En la Biblia encontramos varias maneras de orar, la principal, por supuesto, el Padre Nuestro, en Lucas 11,1 cuando los discípulos
le piden al Señor: “Maestro enséñanos a orar”, y Él nos enseña esta magnífica oración, que, cabe precisar, la Iglesia siempre ha tomado del
evangelio de San Mateo, 6, 9-13. Este, es el mejor, pero no el único ejemplo, hay más formas de
orar desperdigadas por toda la Biblia, donde se nos plantean caminos que es necesario explorar, pues, nada más y nada menos se trata de Dios mismo, enseñándonos distintos caminos de
oración, por ejemplo, la oración de Jacob y la de Esaú.
Nos cuenta la Biblia que Isaac, a los cuarenta años de edad, empezó a orar para que Rebeca, su señora, quedara embarazada, esa bendición, la del embarazo, le llegó cuando tenía 60 años, es decir que pasó 20 años de oración para obtenerla, la oración debe ser insistente, sin desfallecer, y varios son los ejemplos que tenemos al respecto, la de Isaac es una, la de Santa Mónica por su hijo San Agustín es otra.
Y debe ser valiente y sin desfallecer. Debemos conocer la historia y tenerla presente JACOB,
ESAÚ Y REBECA, EL PLATO DE LENTEJAS Y LE TUMBAN LA PRIMOGENITURA A ESAÚ, TUVO
QUE EXILIARSE DE SU CASA DONDE SU PARIENTE LABÁN, HASTA CUANDO DECIDE REGRESAR
A ENFRENTAR A SU HERMANO ESAÚ QUE SALE A ENFRENTARLO CON 400 HOMBRES.
Jacob hace como un lobby y trata de cuentiarse a su hermano y no le da resultado
GENESIS 32,4 Reclama de Dios sus
promesas (LA MISERICORDIA DE DIOS SE DERRAMA SOBRE LOS QUE LE TEMEN) tú me
dijiste vuélvete a tu tierra y a tu parentela y yo te haré bien, líbrame de la
mano de mi hermano porque le temo, tú has dicho yo te hare bien y tui
descendencia será como la arena del mar, que se puede contar por la gran
multitud.
Jacob se aterrorizó y pasó la
noche postrado orando, SINTIÓ una mano
que le tocaba el hombro, comenzó a luchar con ese desconocido, que era Dios
mismo que venía a auxiliarlo, al darse cuenta de quién era le dijo con humildad
“no te dejaré si no me bendices.
Dios obró un milagro en su
hermano se encontraron y se besaron, su deseo de venganza fue mudado por el
anhelo del encuentro con su hermano.
El
que se propone orar y seguir a Cristo ha de tomar las armas de Dios: “abrocharse el ceñidor de la castidad, ponerse
la coraza de la justicia, embrazar el escudo de la fe, tomar por casco la
salvación y tener la espada del Espíritu, la palabra de Dios rebosando en los
labios y en el corazón” Ef 6, 14 sig.
Luchar
con Dios según el texto bíblico es una realidad eminentemente positiva.
Luchar
con Dios es no amilanarse por el desconcierto que Dios mismo provoca en tantas
ocasiones.
Luchar con Él es mantener la sonrisa, la cabeza levantada, la confianza despierta… cuando Él mismo se hace esquivo, huidizo, hostil y difícil de descifrar. LA NOCHE DEL ESPIRITU).
Luchar con Dios es seguir creyendo en Él aun cuando nos hiera y disloque.
Luchar
con Dios es no huir cuando la fascinación ha dado paso al martirio cotidiano de
una entrega sin brillo y sin aplauso. Después del domingo de ramos viene el
viernes de pasión
Luchar con Él es seguir queriendo ahondar en la amistad aún cuando se torne nuestro enemigo.
Aquí se encuentra la gran frontera de los verdaderos amadores y orantes, contra este muro muchos chocaron y se volvieron desolados atrás, otros se aventuraron y descubrieron un mundo nuevo en Dios y en sí mismos.
LA
LUCHA ESTABLECE LA FRONTERA ENTRE UN JACOB ANTERIOR Y UN ISRAEL POSTERIOR. El
cambio de nombre alude a que ese encuentro ha cambiado su vida. Es el gran reto
de la madurez de la vida.
Sale
cojeando de la prueba. No sale ileso, es herido por Dios. Porque del encuentro
con Él nunca se sale ileso. Si es Dios, nunca deja indiferente.
El
litigio es iniciativa de Dios que protesta de esta manera. Al enfrentarse con
Jacob vuelve las cosas a justicia. Es una misteriosa manera de ahondar los
lazos y la amistad entre ambos. Es una pelea,
un disloque, una herida que enamora, que desconcierta en principio, para dejar
sabor a cercanía cálida y amigable.
Las armas de Dios son su fidelidad y la Promesa
renovada. Las de Jacob son su esperanza en Dios. Ambos mantienen hasta el amanecer la tensión, ninguno
de los dos cede, los dos ganan la pelea. Nace una amistad renovada, Dios llama
a Jacob con un nuevo nombre, Jacob ha visto a Dios sin morir. Ambos han
penetrado la intimidad del otro, se han ganado mutuamente.
La
amistad de Dios es un tesoro que reciben los que se atreven a luchar con Él,
los que están dispuestos a perderlo todo menos la esperanza en Él.
“Toda
la vida de Jacob está contenida entre dos encuentros con Dios, cogida entre dos
momentos de encuentro, el sueño de Betel y el combate del vado de Jaboq. Veinte
años separan estos dos momentos. Las dos veces es el tiempo de la prueba y de
la noche. Jacob está solo las dos veces… ”
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