¿PARA QUÉ ES CREADO EL HOMBRE?


El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor.  el hombre es creado.  Nos lo dice la fe, nos lo demuestra la razón.  Como católico estoy obligado a creerlo, lo dice el Concilio Lateranense: “Creó Dios de la nada en el principio del tiempo ambas criaturas, la espiritual y la corporal, la angélica y la mundana, y después la humana, constituida como de la unión del espíritu y del cuerpo.  En el Concilio Vaticano I anatemiza a quien no confiesa “…que el mundo  y las cosas todas en el contenidas, espirituales y materiales, según toda su sustancia, han sido producidas por Dios de la nada”.  Lo repetimos en todos los símbolos (credos), la Biblia se abre con la afirmación del dogma de Dios creador, “Y creo Dios al hombre (Génesis 1,27)”; Nos lo demuestra la razón, ni el acaso, ni nosotros mismos, ni nuestros padres, ni las fuerzas ocultas de la naturaleza pudieron ser el origen del hombre, ni pudo su cuerpo, ni su alma proceder del bruto por evoluciones naturales sin intervención de Dios.


Creado,  de la nada como punto de partida y por Dios mismo como agente.  El hombre puede componer y descomponer, traer y llevar, ordenar y desordenar, juntar y combinar; pero no crear ni aniquilar.  Solo Dios puede crear y aniquilar, el hombre nada puede hacer de la nada y nada puede reducir a la nada.


En síntesis salí de la nada; me sacó Dios. Nada y Dios.  De mi cosecha nada soy, nada tengo, nada puedo: mi capital es nulo. Esta es la verdad, nada soy, no soy nada: esta es la base más sólida de la humildad.


Con relación a Dios me hallo en dependencia absoluta, pues El es mi dueño y mi origen.  Pero ojo,  todo lo había creado por el imperio de su voz: Hágase.  Pero cuando llegó el momento de crear al hombre, la Santísima Trinidad, no dijo hágase como lo había hecho con el resto de la creación, manifiesta: “hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra.  Y forma del barro de la tierra un hombre, se inclinó amoroso al barro que plasmara, respiró en su faz respiración de vida y fue hecho el hombre con su alma viva Génesis 2,7).


Pero por qué hizo Dios al hombre tan amorosamente, tan especialmente, por qué no lo hizo como al resto de la creación y lo hizo con sus propias manos?


Tertuliano dice, que la Trinidad pensaba que Cristo había de ser hombre.  Veía que aquella naturaleza había de ser sublimada al consorcio con la divinidad, enlazada, estrecha y misteriosa, en la unidad de la persona de Jesucristo Dios y hombre verdadero.  Y también porque habría de ser la más perfecta de todas las criaturas del orden visible y natural y destinada a que se sirviera de todas y a presidir la creación para los más elevados fines.


Y creo Dios al hombre a su imagen y semejanza.  El alma fue creada a imagen de Dios en cuanto que, dotada de razón, puede conocer la verdad; fue creada a semejanza de Dios, en cuanto que puede amar la virtud y conformar sus operaciones  a las operaciones divinas.  La imagen es indestructible, la semejanza puede desaparecer y de hecho desaparece con el pecado mortal.


San Crisóstomo refiriéndose a este tema de la creación del hombre dice que Dios lo trató como a un rey, pues cuando un rey va a entrar a una ciudad envía primero a los oficiales, prefectos, ministros, criados, guardias, etcétera para amueblar y preparar el palacio con grande honor, así: “como si hubiese de recibirse al rey, precedió el sol, corrió delante el cielo; entró primero la luz y fueron creadas y perfeccionadas todas las cosas y entonces, con grande honra, se introdujo al hombre.


De ese primer hombre y de de la primera mujer creada poco después, por una serie de generaciones sucesivas procedo yo en cuanto al cuerpo, en lo que al alma toca se creado directa e inmediatamente por Dios.


Como consecuencia natural y necesaria, este hecho: Dios es mi dueño y Señor.  De Él lo he recibido todo y por eso su dominio es absoluto, pues me sacó de la nada.  Y su señorío sobre mi es esencial e inalienable, pues podría someterme a otros, pero no desprenderse de mi a favor de otro propietario: es universal ya que alcanza a todos y cada uno de los elementos que hay en mi: mi cuerpo, mis sentidos, mi alma, mis facultades, mi tiempo hasta el último instante, todo es un don actual de Dios. Es riguroso y glorioso porque me priva de todo derecho sobre mi mismo, pero honra mi libertad y me permite someterme a su dominio ejercitando el mas sublime de todos los actos o someterme a todos los demás dominios  que me envilecen, degradan y esclavizan.


Y claro cuántas veces he obrado como si pudiera algo, como si tuviera algo, olvidando mi dependencia de Dios y obrado con independencia sin consultar el divino querer (Divina Voluntad) a merced de mis caprichos  irracionales, no siendo la voluntad  de Dios la regla  única de mi conducta, sino por el contrario el capricho momentáneo o el ímpetu de la pasión.


Dios tiene derecho a tomar lo suyo, es decir todo mi corazón y si por el ejercicio desmedido o el abuso de mi libertad, me niego a reconocer ese derechos de Dios de poseerlo, Él no dejará de tomarlo pero ya no con la mano de la misericordia, sino que lo hará con la mano de la justicia.  No hay remedio, o me rindo a los halagos de la Misericordia o aguanto eternamente las heridas de la Justicia porque el dominio de Dios sobre los hombres es ineludible.  Dijo San Agustín: has de glorificar a Dios o haciendo lo que Él quiere o padeciendo lo que tu no quisieras.


Ahora sí, para qué es creado el hombre? Dios es mi fin. He sido creado para albara, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor.


De mi origen divino se desprende mi condición de criatura, de mi condición se deduce mi oficio o fin inmediato.  Dios al crearme hubo de proponerse un fin para mi, pues si todo ser racional cuando obra como tal, obra por un fin, mucho más Dios, sabiduría infinita, inteligencia suma.  Como criatura inteligente y libre debo tender a mi fin de manera conciente y libre y cuáles mi fin? Como ya lo dije: mi fin es Dios.  Cualquier otro fin sería indigno de Él e indigno de mí.


Que sea Dios mi fin, me lo dice la fe: Yo soy el principio y el fin, el alfa y el omega, el primero y el último (Apocalipsis 1, 8);  Todo lo hizo por si el señor (proverbios 16,8); A solo el señor tu Dios adorarás y a Él solo servirás.


Que sea Dios mi fin, me lo demuestra la razón: cuando me dice que Dios infinitamente sabio e infinitamente perfecto, no podía criarme sino para Él, para conocerlo, amarlo y servirle.  El fin debe ser algo que conseguido de reposo y perfección; es para todo ser un verdadero bien.  Mi alma no reposa cumplidamente sino en Dios, mi alma no llega a su perfección posible sino por la verdad y la bondad, por el conocimiento y sobre todo por el amor.  Y no hay conocimiento que me perfeccione, ni amor que me sacie sino el de Dios.


Que sea Dios mi fin,  me lo demuestra mi naturaleza: mis facultades tienen tendencia a trascender a ir más allá de lo estrictamente perceptible, superan a mis sentidos, buscan el infinito.


Que sea Dios mi fin, me lo confirma mi experiencia: lejos de Dios he hallado, inquietud, y remordimiento, mientras que en Dios he hallado Paz, gozo y tranquilidad.


En consecuencia, dice San Ignacio, que he sido creado para Dios, Dios es mi fin, “Criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor, y mediante esto salvar el alma”.   La alabanza surge del conocimiento de su bondad, pues nada puedo sin Él, nada tengo sin Él,  es mi bien supremo.  Tenerle reverencia, surge espontáneamente y únicamente por la conciencia que tengo de su grandeza, tan grande es que de solo pensar en Él me lleno de temor reverencial, me lleno de respeto.  Servirle, que no es otra cosa que sujetar mi voluntad a la suya, es decir: hacer lo que Él quiere, como Él lo quiere y porque Él lo quiere.


En cuanto a las dos primeras alabarlo y reverenciarlo, necesito una disposición especial, de cuerpo y de mente, y no puedo hacerlas todo el tiempo, pero servirle si lo puedo hacer todo el tiempo, sin interrupción ninguna., pues a Dios lo sirvo orando, trabajando, estudiando, pero también, estudiando, comiendo, descansando e incluso divirtiéndome..  El secreto está en no hacer nunca mi voluntad, sino la de Dios.  Pues el que sirve nunca hace su propio querer sino el de su dueño.  Esto lo logramos guardando los mandamientos de la ley de Dios, las leyes de la República, los reglamentos del trabajo, respetando los deberes de mi estado de vida.


En conclusión: la alabanza, es el homenaje que doy con mis labios y lo hago principalmente con la oración; la reverencia, es el homenaje del corazón que doy con el culto, sin avergonzarme jamás de ser siervo de Dios; y el servicio, es el homenaje de mis manos con que abrazo todas las acciones de mi vida.