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LA ESPADA DE DOBLE FILO

Históricamente, las declaraciones de los papas y en general de los jerarcas de la Iglesia Católica han sido muy difundidas para controvertirlas, los prelados contaban las verdades del Evangelio, las consecuencias positivas que se seguirían de su observancia, o por el contrario las negativas que se seguirían de su inobservancia, sus declaraciones normalmente increpaban y desnudaban las intenciones de las almas de las personas, confrontaban el mundo del deber ser con el mundo del ser y al hacerlo, sus palabras se convertían en espadas de doble filo, cortando al entrar y al salir, constituyéndose en signos de contradicción para toda la humanidad, por lo tanto pocos los querían y muchos los odiaban.

Es necesario recordar también, que la palabra de Dios que proclamaban estaba viva en sus labios y era eficaz, y como consecuencia penetraba hasta el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y desnudaba los pensamientos y las intenciones de los corazones de todas las criaturas y así, creyentes y ateos quedábamos expuestas, manifiestos, evidenciados, desnudos y abiertos ante los ojos de Dios, del Dios al que un día tendremos que dar cuenta hasta de nuestros pensamientos más íntimos.

Pero, ahora resulta que apareció el papa Francisco y se estableció un “amor  sobrenatural” entre el mundo, sus medios de comunicación y la Iglesia Católica, muy curioso.  Fue un cambio radical de actitud del mundo hacia la Iglesia, un giro de 180 grados, pero además pasó de un momento al otro, en un instante, esto por supuesto facilitó la acción pastoral de nuestros pastores y predicadores.  El nuevo lenguaje utilizado por el Papa, se correspondía, yo creo que por primera vez en la vida, con las cosas que el mundo quería escuchar, esto generó en consecuencia las loas y aplausos que se querían escuchar dentro de los conventos y capillas.  Cesaron las acusaciones contra el Papa y los “curas”, se dejó de hablar y de acusar, y de señalar a los curas de todas esas cosas tan horribles que se les decían, donde era evidente la intención de pervertir al mensajero para que el mensaje perdiera su eficacia. 

Así las cosas, a estas alturas de la película el Papa Francisco ha tocado prácticamente todos los temas, al hablar de: Doctrina Social de la Iglesia, Dogma, Escatología, Gracia, Mariología, Sagrada Biblia, Ecumenismo, Exégesis, Filosofía, Moral, Pastoral, Sufrimiento y Vida Religiosa y muchos otros más, sus declaraciones han sido ampliamente difundidas al mundo: y el mundo ha caído rendido a su pies, “La Iglesia Católica por fin llegó al siglo XXI, se está modernizando y le está diciendo al mundo las cosas que este quiere oír”.  Pareciera que la Palabra de Dios perdió su doble filo, pero es peor aún, parece que perdió todo filo.

Esto me hace reflexionar y me lleva a pensar que la Palabra de Dios es espada de doble filo pero únicamente cuando es empuñada por el Espíritu Santo, porque, como dice en Hebreos 4,12 la palabra de Dios “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” y en Marcos 4, 22, que cuando la espada llega al corazón discierne lo que hay en él, “porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz.  El enemigo, o sea satanás, para llamarlo por su nombre, lo sabe y por eso trata por todos los medios que quien la usa lo haga de cualquier manera para que esta pierda eficacia y en lugar de atraer a las personas a Dios, las aparte de Él, y creo que eso es lo que está pasando.

Las personas están felices con todo lo que se está predicando en “la nueva iglesia”, porque todo lo que oye no le llega al corazón, no le desnuda sus intenciones, no le cuestiona, no le exige morir a sí mismo, tampoco, le exige cargar con su cruz, tampoco cambiar, en últimas, nos dicen lo que queremos oír, que no es otra cosa qué haciendo lo que se me da la gana me salvaré e iré al cielo, abusando así, de la misericordia divina.  En la Biblia se enseña que la misericordia de Dios es muy distinta a lo que se está predicando.

Creo que lo que está pasando es que el “Papa” Francisco está expresando sus propias opiniones, lo que él cree que debe ser, o lo que le gustaría que fuera y por eso se hace llamar el padre Bergoglio, porque todavía cree que está pastoriando las ovejitas de su rebaño, cuando en realidad la tarea que tiene es la de Confirmar en la Fe y en las costumbres a toda la Iglesia de Jesucristo, pues es la tarea de un Obispo: ser guardián de la Tradición.

  
“El asentimiento religioso de la inteligencia y de la voluntad que los fieles deben a la enseñanza auténtica de su propio Obispo (enseñanza en Nombre de Cristo, en materia de Fe y de costumbres, en la comunión con el jefe de la Iglesia) no puede ser esperado y todavía menos exigido por las opiniones libres que este mismo Obispo quisiera proponer, esta distinción debe hacerse claramente”, dijo el secretario para la Doctrina de la Fe MGR. Jerome Hamer en 1978 y agregó “la prudencia pastoral recomienda al Obispo una gran discreción en la expresión sus opciones personales para evitar una confusión que podría sufrir por rechazo su enseñanza auténtica, por la cual él proclama el Evangelio de la salvación”.


Las opiniones libres del padre Bergoglio están invitando a una división de la Iglesia, donde los tradicionalistas o conservadores, supongo que jerarquías y fieles rasos, hemos sido calificados de idolatras, pelagianos, obsesivos y otro montón de expresiones impropias y más si salen de la boca de un Obispo, fueron dichas para descalificarnos y sacarnos a un lado, pero acá estamos, sin ataduras, sin  respetos humanos, sin miedo a perderlo todo con tal de salir a la defensa de la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, que no es de propiedad de las jerarquías, ni de las monjas, ni de las órdenes, ni de las congregaciones y mucho menos del opositor o del divisor, el que tenga oídos para oír que oiga.

MEJOR DICHO: ME EXPLICO

El primero y principal mandamiento de la ley de Dios, es amar a Dios sobre todas las cosas, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, amor que se concreta con el conocimiento que tenemos de Él y posterior obediencia y cumplimiento de sus normas y preceptos: el olvidado temor de Dios.  Dando por conocida toda la explicación de, cómo es que se concreta en la práctica el ejercicio de este mandamiento, el buen Dios nos entregó las herramientas necesarias para poder hacerlo que no son otras que las tres potencias del alma: entendimiento, voluntad y memoria.

Con el entendimiento, conocemos a Dios, lo encontramos en las circunstancias, en las personas, en todas las cosas de la vida, con la voluntad movemos el entendimiento hacia el conocimiento y el amor de Dios y con la memoria nos acordamos que tenemos que conocerlo y amarlo.

Para eso son las potencias del alma, para nada más, que ahora las usemos para cosas diferentes a las de su finalidad, no la cambia.

Dos vicios graves afectan y distorsionan el entendimiento: la ignorancia y la vana curiosidad, por la primera no sabemos lo que deberíamos saber, o no sabemos lo que nos convendría saber, la ignorancia impide al entendimiento poseer y conocer a Dios, objeto para el cual fue creado. 

El alma que quiere y busca la perfección debe esforzarse permanentemente para adquirir conocimientos espirituales, para ello debe estudiar y conocer, al menos rudimentariamente, la palabra de Dios, la tradición de la Iglesia, las enseñanzas de los sumos pontífices y el magisterio de la Iglesia, pero como esta tarea es enorme, gigantesca, imposible, se debe acometer con dos armas que Dios también suministra y que son la oración y el discernimiento.

Con la oración pedimos al Espíritu Santo, que nos ilumine sobre lo que debemos hacer, decir y evitar, el mismo Jesús dijo “el Espíritu Santo los guiará hacia la verdad plena y les recordará todo lo que Yo les he dicho” Juan 16, 13, por eso es necesario decirle muchas veces a lo largo del día “Ven Espíritu Santo”, pues es fuente inagotable de imaginación y buenas ideas.  Con el discernimiento, hacemos análisis continuo de todas las cosas y situaciones buscando ver si son buenas, nos convienen o por el contrario son malas y nos pueden perjudicar.

El otro vicio grave que vicia el entendimiento, como se dijo,  es la vana curiosidad, que es el llenado de nuestra mente con pensamientos y conocimientos de las cosas del mundo,  cosas inútiles, que en últimas terminarán por hacernos más mal que bien.  Es necesario recoger el entendimiento y no desparramarlo tontamente sobre un montón de noticias y conocimientos mundanos que solo nos servirán para dispersar la mente y no dejarán que nuestro entendimiento se concentre en su objeto natural, que como se dijo es el amar a Dios.  Por eso en la primera carta a los Corintios en el 2,2 dice San Pablo “No deseo sino conocer a Jesucristo, y a Jesucristo crucificado”.  Conocer su vida, su muerte, resurrección, ascensión y glorificación.  Pero lo que es, lo verdadero, únicamente la verdad, o lo que San Judas Tadeo (12)” refiriéndose a los conocimientos de los hombres los llamó “nubes sin agua, árboles sin fruto, olas que solo traen espumas.

En la memoria almacenamos toda la materia prima, todo el material que permitirá al entendimiento hacer su trabajo.  Si en la memoria no hay conocimientos guardados, vano es el trabajo del entendimiento, por sustracción de materia, pues no tiene materia sobre la cual ejercitarse.  Pero ojo, no solamente es necesario tener conocimientos, sino que es necesario tener buenos conocimientos.  Conocimientos que ya está probado son buenos y sirven al entendimiento cada vez que se recibe una nueva información y se realiza sobre ella un juicio, o se hace un raciocinio, para reconocer lo justo de lo injusto, lo verdadero de lo falso, lo errado de lo certero.

Es por esto que es clave reunir un arsenal de conocimientos para distinguir lo que está bien de lo que está mal.  El católico debe comenzar por tener una buena edición de la Biblia y acto seguido leerla, son solo 73 libros, el más largo con 66 capítulos, el más corto con solo 13 versículos.  Ya sabemos que la Biblia es la revelación pública de Dios, toda ella es verdadera, en ella está todo lo que Dios quería decirnos: la revelación que ya está acabada.

En los texto bíblicos está todo lo que Dios quería decirnos, no se puede poner a Dios a decir ni más, ni menos de lo que dijo, ni otras cosas, por eso en Gálatas 1:8-9 San Pablo dijo: “Mas si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema”.

La otra arma que el católico debe tener a la mano es el Catecismo de la Iglesia Católica, allí está la exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas e iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y el Magisterio eclesiástico.  Al tener en cuenta que el Catecismo ordenado por San Juan Pablo II, es uno de los dos redactados en toda la historia de la Iglesia, debe considerarse como la fuente más confiable sobre aspectos doctrinales básicos de la Iglesia Católica, sobre todo en estas épocas en que aparece tanto predicador enseñando tanta cosa tan novedosa y rara.

Con la Biblia y el Catecismo en la mano es mucho más difícil que el católico se deje engañar por los apostatas, anatemas y herejes que imbuidos de teologías extrañas y raciocinios absurdos que deforman y corrompen a la mayoría de los fieles, quienes por falta de estudio de los temas de Dios no tienen capacidad para defender su propia alma de las mentiras con que el príncipe de este mundo trata de capturarlas, pero lo que es peor, cuando se sienten agredidos, no solamente no son capaces de hilar un argumento racional, sino que se descargan con sandeces y pendejadas de carácter personal contra quien supuestamente les agrede su fe, ignorando también que la fe católica es esencialmente racional y exige argumentación y raciocinio porque solo así se puede justificar la libertad que es la principal característica del hombre como hombre, pues esta la que lo identifica plenamente con Dios Padre: el libre albedrío es el que nos hace semejantes a Dios.


Desde siempre hemos sabido que esto iba a pasar, no en vano Nuestro Señor Jesucristo dijo a los apóstoles cuando estaban en la última cena que:   "Escuchen, tiempos vendrán, y ya estamos en ellos, en los que serán dispersados, cada uno se irá por su lado y me dejarán solo. Y sin embargo, no estaré solo, porque el Padre está conmigo. Les he dicho esto para que encuentren paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero ánimo, yo he vencido al mundo." (Jn 16 32-33).

CONVERSIÓN | DEL LATÍN CLÁSICO CONVERTO, CONVERSIO: CAMBIAR


CONVERSIÓN

(Etimología.  Del Latín clásico converto, conversio, cambiar). 
Conversión es la vuelta al Padre del que se había alejado por el pecado.  También se aplica a los que descubren y entran en la Iglesia Católica.

Convertirse a Cristo, según dijo Benedicto XVI el viernes Santo de 2007, es hacerse cristiano que quiere decir recibir un corazón de carne, un corazón sensible a la pasión y al sufrimiento de los demás.

La conversión es cambio de vida fruto de un encuentro con Jesucristo que nos lleva a ver la vida centrada en El y ordenada en la moral.  La conversión es una gracia de Dios otorgada por los méritos de la redención de Cristo que murió en la cruz para reconciliarnos con el Padre.  La conversión es esencial para ser discípulos de Cristo y salvarnos.

Ya que todos somos pecadores, todos necesitamos continua conversión.

Enseña Benedicto XVI, 21 febrero, 2007   La conversión no tiene lugar nunca una vez para siempre, sino que es un proceso, un camino interior de toda nuestra vida.  Es un proceso constante de cambio interior y de avance en el conocimiento y en el amor de Cristo.  Es un camino de todos los días, que tiene que abarcar toda la existencia, cada día de nuestra vida.

San Agustín dijo en una ocasión que nuestra vida es un ejercicio único del deseo de acercarnos a Dios, de ser capaces de dejar entrar a Dios en nuestro ser.

 «Toda la vida del cristiano fervoroso –dice– es un santo deseo» de arrancar «de nuestros deseos las raíces de la vanidad» para educar el corazón en el deseo, es decir, en el amor de Dios.  «Dios –dice san Agustín– es todo lo que deseamos» (Cf. «Tract.  In Iohn.», 4).  Y esperamos que realmente comencemos a desear a Dios, y de este modo desear la verdadera vida, el amor mismo y la verdad.

El deseo sincero de Dios nos lleva a rechazar el mal y a realizar el bien.  Esta conversión del corazón es ante todo un don gratuito de Dios, que nos ha creado para sí y en Jesucristo nos ha redimido:  nuestra felicidad consiste en permanecer en Él (Cf. Juan 15, 3).  Por este motivo, Él mismo previene con su gracia nuestro deseo y acompaña nuestros esfuerzos de conversión. 

Pero,
¿qué es en realidad convertirse?  Convertirse quiere decir buscar a Dios, caminar con Dios, seguir dócilmente las enseñanzas de su Hijo, Jesucristo; convertirse no es un esfuerzo para realizarse uno mismo, porque el ser humano no es el arquitecto del propio destino.  Nosotros no nos hemos hecho a nosotros mismos.  Por ello, la autorrealización es una contradicción y es demasiado poco para nosotros.  Tenemos un destino más alto.  Podríamos decir que la conversión consiste precisamente en no considerarse «creadores» de sí mismos, descubriendo de este modo la verdad, porque no somos autores de nosotros mismos.

Conversión consiste en aceptar libremente y con amor que dependemos totalmente de Dios, nuestro verdadero Creador, que dependemos del amor.  Esto no es dependencia, sino libertad.  Convertirse significa, por tanto, no perseguir el éxito personal, que es algo que pasa, sino, abandonando toda seguridad humana, seguir con sencillez y confianza al Señor para que Jesús se convierta para cada uno, como le gustaba decir a la beata Teresa de Calcuta, en «mi todo en todo».  Quien se deja conquistar por él no tiene miedo de perder la propia vida, porque en la Cruz Él nos amó y se entregó por nosotros.  Y precisamente, al perder por amor nuestra vida, la volvemos a encontrar. 

La conversión es la respuesta más eficaz al mal
S.S. Benedicto XVI, 11 de Marzo «Cristo invita a responder al mal ante todo con un serio examen de conciencia y con el compromiso de purificar la propia vida» «En definitiva:  la conversión vence al mal en su raíz, que es el pecado, aunque no siempre pueda evitar sus consecuencias».  «Hacer penitencia y corregir la propia conducta no es simple moralismo, sino el camino más eficaz para mejorarnos tanto a nosotros mismos como a la sociedad» «es mejor encender una cerilla que maldecir la oscuridad».

NO LA DEJES PARA MAÑANA...

San Agustín retaba a los paganos que retrasaban su conversión con semejantes palabras:  ‘Si ya lo has pensado, si ya lo tienes decidido, ¿a qué esperar?  Hoy es el día, ahora mismo; no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy’.  Dejarlo para luego es exponerse a dar marcha atrás; no todos los días estás decidido, no a toda hora estás preparado para este paso.

Pero no daban el paso, por temor a un cambio demasiado brusco; y, al verlos indecisos y afirmando que lo harían cualquier día, arremetía con una lógica de espada filosa:  ‘Si ahora no te animas, ¿por qué dices y crees que lo harás algún día?  No estés tan seguro, te costará más que hoy; quizás no tengas ya deseos del cambio; las fuerzas contrarias volverán a la carga’.  ¿Por qué dices que alguna vez lo harás?, ¿tendrás oportunidad?, ¿seguirás con vida mañana?, ¿te dará Dios la gracia de la conversión?  Teme a Cristo que pasa y no vuelve.

Al demonio le encanta ilusionar a la gente y engañarla con la conversión de mañana; a Dios le gustan las cosas hoy y ahora:  Hoy es el día de la conversión.  “Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón.”

Nuestros padres pueden enseñarnos un invaluable conocimiento espiritual, especialmente si su entendimiento se basa en los principios y caminos de Dios.  Pero sólo nuestro Creador puede darnos el poder para manejar correctamente nuestros pensamientos y actitudes y resistir las tentaciones que nos acosan constantemente.  Así, el proceso de convertirnos en justos es algo milagroso que requiere la intervención directa y activa de Dios.

Primero él nos llama y abre nuestro entendimiento para que podamos comprender lo que enseñan las Escrituras.  Luego, comienza a cambiar nuestras vidas, si es que respondemos voluntariamente a su llamado y colaboramos con Él.

La palabra conversión, tal como la usamos en los círculos religiosos, generalmente implica la aceptación de un sistema religioso de creencia.  Pero el significado fundamental en la Biblia es “volverse”, por lo general, volverse a Dios.

Esto, desde luego, nos plantea una pregunta crucial:  ¿De qué nos volvemos cuando nos volvemos a Dios?  ¿Qué dejamos cuando nos convertimos?  O en otras palabras, ¿por qué necesitamos convertirnos?  ¿Qué es lo que nos separa de Dios en primera instancia?

1).    El profeta Isaías nos da la respuesta:  “He aquí que no se ha acortado la mano del Eterno para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:1).

2).    El apóstol Juan agrega:  “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos...”  (1 Juan 1:8).  Para recibir las bendiciones y la ayuda de Dios, debemos volvernos a él reconociendo nuestros pecados y apartándonos de ellos.

3).    Jesús le dijo al apóstol Pablo, al darle la comisión de ir a los gentiles:  “para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26:18).

Estas instrucciones nos dan un breve resumen de cómo los convertidos son agregados al cuerpo espiritual que es “la iglesia de Dios” (1 Corintios 1:2).  Cada nuevo converso debe abandonar los caminos de Satanás y seguir los caminos de Dios.

Cada uno debe aceptar y responder a los términos y condiciones de Dios para que sus pecados sean perdonados.

Ya hemos aprendido que el arrepentimiento consiste en volvernos del pecado y rendir nuestras vidas a Dios.  El arrepentimiento comienza con el llamado de Dios, cuando nos abre la mente para que podamos entender correctamente las Sagradas Escrituras.  Luego debemos pedirle su ayuda y comenzar a estudiarlas para darnos cuenta de qué es lo que necesitamos cambiar.  Hacemos esto al comparar nuestras creencias, conducta, tradiciones y pensamientos con la Santa Biblia.  La palabra de Dios es el único parámetro confiable por el que podemos medir nuestras actitudes y comportamiento.

Es necesario que nos examinemos a nosotros mismos para que nuestro arrepentimiento sea genuino, y eso puede tomar bastante tiempo, especialmente si no estamos familiarizados con las Escrituras.  Veamos lo que la Biblia dice acerca del verdadero arrepentimiento y su importancia en nuestra relación con Dios.

¿Enfatizó Jesús la importancia del arrepentimiento?

“No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:32).

“Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo:  El tiempo se ha cumplido, y el reino de

Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:14-15.

Jesús enseñó que lo más importante para nosotros debe ser entrar en el Reino de Dios (Mateo 6:33).  Desde el principio de su ministerio hizo énfasis en que el arrepentimiento es indispensable para alcanzar esta meta.

¿Predicaron el arrepentimiento los antiguos profetas de Dios?

“Y envió el Eterno a vosotros todos sus siervos los profetas, enviándoles desde temprano y sin cesar; pero no oísteis, ni inclinasteis vuestro oído para escuchar cuando decían:  Volveos ahora de vuestro mal camino y de la maldad de vuestras obras...  (Jeremías 25:4-5).

¿Debe seguirse predicando este mismo mensaje al mundo entero?

“Y les dijo... era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos...  Así está escrito, y así

Fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de

Pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:44-47).

Las Escrituras muestran que desde el principio Dios ha enviado a sus siervos con el mismo mensaje:  “Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina.  Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ezequiel 18:30-31).

¿Cuál es la actitud de una persona que se ha arrepentido verdaderamente?

“Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:  Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13).

“De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven.  Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5-6).

El verdadero arrepentimiento es algo más que sólo reconocer que hemos estado errados.  Aun el deseo de obrar mal debe volverse algo repugnante para nosotros.  Dios quiere que aborrezcamos el mal (Proverbios 8:13), especialmente el mal que hemos llegado a reconocer en nosotros.

Debemos desear con todas las fuerzas que Dios cambie nuestros corazones.  Al igual que el antiguo rey David, debemos pedirle a Dios que cree en nosotros un corazón limpio y un espíritu recto (Salmos 51:10).  Debemos vernos como pecadores y sentir genuino remordimiento.  Debemos reconocer que nuestros pecados se originan en los pensamientos, con frecuencia motivados por orgullo y egoísmo, ira y celos, o lujuria y codicia, es decir, por nuestra naturaleza humana.

FE, ELECCIÓN Y COMPROMISO

Después de habernos arrepentido y bautizado, ¿cuál debe ser nuestra prioridad absoluta?

“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia...  (Mateo 6:33).

“No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3).

“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro.  No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24).

Dios quiere que por encima de todo lo obedezcamos a él y busquemos su justicia y su reino.  Nuestro compromiso de servirlo con todo el corazón, sin embargo, puede plantearnos decisiones difíciles.  Pablo lo explica:  “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12).  Es necesario, por tanto, que evaluemos anticipadamente cuán fuerte es nuestro compromiso con Dios, a fin de que estemos preparados para tomar las decisiones que va a requerir de nosotros.

¿Cuán importantes son nuestras decisiones?

En la parábola del sembrador y la semilla, Jesús ilustra las diferentes decisiones que las personas toman cuando la palabra de Dios les es explicada.  En esta parábola cada participante escucha “la palabra del reino”, pero cada uno reacciona de una manera diferente ante lo que oye.  Podemos leer esta parábola en el capítulo 13 de Mateo.  Jesús primero relata la parábola y después da el significado.

Primero explica la respuesta de alguien que todavía no ha sido llamado por Dios.  “Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón.  Este es el que fue sembrado junto al camino” (Mateo 13:19).

Esta persona nunca entiende lo que oye.  Después, Jesús explica las tres respuestas diferentes de aquellos que entienden su mensaje, aquellos que Dios ha llamado.  Dios abre sus mentes al entendimiento de su mensaje.  Los tres comprenden el significado del mensaje de Jesús, pero cada uno responde de una manera diferente y por razones diferentes.  “Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (vv. 20-21).  Su primera respuesta es de una aceptación gozosa, pero su entusiasmo se apaga pronto.  ¿Por qué?  Por su reacción ante la presión de otros.  A éste le importa más complacer a las personas que complacer a Dios.  Para él es más importante

Actuar conforme a las costumbres y expectativas de su familia, sus amigos y la sociedad, que servir a Dios.  Se derrumba ante la presión y finalmente rechaza el llamamiento de Dios.  “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la

Palabra, y se hace infructuosa” (v. 22).  Éste es diferente en ciertos aspectos.  No está tan interesado en la opinión de los demás, pero al igual que el anterior, rehúsa poner a Dios primero en su vida.  Se distrae con otras cosas.  Satisfacer sus necesidades personales y mantener su nivel socioeconómico es algo que consume su interés, su tiempo, su energía.  También está muy ocupado tratando de servirse a sí mismo.  No tiene tiempo libre para Dios, y así, por simple descuido, también rechaza el llamamiento de Dios.

“Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (v. 23).  Esta persona no sólo entiende la palabra de Dios, sino que la toma en serio.  La pone en práctica.  ¡Cambia su vida!  De todos los ejemplos de esta parábola, sólo esta persona es escogida para salvación.  Pone a Dios primero que todo lo demás en su vida.  Hace un compromiso con Dios y lo mantiene.  ¿Seguiremos su ejemplo?

¿Cómo responde Dios a los que se niegan a confiar en él?

“Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor del Eterno, ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto de su camino, y serán hastiados de sus propios consejos ... mas el que me oyere, habitará confiadamente y vivirá tranquilo, sin temor del mal” (Proverbios 1:29-33).

Aquellos que voluntariamente responden a su invitación o llamamiento.  Al ofrecernos arrepentimiento, Dios nos da la capacidad de vernos como él nos ve, en lugar de percibirnos como nos percibimos normalmente.  Sin esta percepción espiritual, quedamos ciegos espiritualmente y no podemos responder al llamado de Dios.

Sólo podemos arrepentirnos de verdad, genuinamente, cuando, al compararnos con Dios a la luz de la Biblia, podemos reconocer y confesar nuestras flaquezas, debilidades e insignificancia.  “Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice el Eterno; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2).