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El Viacrucis de San Leonardo de Porto Maurizzio



   Rogámoste, Señor, prevengas nuestras acciones con tu inspiración, y las prosigas con tu ayuda para que toda nuestra obra y oración, por tí siempre empiece y en tí siempre acabe.


   Oración preparatoria, o acto de constricción que se hará antes de dicho santo ejercicio.


   Clementísimo Jesús mío, porque sois infinitamente bueno y misericordioso, os amo sobre todas las cosas, y de todo corazon me arrepiento de haberos ofendido, Dios mío, y sumo bien mío: ofreciéndoos este santo viaje, en honra y veneración de aquel viaje doloroso, que vos hicisteis por mí, indignísimo pecador; e intento ganar todas las indulgencias, y rogar por todos aquellos fines y motivos por los cuales fué con cedido un tan grande tesoro: suplicándoos humildemente que yo haga este santo ejercicio de tal modo que me ayude a conseguir vuestra misericordia en esta vida, y en la otra, la vida; eterna. Amen.


ESTACIÓN PRIMERA.


   V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

   R. Que por, tu santa cruz redimiste al mundo.


   En esta primera estación se representa la  casa y pretorio de Pilatos, donde nuestro buen Jesús, coronado de penetrantes espinas, y todo bañado en sangre recibió la inicua sentencia de muerte.

   Considera la admirable sumisión del inocente Jesús en recibir una tan inicua sentencia de muerte: y sabe; que tus culpas y pecados fueron los falsos testigos que la firma ron, y tu obstinación, indujo a aquel impío juez a proferirla, y si asi es vuélvete hacia tu Dios amoroso, y más con lágrimas del corazón, que con las expresiones de la lengua dile así:


   ¡Ay de mí! ¡Amado Jesús mío! Y que amor tan entrañable es el vuestro, pues por una criatura tan ingrata sufrís prisiones, cadenas y azotes tan crueles hasta ser sentenciado a una ignominiosa muerte la que solo esto basta para herirme el corazón, y hacerme detestar tantos, pecados míos, que fueron la causa de tantos trabajos vuestros. Ya, Señor, abomino mis pecados, ya los lloro y por todo este camino doloroso andaré suspirando y repitiendo. Jesús mío misericordia, Jesús misericordia. Amén.


   Padre nuestro, Ave María y  Gloria.
   Señor ten piedad y misericordia de nosotros.


ESTACIÓN SEGUNDA.


   V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

   R. Que por, tu santa cruz redimiste al mundo.


Recibe Jesús la pesada cruz, sobre sus hombros.


   En esta segunda estación se representa el lugar, donde por mano de cruelísimos ministros, fué cargado sobre los lastimados hombros de Jesús el Madero pesado de la Cruz.


   Considera como el Benignísimo Jesús, lleno de inmensos dolores, se abraza con la Santa Cruz; y mira con cuanta mansedumbre sufre los golpes y escarnios de aquellos viles hombres, cuando tú, o miserable, huyes cuanto puedes la Cruz de la verdadera penitencia, sin reflexionar que sin Cruz no hay entrada en la Gloria. Llora, pues, tu ceguedad, con la cual, hasta ahora has aborrecido el padecer, y vuelto de corazon a tu Señor, dile suspirando así:


   A mí, Jesús mío, a mí, y no a Vos, se debe esa pesada Cruz. ¡Oh Cruz pesadísima, que fuiste fabricada de mis feas y enormes culpas! Ea, pues, Salvador mío, dadme fortaleza para abrazar con amor las cruces de los trabajos, que merecen mis pecados, a fin de que, en el breve tiempo de esta vida, teniendo la dichosa suerte de vivir abrazado con la Santa Cruz, muera crucificado, y por medio de la Cruz, arribe finalmente a gozaros eternamente en el Cielo. Amén.


    Padre nuestro, Ave María y Gloria.

   Señor ten piedad y misericordia de nosotros.


ESTACION TERCERA.


   V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

   R. Que por, tu santa cruz redimiste al mundo.


Cae Jesús con la Cruz la primera vez.


   En esta tercera, estación, se representa el lugar, donde  el pacientísimo Jesús cayó la  primera vez con la Cruz.


   Considera como el afligidísimo Jesús, decaído de fuerzas por la sangre que vertía, y por la fatiga, que con el tropel le ocasionaban aquellos viles ministros de Satanás, | cayó la primera vez en tierra, debajo del pesado madero de la Cruz. Ea, pues, mira como aquello envenenados verdugos lo hieren con palos, puntillones y desprecios; y el pacientísimo Jesús a todo no abre su boca, sufre y calla, cuando tú en tus ligerísimos trabajos; eres tan impaciente, que luego te alteras, impacientas y ensoberbeces; y aun por ventura, tal vez temerariamente blasfemas. Pues esta vez, a lo menos, arrepentido de tus altiveces, detesta tu soberbia, y ruega a tu afligido Dios de esta manera:


   Amantísimo Redentor mío, aquí está postrado, a vuestros pies el pecador más pérfido de cuantos viven sobre la tierra. ¡Oh cuantas caídas! ¡Oh cuantas veces he sido precipitado en un abismo de iniquidad! Ea, pues, dadme vuestra mano soberana para levantarme. Ayudadme, Jesús mío, ayudadme, a fin de que en lo restante de mi vida, no vuelva a caer en culpa alguna mortal, y en la muerte asegure el conseguir la  eterna salvación. Amen.


   Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

   Señor, ten piedad y misericordia de nosotros.


ESTACIÓN CUARTA.




   V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

   R. Que por, tu santa cruz redimiste al mundo.


Encuentra Jesús a su Santísima Madre.


   En esta cuarta estación se representa el lugar, donde nuestro apasionado Redentor encontró a su afligidísima Madre.


   ¡Oh qué dolor traspasó el corazon de Jesús! ¡Y oh qué dolor hirió el corazon de María en aquel encuentro! ¡Oh alma ingrata! ¿Qué mal te ha hecho mi amado hijo Jesús? Dice la dolorosa María. ¿Qué mal te ha hecho mi inocente y pobre madre? dice Jesús. Ea, pues, deja la culpa, que fué la causa de estas nuestras grandes penas. Y tú, ¿qué les respondes? Ya arrepentido, con lágrimas de dolor, diles así:


   ¡Oh divino hijo de María! ¡Oh santísima madre de mi amado Jesús! Aquí me tenéis postrado a vuestros pies santísimos, humillado y compungido confieso que soy yo aquel traidor, que fabriqué, pecando, el cuchillo de dolor que traspasó vuestro tiernísimo corazon, ya me arrepiento de corazon, y pido a entrambos misericordia y perdón, misericordia, Jesús mío, misericordia, misericordia, Santísima. María, misericordia; a fin de que por medio de esta gran misericordia, yo me aparte de las culpas, medite vuestras penas todo el breve tiempo de mi vida y pase de pues a veros en los gozos de la Gloria. Amén.


   Padre Nuestro, Ave, María y Gloria.

   Señor ten piedad y misericordia de nosotros.


ESTACIÓN QUINTA.


   V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

   R. Que por, tu santa cruz redimiste al mundo.


Ayuda el Cireneo a llevar la Cruz al Redentor.


   En esta quinta estación se representa el lugar, donde precisaron los judíos al Cireneo a que ayudase a llevar la Cruz a nuestro Redentor Jesús.


   Considera, que tú eres aquel Cireneo, el cual llevo la Cruz de Jesús por cumplimiento o por fuerza, porque estas muy asido a las conveniencias transitorias de este mundo. Ea, pues, desprende tu voluntad de los aparentes bienes mundanos y aliviarás de tan crecido peso al fatigado Jesús, y abrazando de corazón todos los trabajos, que te vienen de la mano de Dios, te ofrecerás a sufrirlos con paciencia, dando gracias a tu Dios, a quien dirás así:


   ¡Oh amantísimo Jesús mío! Gracias te doy por tantas, y tan oportunas ocasiones de merecer por mí y de padecer por vos. Ea, pues, haced, Dios mío que sufriendo con paciencia todo aquello que tiene apariencia de mal en esta vida, consiga los tesoros de bienes eternos en la otra, y padeciendo vos aquí desconsuelos y trabajos, sea  hecho digno de pasar a reinar también con vos eternamente en el Cielo. Amén.


   Padre nuestro, Ave María y Gloria.

   Señor ten piedad y misericordia de nosotros.


ESTACIÓN SEXTA.


   V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

   R. Que por, tu santa cruz redimiste al mundo.


Limpia la Verónica el rostro ensangrentado  de Jesús.


   En la sexta estación se representa el lugar, donde la santa mujer Verónica limpió con un paño el rostro ensangrentado de Jesús.


   Considera, como en aquel santo lienzo quedo estampado el pálido rostro de Jesús, mira en aquel paño todo desfigurado el rostro de tu Dios y movido del amor, procura un propio retrato de aquel rostro en tu corazón. ¡Oh feliz de ti, si con Jesús esculpido en tu corazón vivieres! ¡Oh feliz de ti, si con Jesús esculpido en el corazón murieres!;  pues para merecer un bien tan grande ruega a tu Señor así:


   Atormentado Salvador mío, yo os suplico que imprimas de tal manera en mi corazon, la imagen de vuestro santísimo rostro, que de día y de noche siempre piense en vos, para que puesta delante de mi vista vuestra pasión dolorosa, llore siempre mis enormes culpas que alimentado aquí, como os lo ofrezco con el pan del dolor de mis pecados, espero que después me concedáis el consuelo de ver  Vuestro hermoso rostro eternamente en el Cielo. Amen.


   Padre nuestro, Ave María y  Gloria

   Señor ten piedad y misericordia de nosotros.


ESTACIÓN SEXTIMA.


V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


Cae Jesús segunda vez con la Cruz


   En esta sétima estación se representa la puerta de Jerusalén, llamada Judiciaria, donde nuestro Redentor cayó en tierra segunda vez con la cruz.


   Considera a tu Señor, caído y tendido en el suelo, abatido de los dolores, pisado con desprecio de los enemigos, y escarnecido de la plebe; y advierte, que tu soberbia fue quien le impelió a caer, y tu altivez lo puso tan abatido. Ea, pues, baja esta vez tus altivos pensamientos; y con dolorosa contrición de lo pasado, propón el humillarte a todos en lo porvenir, y di a tu Señor así:


   ¡Oh santísimo Redentor mío! aunque os miro caído en este suelo, os confieso al mismo tiempo Todopoderoso; y así os suplico el favor de que yo abata todos mis pensamientos de soberbia, ambición, y de propia estimación, a fin de que caminando siempre en este abatimiento, abrace de corazon el retiro y los desprecios; y con esta humildad íntima, cordial y verdadera, que tanto a vos agrada, merezca aliviaros de tan dolorosa caída, y después ser levantado a gozaros en la Gloria. Amén.


Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Señor ten piedad y misericordia de nosotros.



ESTACION OCTAVA.


   V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

   R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


Consuela Jesús a las hijas de Jerusalén.


   En esta octava estación se representa el lugar donde el benignísimo señor consoló a unas dolorosas y afligidas mujeres de Jerusalén.


   Considera, que tú tienes mucho mayor motivo de llorar, de llorar por Jesús, que tanto padece por tí, y por tí mismo, que ingrato con tus pecados, eres la causa de aquellos grandes tormentos. ¿Y por qué a vista de tantas penas, permaneces aun en tu dureza? A lo menos, mirando aquí a Jesús, que muestra tanta piedad con aquellas mujeres santas, emprende grande confianza; y con grande dolor y compunción dile a tu Señor así:


   ¡Oh amabilísimo Salvador mío! ¿Cómo mi corazon no se deshace en lágrimas de dolor, al ver que por mí estáis entre indecibles tormentos? Lágrimas. Señor; os pido, y lágrimas de dolor y compasión, a fin de que con lágrimas en los ojos, y con dolor en el corazon, merezca aquella piedad que mostraste a las piadosas mujeres. Ea, pues, concededme esta consolación divina, que mirado de vos con ojos piadosos en la vida, asegure en la muerte el pasar a veros en la Gloria. Amen.


Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Señor ten piedad y misericordia de nosotros.


ESTACIÓN NONA


   V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

   R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


Cae Jesús tercera vez con la Cruz.


   En esta nona estación se representa el lugar, donde el pacientísimo Jesús, destituido en gran manera de fuerzas, cayó tercera vez en tierra con el pesado madero de la Cruz.


   ¡Oh qué penosa fue ésta caída de nuestro amado Jesús! mira con que furor y rabia embisten aquellos crueles lobos al mansísimo Cordero Jesús, pues todos ansiosos de verlo puesto en la Cruz, con golpes y desprecios, hacen que se levante del suelo. ¡Oh maldito pecado, que así  se maltraté al hijo de Dios! Pues, alma cristiana, ¿merece bien tus lágrimas un Dios así oprimido, un Dios así atormentado? Ya se ve que las merece pues con ellas en los ojos, dile así al Señor:


   Omnipotente Dios mío, que con solo un dedo sustentáis la tierra y el Cielo, ¿quién, Señor os ha hecho caer desmayado en ese suelo? ¡Pero ay de mí! que quien os ha postrado han sido mis reincidencias, y mis repetidas culpas, añadiendo en vos tormentos tras tormentas con añadir yo pecados a pecados. Pero ya reconocido me postro a vuestros pies arrepentido, y con propósito firme de no repetir más mis culpas, y suspirando, repito una y mil veces no más pecar mi Dios, no más pecar. Amén.


   Padre nuestro, Ave María y Gloria.

   Señor, ten piedad y misericordia de nosotros.


ESTACION DECIMA.


   V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

   R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


Desnudan a Jesús de sus vestidos y danle a beber hiel amarguísima


   En esta décima estación se representa el lugar, donde a nuestro Redentor Jesús le quitaron sus propias vestiduras, y le dieron a beber amarga hiel.


   Considera alma cristiana, como aquellos tigres inhumanos desnudaron a tan dulce Jesús y con la túnica pegada a las doloridas carnes, salieron pedazos de carne y sangre, quedando en lo exterior todo de pies a cabeza, hecho una llaga, y e n lo interior martirizado el gusto con la hiel que le dieren a beber. Mira como tu divino Redentor, que es el que viste de hermosura a los Cielos, entre sus tormentos sufre al quedarse desnudo en presencia de un numeroso concurso; y movido de lástima y compasión, dile así a tu Redentor:


   Afligidísimo Jesús mío, ¿qué horrible, mutación es la que veo? Vos Señor, todo sangre todo llagas, todo desnudez, todo amarguras, y yo todo deleites todo vanidad, todo dulzura. ¡Ah, Señor, que no camino bien! Bien lo conozco en vos, que sois e verdadero camino, pero dadme vuestro auxilio para mudar de vida, y poned tal amargura en mi gusto a las cosas de este mundo, que de aquí en adelante no guste ya otra cosa, que las amarguras de vuestra pasión santísima, para que consiga el; pasar a gozar las dulzuras de la gloria. Amen.


   Padre nuestro, Ave María y Gloria.

   Señor, ten piedad y misericordia de nosotros.



ESTACIÓN UNDECIMA.


   V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

   R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


Clavan a Jesús en el duro madero de la Cruz.


   En esta undécima estación se representa el lugar, donde los impíos tendieron sobre la Cruz al Dulcísimo Jesús, y lo enclavaron en ella en presencié de su Madre Santísima.


   Considera el profundísimo dolor que sentiría el buen Jesús, al traspasarle con duros clavos sus divinos pies y manos, quedando el sagrado cuerpo clavado en un madero; y ¿qué pena sería la de la dulcísima Madre, al ver delante de sí a su hijo querido, todo tan destrozado y lastimado, que aun a las criaturas insensibles movía á compasión? ¿Pues cómo no se deshace tu corazón en lágrimas a vista de tantas penas? A lo menos, explica con el llanto tu dolor, diciendo así a tu señor:

   Clementísimo Jesús mío, crucificado por mí: barrenad, Señor, y traspasad mi duro corazón con los clavos de vuestro santo amor y  temor; y ya que mis pecados fueron los clavos crueles, que traspasaron a vos los pies y manos, haced que vuestro santo temor, y el dolor de mis pecados sean el artífice que fijen y moderen en mí todas mis desordenadas pasiones, a fin de conseguir la feliz suerte de que viviendo con vos crucificado en la tierra,  pase a reinar con vos en las felicidades de la gloria. Amen.

   Padre nuestro, Ave María y Gloria.

   Señor, ten piedad y misericordia de nosotros.


ESTACION DUODECIMA.


V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


Levantan en la Cruz a Jesús y espira en ella el Redentor del mundo.


   En esta duodécima estación se representa el lugar, donde nuestro Salvador, después de puesto en la Cruz, fue levantado en ella, y dio su amorosa vida redimiendo al mundo.


   Pues alma cristiana, alza los ojos, y mira en el aire pendiente de tres clavos al dulcísimo Jesús; mira aquel Divino Rostro entre agonías, mira todas sus llagas renovadas, y de pies y manos corren tres fuentes de sangre, que llegan hasta la tierra: oye como perdona a quien le agravia, ofrece el Paraíso a1 que lo quiera, deja al cuidado de Juan su Madre amada, encomienda al Padre su santísima Alma; y al fin, inclinando su cabeza, espira; ¿Con qué ya murió Jesús? ¿Y ha muerto en la Cruz por tí? Y tú, ¿qué es lo que haces? Ea, pues, resuelve no apartarte de este lugar santo; sin estar renovado y compungido: y así, abrazado a la Cruz del Redentor, dile a su Majestad:


   Amabilísimo Redentor mío, yo conozco, y yo confieso, que mis gravísimas, culpas so los verdugos más despiadados, qué os han quitado la vida, y que no merezco el perdón de tan crecida ofensa, pero oyéndoos a vos en esa cruz perdonar a vuestros enemigos, ¡oh cuánto ánimo y fuerza recibe mi corazon! Y si me enseñáis a perdonar; aquí me tienes pronto para perdonar de corazon a todos mis enemigos, sí, mi Dios, por amor vuestro, los perdono, y deseo bien a todos, para que así me concedáis, que en la última hora de mi vida escuche de vuestra boca aquella feliz palabra; Hoy serás conmigo compañero en la Gloria Amen.


   Padre nuestro, Ave María y Gloria.

   Señor ten piedad y misericordia de nosotros.


ESTACIÓN DECIMOTERCERA.


   V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

   R. Que por tu  santa Cruz redimiste al mundo.


Descienden de la Cruz a nuestro Redentor, y lo ponen en bs brazos de su beatísima Madre.


   En esta terciadécima estación se representa el lugar, donde el cuerpo difunto de Jesús fué bajado de la Cruz, y puesto en los brazos de su afligidísima Madre.

   Considera, cuál sería la espada de dolor, que traspasó el corazon de ¡aquella inocente Madre, cuando recibió  en sus  brazos a su divino Hijo ya difunto. ¡Que sentimiento tendría, al ver aquel  divinizado cuerpo, que se había formado en sus entrañas por obra del Espítu Santo, todo acardenalado, y todo de pies a cabeza destrozado! Allí se renovaron en María todas las penas. Pero contemplando tú, que tus pecados fueron la pésima fiera, que hizo aquel destrozo en el amado hijo de María, desata tu corazón en lágrimas, y uniéndolas con las que vierte aquella afligida Madre, dile así:


   ¡Oh valerosa reina de los mártires! ¡Qué mar inmenso de penas y tormentos esta hecho vuestro pecho! Conozco no ser digno de acompañaros en vuestro sentimiento, porque he sido la causa de que tan cruel espada de dolor traspase vuestra alma. Pero concededme gran Señora, usando de vuestra piedad y vuestra misericordia, que yo conozca mis ceguedades pasadas, para que sintiéndolas con amargura, participe de vuestras aflicciones en la presente vida, y pase después a haceros compañía en las consolaciones de la eterna. Amen.


   Padre nuestro, Ave María y Gloria.

   Señor, ten piedad y misericordia de nosotros.


ESTACIÓN DECIMO CUARTA.


   V. Adorámoste Señor mío Jesucristo y te bendecimos.

   R. Que por tu  santa Cruz redimiste al mundo.


Ponen el Sagrado Cuerpo de Jesús en el sepulcro.


   En esta cuartadecima estación se representa el lugar, del Santo Sepulcro, donde fue colocado el Cuerpo Santísimo de Jesús.


   Considera cuantos serían los llantos de Juan, de la Magdalena, y de las otras Marías y de todos los seguidores de Cristo cuando se cerró el sepulcro, pero más que todos considera la desolación de la piadosa Madre al verse sola, privada de la presencia de su hijo que tanto la consolaba. Y a vista de tantas lágrimas, avergüénzate de que en el discurso de todo este santo viaje, hayas mostrado tan  poco sentimiento de piedad y compasión. Ea, pues esfuérzate en esta última estación y besando la piedra de aquella sagrada tumba desea depositar en ella tu corazon; y con amargo llanto ruega, a tu Señor difunto, y dile así:


   Piadosísimo Jesús mío, que por sólo mi amor quisiste andar todo este camino doloroso, os adoro ya difunto, y cerrado en sagrado sepulcro, pero más quisiera teneros en mi pobre corazón, a fin de que unido con vos después de este santo ejercicio, me levante a una vida de gracia, y merezca con la perseverancia morir en vuestra amistad. Concédeme, pues, que por los méritos de vuestra pasión santísima, que he meditado en esta vía sacra, sea en el extremo de mi vida mi único alimento el Santísimo Sacramento, y mis últimas palabras aquellos dos dulces nombres Jesús y María; y que mi último aliento, se una con aquel con que vos espirásteis en la Cruz, que de esta forma, con fe viva, con esperanza cierta, y caridad fervorosa, muera con vos, y muera por vos, para reinar con vos por los siglos de los siglos. Amén.


   Padre nuestro, Ave María y Gloria.

   Señor ten Piedad y misericordia de nosotros.



+ + +


ORACIÓN.


   ¡Oh Dios Criador y Redentor de todos los fieles! Concede el perdón de tus ciervos y ciervas, para que la indulgencia que siempre desearon, la consigan con nuestras piadosas súplicas.



ORACIÓN.


   Señor mío Jesucristo, te suplicamos intercedas por nosotros para con tu divina clemencia tu Santísima Madre la siempre Virgen María ahora y en la hora de nuestra muerte cuya alma fue traspasada de dolor en la hora de tu dolorosísima pasión. Tú dulcísimo Jesús, que vives y reinas con Dios Padre en unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.


   Se rezará la estación mayor al Santísimo sacramento y después se dirá:

   Dulcísimo y benignísimo Señor de que son excelso trono los serafines, yo el mayor  pecador de cuantos imploran vuestra misericordia en este santo templo, con la profunda humildad os suplico que así como concedisteis remisión de todos los pecados al buen ladrón, e indulgencia plenaria a la Magdalena, del mismo modo, no atendiendo  a la pobreza de mi espíritu, me la concedáis a mí para que sea satisfacción de mis culpas, y sirva también su mérito a todos los fieles católicos, por cuya salud espiritual y temporal la aplico, como así mismo por la exaltación de nuestra santa fe católica, paz y concordia entre los príncipes cristianos, extirpación de las herejías, salud y acierto en el gobierno de la Santa Iglesia al Sumo Pontífice reinante; a nuestro prelado diocesano, a nuestro párroco y a nuestro católico gobierno a quienes como a mí sirva de medio para estrecharse con vos, con un amor puro para gozar de vuestra deseada vista por eternidades de siglos. Amén.


AÑO DE ESTA OBRA, 1855.


ORACIÓN: Exorcismo de León XIII

En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 

Salmo 67. 

Levántese Dios y sean dispersados sus enemigos y huyan de su presencia los que le odian. Como se disipa el humo se disipen ellos, como, se derrite la cera ante el fuego, así perecerán los impíos ante Dios. 

Salmo 34. 

Señor, pelea contra los que me atacan; combate a los que luchan contra mí. Sufran una derrota y queden avergonzados los que me persiguen a muerte. Vuelvan la espalda llenos de oprobio los que maquinan mi perdición. Sean como polvo frente al viento cuando el Ángel del Señor los desbarate. Sea su camino oscuro y resbaladizo, cuando el Ángel del Señor los persiga. 

Porque sin motivo me tendieron redes de muerte, sin razón me abrieron trampas mortales. 

Que les sorprenda un desastre imprevisto, que los enrede la red que para mí escondieron; que caigan en la misma trampa que me abrieron. Mi alma se alegra con el Señor y gozará de su salvación. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén. 

SÚPLICA A SAN MIGUEL ARCÁNGEL 

Gloriosísimo príncipe de la milicia celestial, Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha que mantenemos combatiendo “contra los principados y potestades, contra los caudillos de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos esparcidos por los aires” (Ef. 6, 12). Ven en auxilio de los hombres que Dios creó incorruptibles a su imagen y semejanza (Sap. 2, 23), y a tan “alto precio rescatados” (I Cor. 6, 20) de la tiranía del demonio. Con las huestes de los ángeles buenos pelea hoy los combates del Señor, como antaño luchaste contra Lucifer, corifeo de la soberbia y contra sus ángeles apóstalas. Ellos no pudieron vencer, y perdieron su lugar en el Cielo. “Fue precipitado el gran dragón, la antigua serpiente el denominado diablo y Satanás, el seductor del universo: fue precipitado a la tierra y con él fueron arrojados sus ángeles” (Apoc. 12,.8-9). 

He aquí que el antiguo enemigo y homicida se ha erguido con vehemencia. Disfrazado de “ángel de luz” (II Cor. 11, 14) con la escolta de todos los espíritus malignos rodea e invade la tierra entera, y se instala en todo lugar, con el designio de borrar allí el nombre de Dios y de su Cristo, de arrebatar las almas destinadas a la corona de la gloria eterna, de destruirlas y perderlas para siempre. Como el más inmundo torrente, el maligno dragón derramó sobre los hombres de mente depravada y corrompido corazón, el veneno de su maldad: el espíritu de la mentira, de la impiedad y de la blasfemia; el letal soplo de la lujuria, de todos los vicios e iniquidades. 

Los más taimados enemigos han llenado de amargura a la Iglesia, esposa del Cordero Inmaculado, le han dado a beber ajenjo, han puesto sus manos impías sobre todo lo que para Ella es más querido. Donde fueron establecidas la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como luz para las naciones, ellos han erigido el trono de la abominación de la impiedad, de suerte que, golpeado el Pastor, pueda dispersarse la grey. Oh invencible adalid, ayuda al pueblo de Dios contra la perversidad de los espíritus que le atacan y dale la victoria. 

La Iglesia te venera como su guardián y patrono, se gloría que eres su defensor contra los poderes nocivos terrenales e infernales; Dios te confió las almas de los redimidos para colocarlos en el estado de la suprema felicidad. Ruega al Dios de la paz que aplaste al demonio bajo nuestros pies, para que ya no pueda retener cautivos a los hombres y dañar a tu Iglesia. Ofrece nuestras oraciones al Altísimo, para que cuanto antes desciendan sobre nosotros las misericordias del Señor (Salmo 78, 8), y sujeta al dragón, la antigua serpiente, que es el diablo y Satanás, y, una vez encadenado, precipítalo en el abismo, para que nunca jamás pueda seducir a las naciones (Apoc. 20). 
Después de esto, confiados en tu protección y patrocinio, con la sagrada autoridad de la Santa Madre Iglesia, nos disponemos a rechazar la peste de los fraudes diabólicos, confiados y seguros en el Nombre de Jesucristo, nuestro Dios y v,,. 
He aquí la Cruz del Señor, huid poderes enemigos. 

R. Ha vencido el León de la tribu de Judá, la raíz de David. 
Señor, que tu misericordia venga sobre nosotros. 
R. Como lo esperamos de Ti. 
Señor, escucha nuestra oración. 
R. Y llegue a Ti nuestro clamor. 
(El Señor esté con vosotros. (Sólo si es un sacerdote) 
R. Y con tu espíritu). 

OREMOS 
Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, invocamos tu santo Nombre y suplicantes imploramos tu clemencia, para que, por la intercesión de la Inmaculada siempre Virgen María Madre de Dios, del Arcángel San Miguel, de San José Esposo de la Santísima Virgen, de los santos Apóstoles Pedro y Pablo y de todos los Santos, te dignes prestarnos tu auxilio contra Satanás y todos los demás espíritus inmundos que vagan por el mundo para dañar al género humano y para la perdición de las almas. Amén. 

EXORCISMO  
Te exorcizamos todo espíritu maligno, poder satánico, ataque del infernal adversario, legión, concentración y secta diabólica, en el nombre y virtud de Nuestro Señor Jesucristo, para que salgas y huyas de la Iglesia de Dios, de las almas creadas a imagen de Dios y redimidas por la preciosa Sangre del Divino Cordero. En adelante no oses, perfidísima serpiente, engañar al género humano, perseguir a la Iglesia de Dios, zarandear a los elegidos y cribarlos como el trigo. Te lo manda Dios Altísimo, a quien en tu insolente soberbia aún pretendes asemejarte, “el cual quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (II Tim. 2). Te lo manda Dios Padre  te lo manda Dios Hijo; te lo manda Dios Espíritu Santo. Te lo manda la majestad de Cristo, el Verbo eterno de Dios hecho hombre, quien para salvar a la estirpe perdida por tu envidia, “se humilló a sí mismo hecho obediente hasta la muerte” (Fil. 2); el cual edificó su Iglesia sobre roca firme, y reveló que los “poderes del infierno nunca prevalecerían contra ella, Él mismo había de permanecer con ella todos los días hasta el fin de los tiempos” (Mat. 28, 20). Te lo manda el santo signo de la Cruz y la virtud de todos los Misterios de la fe cristiana. Te lo manda la excelsa Madre de Dios, la Virgen María, quien con su humildad desde el primer instante de su Inmaculada Concepción aplastó tu orgullosa cabeza. 

Te lo manda la fe de los santos Apóstoles Pedro y Pablo y de los demás Apóstoles. Te lo manda la sangre de los mártires y la piadosa intercesión de todos los Santos y Santas. Por tanto, maldito dragón y toda legión diabólica, te conjuramos por Dios vivo, por Dios verdadero, por Dios  santo, que “de tal modo amó al mundo que entregó a su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que viva la vida eterna” (Juan 3); cesa de engañar a las criaturas humanas y deja de suministrarles el veneno de la eterna perdición; deja de dañar a la Iglesia y de poner trabas a su libertad. Huye Satanás, inventor y maestro de toda falacia, enemigo de la salvación de los hombres. Retrocede ante Cristo, en quien nada has hallado semejante a tus obras. Retrocede ante la Iglesia una, santa, católica y apostólica, la que el mismo Cristo adquirió con su Sangre. 

Humíllate bajo la poderosa mano de Dios. Tiembla y huye, al ser invocado por nosotros el santo y terrible Nombre de Jesús, ante el que se estremecen los infiernos, a quien están sometidas las Virtudes de los cielos, las Potestades y las Dominaciones; a quien los Querubines y Serafines alaban con incesantes voces diciendo: Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios de los Ejércitos. 

Señor, escucha mi oración. 
R. Y llegue a Ti mi clamor. 
[El Señor esté con vosotros. (Sólo si es un sacerdote)] 
R. Y con tu espíritu]. 

OREMOS  
Dios del Cielo y de la tierra, Dios de los Ángeles, Dios de los Arcángeles, Dios de los Patriarcas, Dios de los Profetas, Dios de los Apóstoles, Dios de los Mártires, Dios de los Confesores, Dios de las Vírgenes, Dios que tienes el poder de dar la vida después de la muerte, el descanso después del trabajo, porque no hay otro Dios fuera de Ti, ni puede haber otros sino Tú mismo, Creador de todo lo visible y lo invisible, cuyo reino no tendrá fin: humildemente te suplicamos que tu gloriosa Majestad se digne libramos eficazmente y guardamos sanos de todo poder, lazo, mentira y maldad de los espíritus infernales. Por Cristo Nuestro Señor. Amén. 

De las asechanzas del demonio. 
R. Líbranos, Señor. 
Haz que tu Iglesia te sirva con segura libertad. 
R. Te rogamos, óyenos. 
Dígnate humillar a los enemigos de tu Iglesia. 
R. Te rogamos, óyenos. 
(Se rocía con agua bendita el lugar y a los presentes). 
Señor, no recuerdes nuestros delitos ni los de nuestros padres, ni tomes venganza de nuestros pecados (Tobías 3, 3). 
Padre nuestro…. 
Y ahora rezar la siguiente oración: 

PODEROSA INVOCACIÓN PARA PEDIR PROTECCIÓN 
¡Adoración! ¡Adoración! ¡Adoración! ¡A Ti oh arma poderosa! 
¡Adoración! ¡Adoración! ¡Adoración! ¡A Tu Sangre Preciosa! Misericordioso Jesucristo Agonizante, derrama Tu Sangre Preciosa sobre las almas. Satisface nuestra sed, y vence al enemigo. Amén. 

Poderosa Sangre de Salvación, combate al enemigo. (3 veces). 
Y finalmente: 

 ORACIÓN DE COMBATE A SAN MIGUEL 
Se llama primero a San Miguel, pidiéndole permiso al Padre celestial con el rezo de un Padrenuestro. Luego se dice la oración que se enseñó para estos tiempos: 

San Miguel Arcángel, 
defiéndenos en la batalla. 
Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. 
Reprímale Dios, pedimos suplicantes, 
y tú, Oh Príncipe de la milicia celestial, 
arroja al infierno con el divino poder a satanás, 
y a todos los espíritus malignos 
que andan dispersos por el mundo 
para la perdición de las almas. Amen.