EL TRÁNSITO AL MÁS ALLÁ


Sabemos de dos concepciones antagónicas de la vida, la materialista, que niega la existencia del más allá y no piensa sino en reír, gozar y divertirse, y la espiritualista, que, proclama la realidad de un más allá, y en consecuencia se preocupa de vivir rectamente, cristianamente, siempre pendiente de la que será la sentencia de Nuestro Señor Jesucristo, en el último instante de nuestra vida.

Pues bien, así como hay dos concepciones de la vida, también hay dos concepciones de la muerte.  La concepción pagana, que es la materialista, que ve en ella el término de la vida, la destrucción de la existencia humana, y la concepción espiritualista que es la cristiana, que considera a la muerte como un simple tránsito a la inmortalidad.  Pues la muerte, así parezca contradictorio es el paso a la inmortalidad.

Para los cristianos, la muerte no es una cosa trágica, ni una cosa terrible, sino todo lo contrario, es algo muy dulce, atractivo y en últimas deseado, toda vez que representa el fin del “destierro en este valle de la lágrimas” y la entrada a la patria verdadera.

En general, son tres las características de la muerte.  Es cierta en su venida, vendrá, así no sepamos cuando; insegura en sus circunstancias, pues no hay manera de saber cuales la rodearan; y, única, pues en la vida solo se muere una vez.

San Pablo decía: “todos los días muero un poco” nosotros podemos decir lo mismo, teniendo en cuenta, claro está, que él lo decía por las iglesias puestas bajo su cuidado,  mientras que nosotros lo decimos por cuenta de los sufrimientos, las enfermedades, el aire que respiramos, los alimentos que ingerimos, el frío, el calor, el desgaste de la vida diaria que nos van matando poco a poco. Así las cosas, todos los días morimos un poquito, hasta que llegará un momento en el que moriremos del todo.

La certeza de la muerte es tan absoluta, que nadie se ha forjado jamás la menor ilusión de no morir. Moriremos todos, irremediablemente todos.

Dios no hizo la muerte.  La muerte entró en el mundo por el pecado.  Según el plan de Dios sobre los hombres, creo a Adán y a Eva en el Paraíso terrena y además de elevarlos al orden sobrenatural de la gracia, los enriqueció con tres dones preternaturales increíbles: el primero, el de la INMORTALIDAD, en virtud de él cual no debían morir jamás; el de la IMPASIBILIDAD, que les hacía invulnerables al dolor y al sufrimiento, y el de la INTEGRIDAD, que les daba el control absoluto de sus propias pasiones, las cuales estaban perfectamente dominadas y gobernadas por la razón.

Cometido el crimen: pecado original, y, como castigo, porque a pesar de que Dios no es un Dios castigador, cuando toca castigar, castiga, les retiró, y de paso a nosotros, esos tres dones preternaturales, juntamente con la gracia y las virtudes infusas.

Al desaparecer el privilegio gratuito de la inmortalidad, el cuerpo, material, quedó condenado a la muerte.  La muerte, es pues un castigo del pecado; y como todos somos pecadores, todos moriremos.  De esa ley no se escapa nadie.

CIRCUNSTANCIAS DE LA MUERTE
En cuanto a las circunstancias de la muerte, estas son completamente aleatorias.  Sabemos que viene, pero no cuando, ni como.  En general las clases de muerte se podrían meter en cuatro grupos, los de: la muerte natural, la prematura, la violenta y la repentina.

La muerte natural, es la que viene por el puro desgaste de la maquinaria, no hay enfermedad alguna que la produzca directamente.  La gente se muere de vejez, de nada más.

La muerte prematura, sería la de aquellos que en la flor de la vida, se mueren,  Un joven muere por simple enfermedad, en su cama.  No ocurre con mucha frecuencia, pero pasa.  En el Evangelio tenemos algunos ejemplos de ella: el hijo de la viuda de Naim, el de la hija de Jairo, el de Lázaro el amigo de Nuestro Señor Jesucristo.  En plenitud de la vida, se les cortó el hilo de la existencia.

La muerte violenta, que es cuando por la acción de un agente extrínseco, imprevisto, nos puede arrebatar la vida en el momento menos pensado.  Un accidente de tráfico, o de avión,  o ahogados en el mar, una mina quiebra patas, un disparo con arma de fuego, etcétera.

La cuarta y última clase de muerte sería la repentina. Que se daría por la acción de un agente intrínseco, es decir por algo que esta dentro de uno mismo, como por ejemplo, una hemorragia cerebral, un aneurisma, un infarto cardíaco,  La de las personas que caen como fulminados por un rayo.

Y ahora la gran pregunta ¿Cuál de estos tipos de muerte será el nuestro? Nadie puede contestar a esta pregunta. Únicamente Dios.

PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

Debemos estar siempre preparados, porque aunque es cierto que hemos de morir, no sabemos ni la fecha, ni la hora, ni las circunstancias de nuestra muerte.

Lo más serio del caso, es que moriremos una sola vez, esto lo vemos todos los días con nuestros ojos.  Nadie muere más que una sola vez.  Y si bien es cierto que ha habido algunas excepciones, pues hay personas que murieron dos veces, como los tres ejemplos ya citados, de personas resucitadas por Nuestro Señor Jesucristo: Lázaro, la hija de Jairo y el hijo de la viuda de Naim, y también que ha habido muchos santos también han hecho este milagro, y que algunas personas excepcionalmente han muerto y regresado del más allá, son casos tan raros que no pueden tenerse en consideración ante la ley universal de la muerte única.

Moriremos una sola vez y en esa muerte única se decidirá, y de manera irrevocable nuestro destino eternos. Es decir que no jugamos nuestro destino eterno a una sola carta. El que acierte esa vez, acertó para siempre; pero el que se equivoque esa vez, estará perdido para toda la eternidad.  Por eso vale la pena pensar muy bien y tomar toda clase de medidas y precauciones para asegurase el acierto en esa única ocasión.

Así las cosas, nos podemos preparar para la muerte de dos maneras: una sería, la preparación remota y la otra, la preparación remota.  La preparación remota es la de aquella persona que vive siempre en gracia de Dios y tiene sus cuentas arregladas ante Dios, puede importarle muy poco cuáles sean las circunstancias y la hora de su muerte, porque en cualquier forma que se produzca tiene asegurada la salvación eterna de su alma.  Sería exactamente la de las vírgenes prudentes.  La preparación próxima es la de aquel que en los últimos momentos de su vida, tiene la dicha, o la gracia, de recibir los Santos Sacramentos de la Iglesia: la Penitencia, la Eucaristía y la Extremaunción.

MANERAS DE MORIR

Combinando estas formas de preparación se pueden encontrar hasta cuatro tipos distintos de muerte: sin preparación próxima ni remota; con preparación remota, pero no próxima; con preparación próxima, pero no remota, y con las dos preparaciones.

La primera manera de morir sería aquella en que la muerte llega y sorprende a la persona sin preparación próxima ni remota, o sea, en la ausencia total de preparación.  Sería la peor muerte de todas, la de las personas que alejadas de Dios y de la Iglesia viven su vida de acuerdo con sus pasiones y de acuerdo con sus impulsos, haciendo lo que les da la gana, pues probablemente no creen en que haya un más allá y en consecuencia no habría ninguna consecuencia positiva o negativa para sus actos. 

Estos viven en pecado y en consecuencia lógica mueren en él. En general, y seguramente habrá excepciones, la muerte no es más que un eco de la vida, tal como es la vida, así suele ser la muerte. Hacia el lado que uno se inclinó durante la vida, el del bien, o el del mal, hacia ese lado será la caída en el momento de la muerte.  Si el árbol está francamente inclinado hacia la derecha, o francamente inclinado hacia la izquierda, hacia ese lado caerá en el momento en que sea cortado.

La segunda manera de morir, sería aquella en que hay preparación próxima, pero no preparación remota.  Esta es la muerte de quien  habitualmente vive en pecado mortal, pero, por la infinita misericordia de Dios, en el último momento se arrepiente y busca ayuda para tener un buen morir: se Confiesa, recibe la Comunión, y la extremaunción, es decir que muere con preparación próxima.

Ahí sí, la misericordia de Dios que es infinita, permite que el moribundo vea ante sus ojos el abismo en que se va a sumergir para toda la eternidad y movido por la gracia divina, se vuelve a Dios con un sincero y auténtico arrepentimiento que le procura la salvación eterna de su alma.

Hay muchos que se confían en esa misericordia de Dios para vivir tranquilamente en su pecado, esta conducta es muy grave y muy peligrosa, pues es una burla a Dios, San Pablo advierte expresamente que de Dios nadie se ríe. El que ha vivido mal por irreflexión, o ligereza, puede ser que a la hora de la muerte Dios tenga compasión de él y le dé la gracia del arrepentimiento, pero ¿por qué creer que Dios bendecirá con su misericordia un comportamiento tan irresponsable, cuando por otro lado la Iglesia ha enseñado que el pecado de presunción, que es este, es un pecado contra el Espíritu Santo y no tiene perdón de Dios?

La tercera manera de morir, es aquella en que hay preparación remota, pero no próxima.  Es una buena manera de morir, es la manera de morir de los buenos cristianos, con la preparación remota se tiene asegurada la salvación del alma.  Para esto basta con vivir en la gracia de Dios.  Acudiendo habitualmente a los sacramentos de la Iglesia, haciendo “vida en mi vida la palabra de Dios”. Cumpliendo con las normas de la Iglesia y de la sociedad.  Es vivir siempre en gracia de Dios, con la gracia santificante, que si las tenemos hace que poco importen o el modo, o las circunstancias de nuestra muerte.

La cuarta manera de morir es la manera de morir ideal y es la que nos debemos procurar con todos los medios a nuestro alcance: con la doble preparación. Con la preparación remota del que ha vivido cristianamente, siempre en gracia de Dios, y con la preparación próxima del que a la hora de la muerte corona aquella vida cristiana con la recepción de los Santos Sacramentos.

El que tiene las preparaciones próxima y remota y así muere, logrará la muerte ideal del cristiano, que no es otra que morir en Cristo, con Cristo y como Cristo.  Al morir en Cristo, lo hace de manera cristiana, con la gracia santificante en su alma, lo que le da derecho a la herencia infinita del cielo.  Morir con Cristo, es hacerlo después de haber recibido a Jesucristo sacramentado, que es nada más y nada menos que recibir a Cristo y con Él pasar al otro toldo a recibir la sentencia final, y por último morir como Cristo, que quien debidamente preparado para hacerlo seguramente cumplió con la misión que el Señor tenía para él.

BREVE CONCLUSIÓN.


Las normas para conseguir el cielo son dos: La primera tener la preparación remota, viviendo siempre en gracia de Dios.  La segunda orar, pidiendo de manera ferviente a Dios, mediante la intercesión de la Santísima Virgen María, Mediadora de todas las gracias, para que nos consiga también la preparación próxima, y con ella la posibilidad de recibir en nuestros últimos momentos los Santos Sacramentos de la Iglesia.

1 comentario:

Unknown dijo...

EXCELENTE MIGUEL! CABE ANOTAR QUE HAY ADEMÁS UN SANTO QUE INTERCEDE SI SE LO PEDIMOS, PARA QUE TENGAMOS UNA BUENA MUERTE! Y ESE GRAN SANTO ES SAN JOSÉ! EL MISMO MURIÓ EN BRAZOS DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO Y DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA!