CRITERIOS PARA ELEGIR ENTRE DOS MAGISTERIOS CONTRADICTORIOS ENTRE SI

Pero volvamos a la pregunta: ¿Cómo hacer para elegir entre dos posibles “Magisterios”contradictorios entre sí? ¿Qué criterio utilizar? ¿Acaso lo anterior siempre es mejor que lo posterior o viceversa? ¿Cómo distinguir la auténtica enseñanza de la errónea? ¿Acaso los herejes (nestorianos, cátaros, viejos católicos, etc.) no afirmaban también profesar la enseñanza verdadera de la Iglesia, aludiendo a que simplemente seguían la enseñanza “de antes”?
Es necesario, por lo tanto, explicar cómo saber qué doctrina prevalece sobre la otra. Pues para esto está algo que, antiguamente, se estudiaba en los seminarios y es lo que sigue.
En primer lugar, se debe preferir siempre el Magisterio infalible (dogmático o definitivo) al Magisterio (posterior o anterior) que lo contradiga; es decir: ante dos magisterios “opuestos” sobre un mismo tema se debe preferir siempre el que sea concorde con los diez “lugares teológicos” sobre los que tan bien escribió Melchor Cano, uno de los dos máximos teólogos del Concilio de Trento[5].
Los diez “loci theologici” son:
1) la autoridad de la Sagrada Escritura;
2) las Tradiciones de Cristo y de los Apóstoles (¡no confundirlas con las tradiciones con minúscula!);
3) la autoridad de la Iglesia Católica;
4) la autoridad de los Concilios, especialmente los Generales;
5) la autoridad de la Sede Apostólica;
6) la autoridad de los Santos Padres;
7) la autoridad de los Doctores escolásticos (a la cual se puede agregar la de los Canonistas);
8) la razón natural;
9) la autoridad de los filósofos (realistas) y juristas (de filosofía realista);
10) la autoridad de la historia humana, escrita por autores dignos de créditos y/o transmitida de generación en generación.
He aquí un instrumento, hoy un tanto olvidado, que podría utilizarse en caso de aparente contradicción entre “dos magisterios”[6], incluso por los fieles (aunque de forma provisional y extraordinaria). Algo similar en la historia fue lo sucedido durante la crisis arriana que enfrentó a obispos contra obispos pero que, gracias al pueblo fiel (a su sensus fidei fidelium: “sentido de la Fe de los fieles”) se pudo sortear.
La regla de oro, entonces, para responder a estos problemas parece haber sido ya zanjada hace siglos por San Vicente de Lerins, quien acuñó en su Conmonitorium, que debemos “mantener lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos”, por lo que, cuando haya dos magisterios “opuestos”, será preciso que se estudie cuál de los dos es concorde con lo que “ha sido creído en todas partes, siempre y por todos”; para ello entonces están los diez “lugares teológicos”.
Pero de nuevo: ¿acaso serán los fieles los que deban entrar a decidir sobre estos temas? La realidad es que todo bautizado tiene una cierta autoridad –y hasta obligación moral- de aceptar uno de los dos “magisterios” cuando, por excepcionalísima circunstancia, pueda configurarse tal oposición. Y quien por escrúpulo papolátrico o manía obediencialista, niegue esta potestad de feligreses comunes, estaría negando el primer principio del buen pensar: el de no contradicción, porque no se puede obligar a nadie a creer dos cosas contradictorias entre sí, algo repugnante a la propia razón. P. Federico Highton, SE
Misionero en la meseta tibetana

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