EL JUICIO DE DIOS | EL JUICIO PARTICULAR

Inmediatamente después de muertos, damos razón de nuestros actos, omisiones, palabras y pensamientos, en el juicio particular y de acuerdo con estos el premio o el castigo y más adelante habrá otro juicio.  El Juicio Final.  En el juicio particular doy cuenta de mis actos como individuo y en el juicio universal soy cuenta de mis actos como miembro de la sociedad.

Una vez muerto, bajo la circunstancia, o el modo que sea, preparado o no, creyente o ateo, vendrá el ineludible juicio de Dios.

Los cristianos católicos creemos que la muerte es el nacimiento a la vida, es el paso a la inmortalidad, la entrada a la vida verdadera y que es un fenómeno más aparente que real, puesto que en principio al alma no la toca y afecta únicamente al cuerpo, que muere de manera provisional, pues de acuerdo con uno de los dogmas luego vendrá la resurrección de la carne.  Así las cosas la muerte en si misma no tiene ninguna importancia, es un simple tránsito a otro estado.

El problema real con la muerte, es que, en ese mismo momento deberemos afrontar el juicio de Dios.  De acuerdo con la revelación pública, hecha por Dios a San Pablo: “está establecido por Dios que los hombres mueran una sola vez, y después de la muerte, el juicio” (hebreos 9, 27).  Este será inmediatamente después de la muerte de la persona.

En este juicio que es personal daré cuenta únicamente de mis actos, omisiones, pensamientos, palabras.  De lo que hice y de lo que dejé de hacer.  Acá seré condenado o premiado y es un juicio particular, porque soy una persona humana particular, me juzgarán por lo que hice o dejé de hacer y que me afectó solo a mí.  En este juicio gano o pierdo la vida eterna, así de simple.

Pero, de todas maneras sabemos que habrá dos juicios, el segundo, que es el juicio universal está mencionado en Mateo 25,32 y otras citas. Y será inmediatamente después de la resurrección de los muertos.  Este que es una verdad de fe, se trata de un juicio colectivo en que se analizará mi conducta de acuerdo con las consecuencias que ella tuvo en mi entorno social y familiar.

Este es un juicio público, solemne: “Vi un trono espléndido muy grande y al que se sentaba en él. Su aspecto hizo desaparecer el cielo y la tierra sin dejar huellas. Los muertos, grandes y chicos, estaban al pie del trono. Se abrieron unos libros, y después otro más, el Libro de la Vida. Entonces los muertos fueron juzgados de acuerdo a lo que estaba escrito en los libros, es decir, cada uno según sus obras” (Ap. 20, 11-14). Seré analizado frente a todo el mundo y todos, absolutamente todos, verán por qué se me condenó o por qué me salvé: “todo se conocerá, hasta las acciones más secretas de cada uno” (Rom. 2, 16).  “Cuando el Hijo del Hombre venga en su Gloria rodeado de todos sus Ángeles, se sentará en su Trono como Rey glorioso. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y como el pastor separa las ovejas de los machos cabríos, así también lo hará El.  Separará unos de otros, poniendo las ovejas a su derecha y los machos cabríos a su izquierda” (Mt. 25, 32).

San Pedro y San Pablo también se ocuparon del tema del Juicio en varias oportunidades y nos aseguran que Dios juzgará a cada uno según sus obras sin hacer diferenciación de persona, de raza, de origen o de religión. (1 Pe. 1, 17 y Rom. 2, 6).

DEL JUICIO PARTICULAR

Cuando una persona muere, cesan o terminan las funciones vegetativas del cuerpo, ya no vuelve a respirar, para el corazón, el médico o el enfermero puede certificar la muerte, pero el alma sigue ahí, quieta, al lado del cuerpo.  El cuerpo entra en un estado de muerte aparente que será más o menos largo dependiendo del tipo de muerte.  Más largo en el de las muertes violentas o repentinas y más corto en la que sigue a una muerte por vejez o por larga enfermedad. 

Solo después de un lapso de tiempo el alma se alejará del cuerpo y tendrá lugar la muerte real de la persona.  Esta muerte aparente es científicamente demostrable.  Hay decenas de casos de personas que luego de haber sido declaradas muertas, fueron revividas mediante procedimientos estrictamente mecánicos o médicos, sin intervención de milagro alguno.

Es decir que, aparentemente, muerta la persona, todavía falta un espacio de tiempo antes de que ocurra su muerte real, en este espacio de tiempo se pueden aplicar todavía los sacramentos de la penitencia y la extremaunción y ayudar así a la salvación eterna del hasta ahora, aparentemente muerto.  A lo que obligaría la caridad cristiana y la prudencia es a conseguir auxilio del sacerdote para que administre la extremaunción, este último perdón que podría ser el definitivo.  Pensando claro está en el caso de una muerte repentina, porque en el caso de una enfermedad larga, o agonía, es una obligación para los familiares ayudar al enfermo a prepararse para este momento.

En algunas ocasiones, los religiosos y personas de oración que acompañan al muerto, lo orientan para que se arrepienta de sus pecados, siga la luz, etcétera, y lo ayudan en ese paso.  El sacerdote por su poder sacerdotal concede la absolución sacramental de sus pecados y se supone que es absolutamente eficaz siempre y cuando el muerto tenga al menos atrición interna de sus pecados.  Esa es la realidad.

Pasado un lapso de tiempo que puede ser bastante largo, de horas incluso, se produce la muerte real de la persona; ocurrida ella, es decir una vez se desconecta completamente del cuerpo y en el instante en que eso ocurre comparece delante de Dios para ser juzgada.

SUJETO PASIVO DEL JUICIO

Seremos juzgados todos, de acuerdo con la sagrada escritura: “al justo y al impío los juzgará el Señor (Eclesiastés 3, 17), esto incluye al que cree y al que no, al que acepta y al que rechaza.

LUGAR Y FORMA DEL JUICIO

El juicio se desarrollara en el lugar mismo donde se produce la muerte real. Allí mismo y en el mismo instante.  El juicio no es otra cosa que la comparecencia del alma ante Dios, y como Él está en todas partes el alma no tiene que desplazarse.  De hecho lo que ocurre con la muerte es que el alma pierde contacto con las cosas de este mundo, se desconecta de las cosas materiales, pierde el contacto con lo material, entra en otra región y se pone en contacto con las cosas del más allá.  En ese tránsito se da cuenta de que Dios la está mirando.

Como dice San Pablo, en los hechos de los Apóstoles (17,28) Dios “no está lejos de nosotros, porque en Él vivimos y nos movemos y existimos”.  Dicen que apenas nuestra alma se desconecta de las cosas de este mundo, veremos con toda claridad a Dios y nos daremos cuenta de que estamos bajo la mirada de Dios.  Vale la pena precisar que no veremos la esencia de Dios, pues si así fuera quedaríamos beatificados y entraríamos automáticamente al cielo y muchas de las almas se condenan y otras muchas necesitan de purificaciones.

Al desconectarse del cuerpo y ponerse en contacto con el más allá, el alama contempla claramente su propia substancia, ve en sí misma con todo lujo de detalles, el conjunto de toda su vida, todo lo que hizo acá en la tierra en todas las etapas de su vida y simultáneamente verá que Dios la está mirando.  El alma estará prisionera de Dios, bajo la mirad de Dios, a la que nada, absolutamente nada escapa.  Ese estar del alma delante de Dios, como prisionera de Dios.  Eso es lo que significa comparecer ante Él.

Y acá hay por lo menos dos posiciones, unos que dicen que el alma estará sola en presencia de Dios, sin testigos, sin acusador, sin ángel de la guarda, sin demonio, ella sola, y reflejada en ella toda su vida, con todos los detalles.  Y ahí una locución intelectual, que es la manera de comunicarse los espíritus puros que le indica al alma el lugar a donde tiene que ir, recibida de parte de Nuestro Señor Jesucristo y que el alma entiende que es la que merece en toda justicia;  otros que dicen dice que el Ángel de la Guarda nos llevará ante nuestro Señor Jesucristo, el demonio, que es el acusador sacará a colación todos nuestros pecados y faltas, pero intervendrá nuestro Ángel de la Guarda, la santísima Virgen María, nuestros santos intercesores, etcétera  y ahí habrá un juicio parecido a los que hay en la tierra, con acusadores y defensores, para finalmente recibir la locución intelectual con la “sentencia” en plena Justicia.

DURACIÓN DEL JUICIO

Debe ser instantáneo, menos que un abrir y cerrar de ojos, pues sustraído del tiempo y del espacio, el entendimiento humano pierde todos los frenos que le impone la materia.  De hecho nuestro entendimiento funciona de manera lenta, razonada, discursiva y conocemos las cosas poco a poco, mientras avanzamos de lo superficial a lo profundo.  En el más allá ya dejamos de funcionar como seres racionales y comenzamos a funcionar como seres intelectuales y así, a entender de un solo golpe, sin necesidad de razonamientos, o discursos, o elaboraciones intelectuales.  No tendría ninguna razón de ser que el juicio durara un año o un siglo pues no habrá ningún detalle adicional a lo percibido en el primer instante.

MATERIA DEL JUICIO

Los actos que veremos serán, los externos, las acciones, y las palabras, las criticas, las murmuraciones, las calumnias, las mentiras, las obscenidades, las carcajadas, la lujuria, ira, pereza, soberbia, nuestra concupiscencia, etcétera, pero también, los buenos consejos, nuestras oraciones, cánticos, prácticas de piedad, las alabanzas a Dios, nuestra continencia y templanza, prudencias, etcétera .

Los sentimientos íntimos de nuestra alma, todo lo que pensamos, amamos y deseamos, nuestras obscenidades, faltas de caridad, las dudas, las sospechas, los juicios temerarios, nuestra vanidad, orgullo, exaltación del propio yo, las desviaciones afectivas, nuestros amores perversos.
Nuestros odios, rencores, sed de venganza, falta de perdón, envidia, la indignación contra Dios.

Pero también lo que hemos dejado de hacer, nuestros pecados de omisión, la mano que dejamos extendida , la limosna que no dimos, el consejo que negamos, nuestro silencio cómplice, nuestra inacción por temor humano, por cobardía o por pereza.

Los pecados ajenos, que no son otros que aquellos a los que empujamos a otras personas, bien sea porque surgen de nuestros escándalos o de nuestros malos consejos.

SENTENCIA

Así pues, en un instante, en menos de lo que dura un abrir y cerrar de ojos queda definida nuestra suerte eterna.  Sabemos que solamente a uno de tres lugares van las almas, pues así está definido por el papa Benedicto XII, desde 1336 que: "inmediatamente después de la muerte entran las almas en el cielo, en el purgatorio o en el infierno, según el estado en que hayan salido de este mundo.  En el acto, sin esperar un solo instante.

El alma no necesita que nadie le enseñe el camino, ella misma se dirige, y sin vacilar, hacia su destino, según Santo Tomás de Aquino, el mérito o los deméritos de las almas actúan de fuerza impelente hacia el lugar del premio o del castigo que merecen, y el grado de esos méritos, o la gravedad de sus pecados, determinan un mayor ascenso o un hundimiento más profundo en el lugar correspondiente.

BREVE CONCLUSIÓN

Debemos invocar todos los días a la santísima Virgen María, mediante el rezo del Santo Rosario, y pedirle que nos asista a la hora de nuestra muerte y venga a recogernos, para que sea ella misma quien nos presente delante del Juez: su divino Hijo y obtener de sus labios divinos la sentencia suprema de nuestra felicidad eterna. 

1 comentario:

Unknown dijo...

San Juan de la Cruz, refiriendose al Juicio Particular: " AL ATARDECER DE LA VIDA, TE EXAMINARÀN EN EL AMOR! "

Permíteme anotar como Fé de Erratas, que para nada afecta la profundidad del texto, las siguientes:
En el subtítulo " Lugar y forma...." en el 3er párrafo se te fué una "a" adicional en "alma".
En el subtítulo "Sentencia" , primera frase, te faltó uba "r" para cerrar bien.