías para los neófitos no iniciados; si el habla procesal de los abogados resulta inteligible para quien desconoce las raíces latinas e ignora los aforismos de romántico acento; si, en el vivir contemporáneo, los sistémicos de la electrónica en las comunicaciones abundan en siglas y comprimidos de sílabas; así también en el ejercicio diplomático se reclama formas de respetuoso trato, de adecuación a los eventos que se han de describir, de precisión en los extremos de las versiones, de manera que las naciones alcancen los entendimientos; cultiven los tratamientos, y determinen sus búsquedas, sin equívocos, desvíos o confusiones. (El lenguaje diplomático http://www.critica.com.pa/archivo/012399/opinion.html).

El idioma diplomático fue desde el principio el latín, un lenguaje neutro y que sonaba bonito, fue desplazado, gradualmente por el francés, después cohabitaron el inglés y el francés. Hoy en día, estos dos, junto con el español, ruso, árabe y chino vienen siendo los idiomas que se reconocen internacionalmente para el trabajo en las Naciones Unidas, son pues los idiomas de la diplomacia. Teóricamente cada diplomático tiene el derecho de usar su propio idioma y hacerse traducir al otro. (El idioma que se adopta en una misión debe consultar primero a la necesidad de hacerse entender claramente por su interlocutor, ser cortés con este y en definitiva que ello permita crear y desarrollar permanentemente el clima de cordialidad que debe reinar siempre entre una Misión Diplomática y un Ministerio de Relaciones Exteriores., pero el idioma no comprende los giros personales o los particulares de un microfundo.

A través del tiempo, la diplomacia ha ido desarrollando más allá de las formulas tradicionales, un sistema particular de comunicación, un lenguaje propio (En la diplomacia existen reglas de parlamento y trato sagradas; de manera que no se expresa más de lo querido; no se entiende más de lo recibido, razón por la que conocer efectivamente el sentido de las voces esenciales constituye logro y contribución básica al haber cultural de los diplomáticos de carrera y ejercicio). No se trata de las manifestaciones orales o escritas de la diplomacia, ni del idioma diplomático, sino del conjunto de mensajes tácitos que constituyen el medio de comunicación diplomático. Esta manera especial de comunicación está constituida por un conjunto de señales que dan a entender ideas las que en, consecuencia, deben ser emitidas adecuadamente a fin de que puedan ser interpretadas acertadamente por el destinatario.

Si un gobierno desea indicar algo a otro, pero no desea hacerlo expresamente porque podría resultar demasiado duro, hasta grosero, recurre entonces a mensajes tácitos. La actividad diplomática no se limita al envío de notas o al cumplimiento de gestiones. El diplomático debe trabajar con señales, lo que exige experiencia e imaginación. En este campo, el más abstracto, radica la dificultad y el arte de la profesión diplomática, a la que se alcanza trabajando en centros de alto nivel diplomático, con escuela y tradiciones propias. Se trata de una diplomacia simbólica donde el agente no se desenvuelve solo con los medios concretos, orales o escritos, sino a través del envío y traducción de señales.

Los rituales y el protocolo diplomáticoes existen independiente de quienes ocupen los cargos del Estado.

No entiendo, por qué, están diciendo que la presentación de Hoyos fue brillante, cuando fue todo lo contrario, fue agresiva, chabacana, grosera, vulgar. Brillante, si hubiera dicho lo mismo utilizando el lenguaje adecuado al escenario, es decir el lenguaje diplomático. A donde fueres haz lo que vieres. Tan fuera de foco un guache en un salón, como una dama en una gallera. Brillante, si con las herramientas adecuadas obtiene los resultados esperados. Ojalá este sea el último mensaje de que el fin no justifica los medios, que nos toque tolerar de este Gobierno.

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