MI POSICIÓN, COMO LAICO CATÓLICO QUE SOY

Desde mi punto de vista la Iglesia Católica sigue siendo la que está en Roma, y así lo será mientras Dios permita que el Vaticano siga existiendo.  No me importa que la Sede esté usurpada, eso no la cambia.

La jerarquía válida de la Iglesia Católica sigue siendo la jerarquía oficial, así en muchos casos, demasiados, se profese el error o la omisión de la verdad.   En cuanto a los obispos y los jerarcas no tengo nada que decir en contra de su sucesión apostólica, lo único, tal vez, sea tener en cuenta que Judas, también fue un apóstol y elegido por Jesús, quien según sus propias palabras era un diablo Juan 6,70 “no os escogí Yo a vosotros, los doce, y sin embargo uno de vosotros es un diablo”.

Siempre que utilizo el término falso refiriéndome a un obispo o a un jerarca, lo estoy haciendo en referencia a sus errores y omisiones de la verdad, no a la validez de su sucesión apostólica o de su ministerio.  En eso no entro.

Estoy absolutamente convencido de que los Sacramentos son total y absolutamente válidos y además eficaces, siempre y cuando la persona que los recibe tenga la disposición requerida por la Iglesia desde todos los tiempos.  Como consecuencia no comparto, en lo absoluto, los argumentos de los sedevacantistas y sus condenas a la existencia de Iglesia que sólo puede derivar en un diabólico abandono de los sacramentos por parte de la gran mayoría de miembros de la Iglesia y de la sociedad. 

Mis críticas reiteradas y persistentes a la herejía y a la mentira evidentes en la Iglesia actual no me sacan de la Iglesia Católica, de hecho estoy en plena comunión con la Santa Iglesia Católica y con sus enseñanzas reiterativas y consistentes con el magisterio de más de dos mil años, los sedevacantistas predican una herejía y buscan un cisma con la Iglesia romana, ellos si se ubican fuera de la Iglesia por lo tanto, no pretendo unirme a ellos, ni tampoco que me unan con ellos.

Uno de los mayores triunfos de satanás, precisamente, ha sido conseguir que muchos buenos elementos de la Iglesia se queden por fuera de ella, y dejen de combatir por la verdad.

Sabemos que Nuestro Señor Jesucristo concibió a su Iglesia como una sola Iglesia, como un cuerpo único, no como un conjunto de grupúsculos independientes o resistentes en la lejanía, de hecho en la parábola del trigo y la cizaña le dice a los siervos que no arranquen la cizaña, porque al arrancarla podrían arrancar también el trigo.  Y textualmente en Mateo 13, 30 les dice: “Dejad  crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero.

Ni al trigo le compete cegar a la cizaña, ni tampoco salirse del campo, el que se sale del cuerpo sale del estadio en que se desenvuelve la lucha.  Leer Mateo 13 36-43 y que “El que tiene oídos para oír, oiga”.

Dios ha permitido, indudablemente, como castigo, que Bergoglio esté a la cabeza de la Iglesia en estos momentos.  Estoy firmemente convencido de que el Papa Benedicto XVI fue víctima de un golpe de estado por parte de la Sinagoga de Satanás que opera en el interior de la Iglesia por el misterio de iniquidad.  Bergoglio, sin duda, es el Falso Profeta bíblico que, según Ap 13:11, “ostenta los cuernos del Cordero” -es decir, es el vicario de Cristo -“pero habla como dragón” -produce en sí el verbo, el mensaje de Lucifer:  la tentación sobre la misma Iglesia, Esposa de Cristo-.

Cabe preguntarnos ¿según Apocalipsis, es Papa?  Ciertamente lo es en cuanto a su cargo de poder, de cara al mundo, reconocido por la gran mayoría como Papa, pero no lo es en su intención ni en su corazón (“¿Quién soy yo para juzgar?”),  y ahí está precisamente la trampa para que arrastre a los que son como él consigo, el “engaño para perder a los mismos elegidos” de 2 Tes, 2. Pero además también se debate mucho sobre cuál fue el alcance verdadero de la renuncia de Benedicto.

Francisco es el Falso Profeta, el  precursor del Anticristo, y los tiempos ya están maduros para que quien quiera ver y entender, lo haga.  Si no fuera él, se me hace difícil imaginar un personaje con mayor capacidad de engaño que éste, pero cabe, por supuesto, la posibilidad de que aparezca.

Sin embargo, por lo característico del personaje y tal y como los medios mundanos le publicitan es claro que él es el Falso Profeta en persona.  Quizás a la muerte de S.S. el Papa Benedicto XVI el plan de satanás se acelere vertiginosamente, pero lo que si es cierto es que “El misterio de la iniquidad ya está actuando y sólo falta que desaparezca el que lo retiene”, 2Tes 2,7; es decir, que desaparezca el verdadero Papa católico que siempre ha estado presente desde San Pedro.

Bergoglio sólo podría ser depuesto por un concilio de obispos, algo que, a día de hoy -y, a diferencia de lo que probablemente hubiera pasado en otro tiempo no podemos esperar, parecería que la gran mayoría de los obispos están atrapados en la mentira de la iniquidad o callan, cobardemente, a la espera de que llegue otro Papa, atrapados en las Conferencias Episcopales que han liquidado la defensa de la fe.  Los que alzan su voz, son escandalosamente poco y de ninguna manera suficientes para iniciar ese cambio. 

En realidad lo que ha ocurrido es que Dios ha permitido este triunfo del mal en la cabeza de la Iglesia, tal y como estaba profetizado, esto no es poner en duda la promesa de Cristo sobre la indefectibilidad de la Iglesia, sino, más bien, confirmar que se trata de la Voluntad de Dios expresada desde toda la eternidad sobre la misma y así está expresado en el propio Catecismo de la Iglesia Católica:

La última prueba de la Iglesia  675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12).  La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).

676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, “intrínsecamente perverso” (cf. Pío XI, carta enc. Divini Redemptoris, condenando “los errores presentados bajo un falso sentido místico” “de esta especie de falseada redención de los más humildes”; GS 20-21).

677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).

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