MEJOR DICHO: ME EXPLICO

El primero y principal mandamiento de la ley de Dios, es amar a Dios sobre todas las cosas, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, amor que se concreta con el conocimiento que tenemos de Él y posterior obediencia y cumplimiento de sus normas y preceptos: el olvidado temor de Dios.  Dando por conocida toda la explicación de, cómo es que se concreta en la práctica el ejercicio de este mandamiento, el buen Dios nos entregó las herramientas necesarias para poder hacerlo que no son otras que las tres potencias del alma: entendimiento, voluntad y memoria.

Con el entendimiento, conocemos a Dios, lo encontramos en las circunstancias, en las personas, en todas las cosas de la vida, con la voluntad movemos el entendimiento hacia el conocimiento y el amor de Dios y con la memoria nos acordamos que tenemos que conocerlo y amarlo.

Para eso son las potencias del alma, para nada más, que ahora las usemos para cosas diferentes a las de su finalidad, no la cambia.

Dos vicios graves afectan y distorsionan el entendimiento: la ignorancia y la vana curiosidad, por la primera no sabemos lo que deberíamos saber, o no sabemos lo que nos convendría saber, la ignorancia impide al entendimiento poseer y conocer a Dios, objeto para el cual fue creado. 

El alma que quiere y busca la perfección debe esforzarse permanentemente para adquirir conocimientos espirituales, para ello debe estudiar y conocer, al menos rudimentariamente, la palabra de Dios, la tradición de la Iglesia, las enseñanzas de los sumos pontífices y el magisterio de la Iglesia, pero como esta tarea es enorme, gigantesca, imposible, se debe acometer con dos armas que Dios también suministra y que son la oración y el discernimiento.

Con la oración pedimos al Espíritu Santo, que nos ilumine sobre lo que debemos hacer, decir y evitar, el mismo Jesús dijo “el Espíritu Santo los guiará hacia la verdad plena y les recordará todo lo que Yo les he dicho” Juan 16, 13, por eso es necesario decirle muchas veces a lo largo del día “Ven Espíritu Santo”, pues es fuente inagotable de imaginación y buenas ideas.  Con el discernimiento, hacemos análisis continuo de todas las cosas y situaciones buscando ver si son buenas, nos convienen o por el contrario son malas y nos pueden perjudicar.

El otro vicio grave que vicia el entendimiento, como se dijo,  es la vana curiosidad, que es el llenado de nuestra mente con pensamientos y conocimientos de las cosas del mundo,  cosas inútiles, que en últimas terminarán por hacernos más mal que bien.  Es necesario recoger el entendimiento y no desparramarlo tontamente sobre un montón de noticias y conocimientos mundanos que solo nos servirán para dispersar la mente y no dejarán que nuestro entendimiento se concentre en su objeto natural, que como se dijo es el amar a Dios.  Por eso en la primera carta a los Corintios en el 2,2 dice San Pablo “No deseo sino conocer a Jesucristo, y a Jesucristo crucificado”.  Conocer su vida, su muerte, resurrección, ascensión y glorificación.  Pero lo que es, lo verdadero, únicamente la verdad, o lo que San Judas Tadeo (12)” refiriéndose a los conocimientos de los hombres los llamó “nubes sin agua, árboles sin fruto, olas que solo traen espumas.

En la memoria almacenamos toda la materia prima, todo el material que permitirá al entendimiento hacer su trabajo.  Si en la memoria no hay conocimientos guardados, vano es el trabajo del entendimiento, por sustracción de materia, pues no tiene materia sobre la cual ejercitarse.  Pero ojo, no solamente es necesario tener conocimientos, sino que es necesario tener buenos conocimientos.  Conocimientos que ya está probado son buenos y sirven al entendimiento cada vez que se recibe una nueva información y se realiza sobre ella un juicio, o se hace un raciocinio, para reconocer lo justo de lo injusto, lo verdadero de lo falso, lo errado de lo certero.

Es por esto que es clave reunir un arsenal de conocimientos para distinguir lo que está bien de lo que está mal.  El católico debe comenzar por tener una buena edición de la Biblia y acto seguido leerla, son solo 73 libros, el más largo con 66 capítulos, el más corto con solo 13 versículos.  Ya sabemos que la Biblia es la revelación pública de Dios, toda ella es verdadera, en ella está todo lo que Dios quería decirnos: la revelación que ya está acabada.

En los texto bíblicos está todo lo que Dios quería decirnos, no se puede poner a Dios a decir ni más, ni menos de lo que dijo, ni otras cosas, por eso en Gálatas 1:8-9 San Pablo dijo: “Mas si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema”.

La otra arma que el católico debe tener a la mano es el Catecismo de la Iglesia Católica, allí está la exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas e iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y el Magisterio eclesiástico.  Al tener en cuenta que el Catecismo ordenado por San Juan Pablo II, es uno de los dos redactados en toda la historia de la Iglesia, debe considerarse como la fuente más confiable sobre aspectos doctrinales básicos de la Iglesia Católica, sobre todo en estas épocas en que aparece tanto predicador enseñando tanta cosa tan novedosa y rara.

Con la Biblia y el Catecismo en la mano es mucho más difícil que el católico se deje engañar por los apostatas, anatemas y herejes que imbuidos de teologías extrañas y raciocinios absurdos que deforman y corrompen a la mayoría de los fieles, quienes por falta de estudio de los temas de Dios no tienen capacidad para defender su propia alma de las mentiras con que el príncipe de este mundo trata de capturarlas, pero lo que es peor, cuando se sienten agredidos, no solamente no son capaces de hilar un argumento racional, sino que se descargan con sandeces y pendejadas de carácter personal contra quien supuestamente les agrede su fe, ignorando también que la fe católica es esencialmente racional y exige argumentación y raciocinio porque solo así se puede justificar la libertad que es la principal característica del hombre como hombre, pues esta la que lo identifica plenamente con Dios Padre: el libre albedrío es el que nos hace semejantes a Dios.


Desde siempre hemos sabido que esto iba a pasar, no en vano Nuestro Señor Jesucristo dijo a los apóstoles cuando estaban en la última cena que:   "Escuchen, tiempos vendrán, y ya estamos en ellos, en los que serán dispersados, cada uno se irá por su lado y me dejarán solo. Y sin embargo, no estaré solo, porque el Padre está conmigo. Les he dicho esto para que encuentren paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero ánimo, yo he vencido al mundo." (Jn 16 32-33).

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