LIBERTAD DE PRENSA

Desde la edad media e incluso antes de ella, se empezó a limitar de manera real, el concepto de la autonomía ilimitada del gobernante en el ejercicio del poder. Hasta entonces, no tenía otras que las derivadas de su propio parecer. Comenzaron así, a aparecer los procedimientos y las normas que lo limitaron y moderaron definitivamente.

Hoy en día al hablar del poder y de su ejercicio, es corriente, también, hacerlo de sus limitaciones, las que dicho sea de paso suelen representarse en las otras ramas del poder público, en el accionar de los organismos de control del Estado y por último por la acción de poderes sutiles, pero siempre presentes, como el de la prensa. Siempre presente, siempre esculcando, siempre mirando.

Poco se oye hablar de una limitante que debería estar siempre presente y es la que cada gobernante se autoimpone así mismo y que no debería ser otra cosa, que la representada por la moral, por la ética, y si no las tiene claras por las leyes existentes y la afectación que siempre se hace del bien común.

En sociedades eternamente en formación, como la nuestra, es aberrante, pero común, que quien ejerce el poder lo haga poniendo todos los recursos del Estado a su servicio y al de su familia y amigos cercanos, para buscar la satisfacción de sus ambiciones particulares, dejando de lado las principales y razón de ser del poder representantas por el bien común nacional.

Si la lucha es entre los poderes, todos tienen algo del poder del Estado a su disposición, para en combatir los excesos de quien los comete, pero quien se encuentra a merced del accionar del poderoso es la prensa: vocera del ciudadano del común, destinataria primaria de la libertad de expresión; Ella es siempre la que se sacrifica, y siempre que así ocurre se coarta la libertad de todo el conglomerado social. Esto es lo que pasa cada vez que desaparece un medio de comunicación, en el medio de una disputa, o se encarcela o persigue, a su director.

He descubierto un texto de la primera presidencia Constitucional de la República del doctor Manuel Murillo Toro entre 1864 y 1866, en la Nueva Historia de Colombia de la editorial Planeta de 1989, Presidentes de Colombia 1810 a 1990, pág. 123, que habla por sí solo y que refleja como la calidad de la educación política y cívica de hace 150 años superaba con creces la que se imparte hoy en día.

Se dice en el libro, que apareció un diario, “El Independiente” dirigido por un adversario de Murillo firme crítico del gobierno y a quien Murillo escribió la siguiente nota:

“Remito a usted el valor de la suscripción por un trimestre. Aunque se ha presentado lanza en ristre contra mí, saludo sinceramente su aparición y le deseo larga vida. Sin imprenta que refleje con toda libertad los diferentes matices de la opinión, es imposible administrar con mediano acierto. Además, es del más alto interés que cale bien en nuestras costumbres la asistencia de la prensa, tanto como medio de formar el criterio nacional como para realizar el gobierno de la oposición.

“Por esta razón cuando el gobernante o administrador tiene la calma de leer todo sin preocuparse de lo afecte a su persona, lastimando su vanidad o su amor propio, los periódicos que lo atacan o censuran más fuertemente quizá le sirven mejor que aquellos que lo aprueban o sostienen. Deseo mucho que tengamos al fin un gran movimiento periodístico, que discuta y someta los principios y los hombres al crisol de una crítica severa e implacable, único medio que veo de moralización, y como ustedes se anuncian así, deseo que no desmayen. Por mi parte, quiero dar el ejemplo de entregar toda mi vida pública, todos mis actos como funcionario público a la censura de mis conciudadanos. No importa que a veces sean injustos y apasionados.

“Y como creo que el hombre público pertenece en todo y por todo a la sociedad, no vacilo en decir que admito también con gusto y por convicción la censura o el examen en la vida privada. Ustedes me harán un gran servicio, ya que me encuentro a la cabeza de la administración, si no sólo no guardan contemplación o miramiento con mis propios actos o conducta, sino también si me ayudan a moralizar el servicio, flagelando en sus columnas a todos los funcionarios que no sean en público y en privado dignos de servir a nuestro incipiente país”.

Como sería de bueno poder oír o leer de alguno de nuestros gobernantes un texto o unas palabras de ese corte, por el contrario lo único que escuchamos son sandeces y polarizaciones, hay de quien ose decir una palabra en contra del gobernante, porque inmediatamente lo ubican en el extremo opuesto, como enemigo del país y del bien común. Apátrida es lo mínimo, que se escucha de quien no halaga al gobernante.